sábado, 6 de octubre de 2018

La reprofesionalización docente pasa por la lectura... fuera del aula.

El 28 y 29 de septiembre llevamos a cabo, en el Port de Sagunt, las Jornadas Eduhorchata, rebautizadas como Jornadas Educativas Activas por exigencias del centro de formación del profesorado que colaboró en las mismas. Nombres aparte, fueron dos días intensos, con ponencias de calidad y con ponentes cercanos, que compartieron con los asistentes sus conocimientos y fueron asequibles a la consulta y a la charla distendida posterior.
Ya mis compañeros de aventura y amigos Jordi Martí @xarxatic, en su blog, y Óscar Boluda @efepeando en el suyo han dado cuenta de lo sustancial de las jornadas. En mi caso, he dejado pasar una semana para ofrecer mi perspectiva, que entronca con mis preocupaciones habituales, como no puede ser de otra forma.
Me centraré en las aportaciones de Marta Ferrero @ferrero_mar, a quien agradecemos su disponibilidad para viajar a pesar de su reciente maternidad, y de Manuel Fernández Navas @nolo14 y Noelia Alcaraz @aileon25. 
Cartel original de las jornadas, dibujado por
Néstor Alonso,  @potachov
Marta nos habló, el sábado por la mañana, de las evidencias científicas en educación y enumeró algunos fenómenos que se han extendido como modas sin tener una base investigadora detrás. Diferenció entre inocuos y nocivos. Hizo un repaso a diversas iniciativas que no se sustentan en ninguna evidencia, como el método Berard para tratar problemas de audición, o el método Doman de estimulación temprana... sin ningún efecto sobre el aprendizaje; o, lo que es peor, con consecuencias negativas para el mismo o para la capacidad auditiva, como el método antes mencionado.
Otra mención que hizo, y que me sorprendió, fue la revisión del método global como idóneo para adquirir la lectura: los lectores con más dificultad encuentran más sencillo el método silábico o sintético, como también se denomina. También tuvo su momento para las inteligencias múltiples, que no se basan en investigación empírica, o los estilos de aprendizaje, que tienen muchas clasificaciones pero que no son de ayuda en la mejora del resultado escolar.
Durante su exposición, dejó claro que no es tan difícil informarse, leer y decidir si aplicar una técnica o una metodología en nuestras aulas. Poder alzar la cabeza, más allá de la moda educativa que esté en boga, y ver por nosotros mismos si lo que se propone es válido epistemológicamente. Marta lanzó algunas preguntas relevantes antes de emprender una innovación metodológica:

¿Hay necesidad de cambio? ¿Qué va a suponer para el alumnado? ¿Y para el profesorado? ¿Qué beneficios potenciales existen? ¿Qué evidencia lo sustenta?

Tras esta reflexión, que se completa con la opción de poder consultar a alguien que sepa más sobre el tema (no a quien promueve la técnica, se entiende), se puede tomar una decisión con criterio. Y además, se han de medir las consecuencias, ver los resultados de la manera más sistemática posible.

Por la tarde, los ya mencionados Manuel F. Navas y Noelia Alcaraz, profesores en la Universidad de Málaga, nos hablaron de la innovación educativa desde una perspectiva crítica. Pusieron en valor, al igual que hizo Marta Ferrero, pero con una óptica diferente, el conocimiento pedagógico acumulado en forma de libros, revistas, artículos, blogs... y que ofrece una base sólida para la acción docente, más allá de las ocurrencias, las modas y los debates mediáticos. Ofrecieron una definición de innovación desprovista de lugares comunes, buscando un significado que permita distinguir qué es innovar de meros cambios cosméticos. Además, propusieron una visión más amplia, que no tome en cuenta sólo los resultados académicos (la obsesión de la LOMCE, por cierto) sino el conjunto de la acción educativa, que va más allá de una calificación en un boletín.
Su ponencia vino seguida por un debate intenso, ya que algunos asistentes se sintieron interpelados por las palabras de Manuel y Noelia. En ese debate pudimos ver que, aunque estamos todos en el mismo barco (Manuel dixit), las ópticas no coinciden siempre.
Como conclusión, creo que ambas ponencias buscaban lo mismo: la reprofesionalización docente. Es decir, recuperar parcelas de discurso que sustenten nuestra acción más allá de la tradición, del curriculum oculto que nos encontramos en cada centro. Re-profesionalizar la docencia, casi nada. Con una formación inicial muy mejorable, el mero desempeño rutinario de dar clase puede desdibujar del todo una base teórica que nos sustente como profesionales.
En las jornadas también salió el tema de la comparación de la docencia y la medicina, poco afortunada según algunos, entre los que me incluyo. Pero sí podemos mirar la profesión docente como un ejemplo generalizado de actualización y puesta al día, si no por propia voluntad, sí por necesidad de no estar desfasado y causar graves problemas a pacientes. ¿Ocurre eso entre el profesorado? ¿Sentimos la necesidad de actualizar nuestro conocimiento inicial de la facultad con lecturas, jornadas, intercambio de experiencias? Porque por ahí va gran parte del reconocimiento social de la docencia: en saber explicar qué hacemos y por qué. Sin seguir modas superficiales ni abjurar de lo que grandes pedagogos, desde Comenio hasta Andy Hargreaves, por ejemplo, han escrito. Sin ponernos pelucas de colores ni ensayar trucos malabares para deslumbrar al alumnado, aunque habrá quien lo haga. Es cierto que la situación es complicada en las aulas. Lo sabemos. Pero enrocarse en lo de siempre no es solución, no sirve.
Como decía Marta Ferrero: Para y piensa; o, por decirlo en una expresión de Noelia Alcaraz: Hay que leer pedagogía. ¿Nos aplicamos el cuento?



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