miércoles, 15 de abril de 2020

Con la evaluación hemos topado (Crónica del confinamiento, III)

Inicio el tercer artículo sobre confinamiento y educación unas horas después de que se haga público el acuerdo entre el Ministerio de Educación y las distintas Consejerías de Educación autonómicas para ver cómo se articula el tercer trimestre y, sobre todo, el final de curso, el tema de la evaluación y promoción del alumnado. Con las clases suspendidas desde mediados de marzo, es un desafío ver qué hacer, combinar justicia, equidad y aprovechamiento del trimestre, dentro de los límites que se pueda. Otra consecuencia de la catástrofe que vivimos, la pandemia. 
Tiempo habrá de valorar y examinar cómo queda la cosa educativa formal, con sus diferencias y complejidades. Este artículo intenta ver qué ha perdido la escuela con la pandemia. Ya en una primera entrada de esta serie hablábamos de la pérdida del contexto escolar, aquello que acompaña a tantas prácticas que, fuera de lugar, no se comprenden igual o, simplemente, carecen de la mayor parte de su sentido.
El segundo artículo hablaba del desconcierto generado, de las iniciativas llevadas a cabo por la administración educativa (como el plan MULAN en el sistema valenciano) y por el profesorado para llegar a su alumnado por medios no presenciales. Ha sido, en general, un derroche de interés, ingenio, mezclado también con "más de lo mismo" en algunos casos. Se ha visto también la diferencia, por regla general, entre infantil y primaria, por un lado, y los estudios secundarios, por otro. Aquí, el debate ha sido sobre no dejar a nadie atrás, y claro, se ha revisado el concepto de brecha digital, y de brecha de conocimiento, que también existe.
Las consecuencias del confinamiento son muy serias para la institución escolar. Primeramente, hemos perdido, por ley y mientras dure el estado de alarma, o más acertadamente la suspensión de las clases, la presencialidad del alumnado, que nos hacía tener público y que ocupaba buena parte del tiempo de infancia y adolescencia, mientras la familia trabajaba. Ese espacio temporal, de ocho a dos y media, de nueve a cinco, ha desaparecido. Hemos dejado de ejercer la guardia del alumnado, y no es cualquier pérdida. Sí, la recuperaremos en cuanto pase la pandemia y podamos reiniciar la actividad lectiva en las aulas. Está demostrado que esta función es fundamental en la sociedad actual; de hecho, uno de los problemas que se presentan es qué hacer con los hijos si se vuelve al trabajo antes de que se retomen las clases, cosa que ha pasado parcialmente y que puede extenderse con la reapertura del comercio, por ejemplo. 
Veremos si en un futuro esta ausencia repercute en forma de nuevas maneras de formación, si se potencia los medios a distancia, si hay más debate sobre el papel de la educación formal en este siglo que nos lleva de sobresalto en sobresalto social. Menos mal que la Historia se había acabado tras la caída del Muro de Berlín, como dijo Francis Fukuyama en su obra El fin de la historia (y el último hombre), y sería sustituida por la estadística. Predicción, por cierto, que ya se hizo en su momento en la Ilustración.
Hemos perdido al alumnado en las aulas, y ahora se plantea que vamos a perder la evaluación del mismo. Tema espinoso donde los haya, la evaluación ejemplifica, sin duda, la relación de poder que existe en la educación formal. De hecho, poco podemos hacer ante un alumnado (y también ante familias) que no dan importancia a la evaluación, a la promoción, a la calificación positiva plasmada en un boletín. Sin motivación por ese camino, el de las notas, todo es más complicado. Evidentemente, hay alumnos que gustan de aprender, son curiosos y se encuentran bien en el aula. Y hay otros que no, posiblemente fruto de un desenganche a nivel cognitivo y afectivo. Si las tareas le han resultado demasiado difíciles -o tediosas, también ocurre- o si en su casa le dejan claro que no hace falta que haga otra cosa que ir a clase, o si ha topado con un sistema que no le ayuda a pesar de sus dificultades... De todo hay en las aulas del Señor. En tantos años de clase he visto de todo. He encontrado alumnos brillantes que no mostraban ningún interés en cuarto de primaria, y objetores escolares en quinto. Y he visto alumnos que no hacían nada, porque su profesor entendía que "era de PT" y él o ella habían de dar el libro de texto de tal nivel. Afortunadamente, las cosas han cambiado. Y ese dejarse ir, lo hemos comentado aquí varias veces, ocurre cada vez antes, en primaria, cuando hace años era más ocasional. A tal efecto, me ha sorprendido leer, en El profesor, de Frank McCourt, los problemas de disciplina que ya sufrían en los institutos de formación profesional de Nueva York... a finales de los años cincuenta del siglo pasado.
Pero, atención, hablamos de la evaluación. Ese proceso de juicio sobre el trabajo y los conocimientos que demuestran nuestros alumnos, sobre el que reflexionamos -en general- tan poco, y tan lleno de atavismos, como el boli rojo, el "te pongo un cero" o "te pongo un positivo". Tres prácticas que no he hecho nunca, por cierto. Otra cosa es llevar un control de las tareas, un cuaderno de clase del profesor... Pero bien, volviendo a la evaluación, es un tema controvertido, pobremente entendido como un proceso unidireccional, de docente a discente, cuando también ha de darnos información de nuestro desempeño en el aula, de qué recursos han funcionado y cuáles no, de qué podemos desdeñar para otros cursos y qué es valioso, y qué podemos hacer para mejorar todo, nuestra práctica, el trabajo del alumnado y la manera en que adquieren sus conocimientos.
Ya digo, se piensa poco en la evaluación como tal, se dan por sentadas muchas cosas. Recuerdo una conversación con un profesor de informática en secundaria que diferenciaba entre 4.9, suspenso, y 5.0, aprobado, casi como un axioma científico. 
No creo que el profesorado sea un ente malvado que quiere fastidiar a sus discípulos. No me consta. Pero sí es verdad que se ha desenfocado la cuestión durante mucho tiempo. De hecho, hay quien dice que sin un cambio en la evaluación, no se puede hablar de verdad de innovación educativa. 
Y ahora se plantea la promoción de todo el alumnado, con excepciones. Habrá que ver cómo se articula eso. En mi caso, y no soy tutor de primaria, tengo claro qué alumnos habrían de quedarse en el mismo curso un año más, porque es imposible que se desempeñen bien en el curso siguiente. Y son eso, excepciones.
Muchos compañeros docentes se han puesto de los nervios: ¿Y los contenidos? ¿Y la desmotivación del aprobado general? ¿Y los que han "cumplido" con todo? Parece ser que olvidamos que el aprendizaje ya es una recompensa intrínseca, una satisfacción. Pero si hablamos de "regalar aprobados", pues la cuestión es otra: es la sanción del aprendizaje, de los resultados, de su cuantificación en forma de nota numérica. 
Estamos ante una situación nueva. Las soluciones no pueden ser las de siempre. Teniendo en perspectiva que la educación formal va, con más o menor intensidad, de los tres a los dieciocho años, y la obligatoria de los seis a los dieciséis. 

viernes, 10 de abril de 2020

El desconcierto general (Crónica del confinamiento, II)

Tras la sorpresa inicial, el desconcierto de la suspensión de las clases (que fue en fechas distintas en las comunidades autónomas, y para todos desde el decreto 8/2020 de estado de alarma), se impuso empezar a pensar cómo llegar al alumnado sin su presencia en clase, un hecho que se daba por descontado en el sistema formal de educación. Cómo ya hemos relatado en un artículo anterior, se montaron planes por parte de la administración educativa, se dieron indicaciones o instrucciones al profesorado a tal fin: asegurar que se podía seguir telemáticamente el desarrollo (evidentemente mediatizado por la no asistencia) de las clases en las etapas no universitarias.
Ha pasado casi un mes, ya que las clases se suspendieron a partir del 16 de marzo a nivel español. Como decíamos, antes se pararon en Madrid, y Valencia ya había decidido la suspensión de quince días a partir de la fecha reseñada anteriormente. Después, llegó el decreto de alarma, el confinamiento, y el desconcierto docente, discente y administrativo. Todo tarde, todo de prisa, todo con el toro encima. Y lo dice alguien que, como yo, el 8 de marzo acudió a un Villarreal-Leganés con otras veinte mil personas, aproximadamente.
A nosotros, en Borriana, el cierre nos sorprendió en plena semana pre-fallas. Es costumbre montar una falla sencilla y, el día último antes de vacaciones, quemarla de manera controlada en los centros. Hubo un cierto debate sobre qué hacer, porque convenía evitar aglomeraciones; es un día abierto a las familias, y una celebración muy reseñada en el calendario escolar festivo. Así que nos reunimos los directores con el concejal de educación, que nos marcó algunas directrices desde la consejería. Finalmente, celebramos la fiesta sin presencia de las familias, que entendieron la medida como la única que garantizaba la celebración dentro de un ámbito de prevención razonable. Cosa que agradezco, sinceramente. Pusimos un final alegre antes del desastre de pandemia que sufrimos, y que en esta población se ha cebado con gente de todas las edades, especialmente con los mayores.
Tras eso, una semana de vacaciones en casa, con motivo de las fallas, suspendidas pero cuya paralización no alteró el calendario escolar. Luego llegaron las indicaciones para infantil y primaria, para secundaria... Muy distinto el tratamiento para las diferentes etapas. En primaria e infantil se trataba de sacar provecho a las páginas web de centro y publicar en ellas las tareas, recomendaciones, enlaces... para el alumnado y sus familias. Además, el alumnado se había llevado sus libros de texto, si los tenían, para poder seguir las clases, de algún modo.
 En secundaria se planteó la docencia on line, más enfocada a poder seguir la programación con un contacto más directo con el profesorado. Y se empezó utilizando los medios que se tenían al alcance. Hubo y sigue habiendo problemas sobre el derecho a la confidencialidad y a la protección de datos, puesto que muchas aplicaciones gratuitas se "cobran" su funcionamiento trasladando a grandes multinacionales informáticas los datos de uso. Se ha echado mano de lo que se tenía, y que se estaba utilizando con mayor o menor acierto.
Evidentemente, un buen conocimiento, una práctica habitual de las TIC en el desempeño docente ayuda en esta situación, ya que nos hace menos dependiente del libro de texto, del soporte papel. Tener un blog de aula, plantear actividades como Kahoot o Quizziz de manera continuada, editar vídeos (o al menos usar algunos adecuados) permite evitar la terrible sensación de vacío, de abismo, de no saber cómo seguir fuera del aula, que ya no congrega al alumnado y al profesorado. Por tanto, lo que se plantea después está en función, sobre todo, de cómo se ha trabajado antes. De cualquier manera, la novedad absoluta de la situación -confinamiento, imposibilidad de contacto físico, ausencia forzada- es un desafío absoluto a la manera de educar que ha prevalecido durante doscientos años o más.
El debate se ha centrado, en un primer momento, en cómo asegurar que la mayoría del alumnado pueda seguir las clases en todas las etapas. La preocupación por la equidad, por no dejar a nadie atrás, se ha manifestado en diversas iniciativas del profesorado, que ha llamado por teléfono, ha habilitados grupos de Telegram o similares, ha recibido infinidad de correos electrónicos... Sorprende, por cierto, el poco uso que muchos de nuestros alumnos y sus familias muestran de medios tan sencillos como un correo electrónico, tanto que algunos docentes han hecho tutoriales para ayudar, y que pone en evidencia el concepto de nativos digitales. Al mismo tiempo, revitaliza el tema de la brecha digital.
También se ha visto que la carga de trabajo para el alumnado, sobre todo en la etapa secundaria, es grande (incluso en algunos centros de primaria ocurre). Si no se coordina el trabajo y su previsión entre el equipo docente de un mismo grupo de alumnos, puede darse el caso de tener más trabajo que en la enseñanza presencial, puesto que hay que seguir las clases, hacer deberes... pero sin la asistencia al centro, es decir, con mayor probabilidad de desorden, de confusión al no entender las instrucciones, o incluso, por qué no, de que aparezca la desidia, el desinterés o la pereza entre cierta parte de alumnado, que entiende erróneamente esta situación como vacacional, ya que no se va a clase. Si ya ocurría acudiendo al centro en un porcentaje del alumnado, esta proporción puede aumentar, sin duda. Las expectativas familiares sobre los estudios de los hijos siguen siendo un factor determinante. Y luego están los que han vivido de espaldas a lo digital (me refiero más a familias, y que no saben ni cómo darse de alta en un grupo de Telegram, o cómo descargarse un vale de comedor para canjearlo en el supermercado usando solamente un móvil con conexión a internet). El problema no está tanto, creo yo, en la ausencia de conexión, sino en la falta de práctica, aderezada, en algunos casos, con una insistente dependencia de la escuela, que ha de hacer más de lo que puede, con los centros cerrados.
Espacio de la Conselleria d'Educació 
para compartir recursos educativos
En general, a todos nos ha pillado con el pie cambiado. Y hay un problema de fondo con las TIC, que es su implantación desigual, como hemos dicho anteriormente... no sólo entre el profesorado, sino con las familias y alumnado. En la Comunidad Valenciana, como en otras autonomías, hay un servicio denominado webfamilia que hasta ahora dormía el sueño de los justos. Las páginas web  de centro utilizan un sistema perverso para subir contenidos (y lo dice alguien que, como director, lo sufre directamente y que al final ha aprendido a manejar los rudimentos de la página de mestreacasa.) Un sistema que no resiste la comparación con otras plataformas que usamos habitualmente en nuestros blogs, como este mismo que leéis.
Recientemente, como el único medio de acceder a las notas de la segunda evaluación era a través de webfamilia, ha habido un incremento muy considerable de peticiones de alta en el servicio. La necesidad aumenta el uso, evidentemente. No nos planteamos enviar una carta ordinaria a cada familia con las notas. Siguiendo el calendario previsto, se subieron a la plataforma Itaca y están publicadas en dicha plataforma docente de Conselleria d'Educació.
También hemos notado una subida de las visitas a la página web del centro, donde están enlazados los documentos que el profesorado ha ido incorporando durante el confinamiento. Una vez más, la necesidad mueve a la gente. Y nosotros, lo reconozco, hemos actualizado la web para que los padres pudieran usarla con más facilidad.
Y, como fondo, la incertidumbre sobre fechas, evaluaciones, manera de proceder... Nuestra administración ha sido clara en la conveniencia de repasar los dos primeros trimestres y limitar el avance en los contenidos del tercero, que está literalmente en el aire. Es de agradecer que la administración valenciana se haya preocupado de comunicar continuamente con los centros, sobre todo a través de escritos de la secretaría autonómica, aunque a veces hayan llegado tarde, porque mejor es una comunicación con retraso, que ninguna.  De momento, abril se ha perdido, y de mayo, poco se sabe a ciencia cierta. Todo depende de la evolución de la curva, del descenso del contagio y de vislumbrar luz al final de este túnel espantoso en que nos hemos metido de cabeza.
Además, a nivel autonómico se han paralizado procesos de oposición a inspección educativa, renovación de asesorías de CEFIRE, o de direcciones de centros escolares... Todo en el aire, puesto que no sabemos cuánto durará el confinamiento, previsto hasta el 26 de abril, pero con visos de prolongarse. Además, las oposiciones previstas para este curso en educación secundaria se pasan a final del próximo 20/21, con buen criterio.
Volviendo al tema de la docencia, y como conclusión, podemos decir que las TIC, hasta ahora, han sido un sí pero no constante por parte de la administración, de gran parte del profesorado y de muchas familias. No se trata de repartir culpas, sino de asumir la situación en la que nos pilló la pandemia del coronavirus. Y por eso hay profes que se han adaptado mejor, con podcasts, blogs ya activos, clases on line, uso de plataformas como Jitsi... Como resumía en Twitter con su humor característico y su capacidad de síntesis el gran Toni Solano: De la fotocopia se sale.
Eso sí, hay que revisar todo el tema de la gestión de datos, como decíamos antes, puesto que la perspectiva es seguir usando recursos online: habrá que seleccionar aquellos que no suponen un riesgo, como se ha denunciado hace poco con Zoom. Y no caer en los mismos errores de antes del coronavirus: la descoordinación, la falta de una visión compartida del aprendizaje del alumnado, el desconocimiento, a veces, de la realidad que se vive en los hogares de nuestros alumnos... .
A mí me ha sorprendido ver la dificultad de muchas familias para usar, como relataba más arriba, el correo electrónico del centro, aunque sus hijos lleven móvil con conexión a internet; son "consumidores digitales", pero no tienen las habilidades para un uso diferente del que hacen: chatear, ver vídeos y subir historias a ciertos canales. Y de todo ello hemos de tomar conciencia el profesorado, no para asumir toda la responsabilidad, sino para saber qué terreno inestable estamos pisando en el tercer trimestre de este ya imposible curso 2019/20.

sábado, 4 de abril de 2020

Nos hemos quedado sin contexto (Crónica del confinamiento)

Hoy es sábado, 4 de abril. Desde el domingo 15 de marzo, España está en confinamiento. Las clases presenciales en la educación formal se suspendieron la semana anterior en Madrid, y en la Comunidad Valenciana, donde vivo y trabajo, se tomó la decisión el 12 de marzo, jueves, para aplicarla el lunes 16. Antes, el día 10, se había tomado la insólita, y muy dolorosa, medida de suspender las fiestas de Fallas y de la Magdalena, ejemplos de festejo popular con miles de visitantes y participantes. 
Hasta ahora, nada que no sepáis. La pandemia que todavía nos afecta, que no se vio venir y que muerde sobre todo a los mayores y enfermos con otras complicaciones, ha cerrado las aulas indefinidamente. Primero fueron quince días, pero ya se ha visto que no se sabe con certeza -tal vez ni aproximadamente- cuándo volveremos, si es que volvemos en el curso 19/20. Algunas universidades españolas han decidido pasar a la docencia telemática y buscar fórmulas para la evaluación de su alumnado. Pero las etapas obligatorias no lo tienen tan sencillo, y aquí incluímos el bachillerato, que, aunque de carácter voluntario, es paso obligado para acceder a la universidad. También la Formación Profesional tiene sus especificidades en forma de prácticas presenciales, módulos específicos... No es fácil buscar una receta para todos los niveles educativos.
Primero que nada, creo que la situación es desastrosa para la educación. Desastrosa para maestros, equipos directivos, equipos de orientación, y, por supuesto, alumnado y familias. La escuela se basa en la presencia compartida de docentes y discentes, organizados de una manera concreta a nivel horizontal y vertical. Es un sistema, con todo lo que conlleva de inercias, prácticas implícitas y curriculum oculto. Todo eso lo hemos estudiado, lo sabemos y, por encima de todo, lo vivenciamos. El aula constituye lo que algún movimiento, como el encabezado por Loris Malagucci en Reggia-Emilia, ha denominado "El tercer docente", una referencia del aprendizaje y configurador del contexto del mismo. Se puede saber cómo funciona un grupo, al menos en infantil y primaria, por su organización, por sus paredes, por la facilidad para acceder al mismo. En secundaria es más complejo, porque los docentes suelen visitar distintas clases en las que permanece un mismo grupo de alumnos, una tutoría. 
Pero, de todas maneras, el aula, con sus elementos fijos (pizarra, mesas y sillas, espacio para almacenaje, cañón y pantalla) es una constante en la tradición escolar, ya desde Comenio. De hecho, el debate actual estaba, antes del coronavirus, en replantear el papel del aula-huevera, es decir, de estructura fija e igual para todo el alumnado, a otra opción más flexible, abierta a una reorganización constante: lo que se ha venido en llamar "el aula del futuro" o "hiperaula", en expresión de Mariano Fernández Enguita.
Es evidente que el modelo de aula heredado de los principios del XIX, cuando se extiende la educación formal para el afianzamiento de los estados-nación y como paso previo al trabajo rutinario en la fábrica ya no sirve en un mundo hiperconectado. El debate sobre el uso de las TIC, un debate que ya dura veinte años, es, en el fondo, una discusión sobre el aula y su papel. Porque, o bien se abre el aula a lo nuevo y a la influencia exterior, a través de internet, de trabajos colaborativos con otros centros, o bien se sale de la misma para conocer la realidad de primera mano, en la medida de lo posible. Aula sin muros o educación sin aulas, es la conocida alternativa que ya en 2012 planteaba Fernández Enguita. Por desgracia, cada vez es más complicado conocer la realidad con el alumnado, porque se ha dificultado mucho la asistencia a fábricas, por ejemplo, por la política de prevención de riesgos laborales. Y, por otra parte, han aparecido empresas de monitores que se encargan de las salidas extraescolares, con lo que el profesorado, aunque acompañe, se circunscribe más al aula, sigue "confinado" en este espacio; cuántas oportunidades perdidas de demostrar al alumnado que se sabe, que se puede aportar más allá de la mesa de docente y de los materiales preconcebidos, tantas veces, a prueba de maestros, o prof-proof.
Pero ese debate ha pasado, o se ha parado, ante la avasalladora realidad de suspensión indefinida de las clases. Ya no se trata de elegir alternativas, porque no hay clases presenciales. Los centros, cerrados. El alumnado en casa, los docentes también. Llegan instrucciones por correo electrónico, por las plataformas digitales administrativas. Hay que montar planes distintos para primaria e infantil, para secundaria y bachillerato, formación profesional... En la Comunidad Valenciana se ha planteado y llevado a cabo el plan MULAN (de nombre rimbombante, que recuerda a una película Disney). En primaria hemos colgado indicaciones para el trabajo del alumnado en la página web del centro, y cada docente se ha buscado la mejor manera de contactar con su alumnado, teléfono incluido, o correo electrónico, o grupos de Telegram, o redes sociales... Me consta que ha habido un esfuerzo importante, y no digamos ya en secundaria, donde hay plataformas, como Aules, para poder dar clase de manera virtual. Twitter se ha llenado de testimonios de profesorado de secundaria que trabaja más que cuando iba al centro, o al menos, está más tiempo conectado. 
Evidentemente, todo el alumnado no puede seguir igual las clases. Si es un hecho que ya ocurre en el aula física, cuando vemos que algunos necesitan conceptos anteriores no adquiridos, otros muestran desinterés por diversas razones, unos más faltan con frecuencia... Surge la preocupación porque no se rezaguen más, por la equidad. Pero en un escenario nuevo, sin suelo bajo los pies. La escuela, súbitamente, ha perdido su papel de lugar de encuentro y de custodia de infancia y adolescencia. Se habla de docencia online, de videoconferencias, se debate sobre usar herramientas de Google o de otras empresas tecnológicas. 
Hemos perdido el contexto, aquello que daba sentido -o gran parte del sentido- a las prácticas escolares. Programar, aplicar, corregir, demostrar... todo se hacía físicamente, aunque fuera con ayuda de tecnología. En este sentido, hay profesorado que ha desarrollado maneras de comunicar distintas a la mera presencia en el aula, a través de blogs, páginas de recursos, metodología de clase al revés... Ese profesorado, y su alumnado, sufrirán menos, es de suponer, este estado calamitoso de cosas, porque ya habían iniciado un camino telemático, una presencia en internet, un aprovechamiento de sus posibilidades. En cambio, los reticentes a estas tecnologías pueden verse más agobiados, sin duda. Pero a todos nos ha cambiado el escenario. 
La escalera de acceso al primer piso de mi escuela,
decorada para el día mundial de la poesía.
Yo decía a las familias de quinto de primaria, donde doy matemáticas, que no íbamos a ver el tema de la superficie, un tema bastante abstracto para quinto, a distancia. Que haríamos una introducción y repasaríamos el trimestre. Que la superficie se vuelve a ver en sexto de primaria, y con eso sería suficiente. Y sabéis que no me distingo precisamente por plantear aprendizajes superficiales, no es mi estilo, ni tampoco participo de la espectacularización de la educación. Creo que dar mucho, profundizar en los aprendizajes, es un favor al alumnado. Pero nos falta el contexto, la situación de enseñanza que se da en el aula; una aportación que no se puede sustituir por un vídeo de Youtube o por la programación de Clan TV. O, por un vídeo grabado por mí explicando tal o cual cosa (que al final haré de algún modo u otro, lo tengo claro). Y he dado algunas páginas web donde pueden hacer actividades de repaso de matemáticas o de ciencias sociales. Pero son remedios, que, además, ya podían utilizarse antes, como decíamos de los blogs de aula. 
Con esto quiero decir que lo que hacemos es otra cosa, no puede ser lo mismo que hacíamos en el aula, con todas sus dificultades, interrupciones, días malos... Encontrar una solución no es nada sencillo, ni a nivel de curriculum, ni de cómo acabar el curso, ni de evaluación. Pero si tenemos claro que no podemos volver ni desenvolvernos en un escenario tan habitual para nosotros como el aula física (donde llevamos toda nuestra vida como alumnado o profesorado) ya llevamos mucho adelantado. 



Sobre IA en educación: reflexiones desde Vila-real

  A principios de marzo se celebraron unas jornadas educativas en Vila-real, localidad donde trabajo desde hace ya cuatro cursos. El tema er...