martes, 29 de diciembre de 2020

Una docente se jubila, una vez más

 Cierro el año 2020, tan nefasto para la educación en tantos aspectos, con una reflexión más sobre el profesorado, sobre nuestra vida en las aulas, que vamos consumiendo trienio tras trienio, desde una ya lejana incorporación, en mi caso, hasta el momento inexorable de la jubilación. Un recorrido vital ligado a la escuela, a sus prácticas y tradiciones.

El motivo de este artículo es la jubilación, en mi centro actual, de una docente, Gloria, al llegar a la edad en que se puede optar a la misma. Por cierto, esto ha cambiado, según tengo entendido, y será más difícil jubilarse a los sesenta con las mismas ventajas que hasta ahora. La verdad es que no lo entiendo demasiado, en mi paisaje vital la jubilación no aparece, de momento. A raíz de esta jubilación, he decidido reflexionar sobre las etapas que pasamos como docentes y también de qué manera estamos en los centros, cómo contribuímos a la cultura de cada escuela, a su carácter, ese ambiente que marca la interacción con el medio y entre familias, alumnado y profesorado.

Paisaje desde la ventana de mi aula en navidad

Dice un refrán africano que cuando un anciano muere, se destruye una biblioteca entera. Me parece muy acertado -es lo que tienen las culturas orales, que suelen acendrar el saber en máximas transmisibles de padres a hijos- y también se puede aplicar a la jubilación de un docente. A lo largo de mi ya dilatada carrera profesional, he visto jubilarse a unos cuantos compañeros. Algunos han dejado huella en su centro, en su alumnado, en el claustro, por su buen hacer, compañerismo, bonhomía. Otros, por lo contrario. Y algunos, han pasado sin pena ni gloria, y no dejan rastro apreciable. 

Creo que la contribución más relevante a las etapas profesionales de la docencia, el análisis de cómo pasa nuestra vida en el centro, lo ha realizado Huberman. También Hargreaves, que es de mis autores favoritos, pero prefiero, en este apartado, la claridad de Huberman, quien distingue cinco etapas, según se recoge en este texto de Gladys Hernández:

1. Inicio de la docencia- experimentan angustias e inseguridades (los primeros tres años)
2. Estabilización, consolidación y dominio de rutinas (desde los cuarto a los seis años)
3. Diversificación-cuestionamiento. Los docentes se preocupan por mejorar su actividad diversificando estrategias o asumiendo nuevas responsabilidades o se cansan de su actividad que la ven rutinaria y cambian de profesión (desde los 7 a los 25 años de trabajo)
4. Búsqueda de una situación profesional estable: unos se cuestionan por su eficacia como docentes, otros abordan el ingreso de nuevos referentes con serenidad y distancia afectiva, otros se despreocupan del desarrollo profesional, se vuelven conservadores de lo tradicional, como refugio y manifestación del rechazo al cambio (25 a los 35 años de trabajo)
5. Preparación para la jubilación. Según este autor después de los 35 años de ejercicio de la profesión se produce una gradual ruptura o pérdida del compromiso con el ejercicio profesional. Estos últimos años se pueden vivir con euforia al abordarlos de forma positiva, de ansiedad y/o depresión ( de los 35 a los 40 años)

En este sentido, la edad puede conllevar, efectivamente, una cierta relajación; pero he visto muchos docentes, como esta compañera que se acaba de jubilar, que han estado al cien por cien hasta el mismo día en que dejaron el centro. Y otros que están a un porcentaje mucho menor, aunque les falten decenios para jubilarse. La diversidad humana, sin duda. 

He compartido unos meses con Gloria, pared con pared, ella en segundo y yo en tercero de primaria. He visto su dedicación a su clase, los problemas de confinamiento por brotes de COVID, cómo se quedaba por las tardes con sus compañeras de nivel a preparar materiales, revisar actividades... hasta el último día. Y sin un mal comentario, sin quejarse, queriendo trabajar con la mayor normalidad posible, cosa que, desde marzo, no ha sido fácil.

Como decía, un docente que se jubila es una biblioteca que desaparece, un saber hacer que se va con él o ella... pero también puede permanecer, en parte, en su lugar de trabajo; y eso, ¿cómo es? La nuestra es una profesión con una fuerte tendencia al individualismo, lo que se traduce en una dificultad endémica para alcanzar consensos metodológicos y plasmarlos en documentos útiles que puedan guiar la práctica, más allá de lo prescrito y prescriptivo, que suele acabar en un cajón. 

Hay un delicado equilibrio entre la iniciativa personal (que no libertad de cátedra, eso es quimérico) y el consenso en el nivel, ciclo o etapa. Siempre se puede encontrar un espacio de autonomía profesional, aunque se circunscriba al aula. Y en ese equilibrio, crece el docente y crece la escuela. Si no es así, fallamos.

Volviendo al tema que nos ocupa, hacer escuela es compartir, es estar, es tomar café en la sala de profes, quedar para comer... aspectos formales e informales, todo construye, pasarse una ficha de trabajo, ayudarse con un alumno difícil... nos hace ser conscientes de que no educamos -ni trabajamos- solos. A la vez, sabemos cuán dañina puede ser la crítica entre compañeros, el comentario sarcástico, incluso la maledicencia que crea mal ambiente... sin que llegue a la reunión de claustro, donde se pueden -y deben- hablar esos temas.

Sin embargo, si se sabe lo que hacen los demás compañeros, si se comparte, si se reflexiona, se va construyendo un saber y una cultura escolar de centro, que puede permanecer en el tiempo porque las prácticas se han generalizado y consolidado. El conocimiento de la práctica es fundamental para el desarrollo profesional docente. Además, como dijo alguien, nunca se puede llegar a saber hasta dónde llega la influencia de un docente en su alumnado.

Concluyo con una realidad que me pasma, aún después de tantos años: la indiferencia de la administración educativa ante la jubilación de una persona que ha dado tanto profesionalmente a la educación. Ni una llamada telefónica, ni una carta mínimamente personalizada... nada. Ni inspección educativa ni la dirección territorial en Castellón mueven un dedo por agradecer los servicios prestados y mostrar reconocimiento. Sé que el ayuntamiento de Castellón sí que reúne a los docentes jubilados en el año escolar, y les organiza un pequeño homenaje. Pero, la propia administración, no se preocupa. 

Somos los compañeros quienes, con mayor o menor fortuna, preparamos ese día para que quien se jubila se lleve un buen recuerdo. En este caso, se llevó todo con sigilo y con ilusión de celebrar una despedida entrañable. Acabamos el día haciendo un pasillo con nuestro alumnado para que Gloria pasara, por última vez, con su curso hasta la puerta de salida, entre el aplauso de todos. Qué menos que la comunidad escolar reconociera tanta dedicación. 


sábado, 26 de diciembre de 2020

Un trimestre anómalo, un esfuerzo compartido: educación y COVID.

Se nos va acabando 2020, el año de la pandemia, y la verdad es que hacer un resumen de lo educativo da bastante pereza, aunque sea necesario o, cuanto menos, recomendable. Evidentemente, dos hechos han marcado este año en educación: el confinamiento, con la suspensión de clases desde mediados de marzo, y la ley Celáa o LOMLOE. De esta ley ya se ha hablado mucho, y conviene esperar a ver cómo se concreta en las distintas administraciones autonómicas. Podemos pedir palomitas y disfrutar del cainismo y de la poca responsabilidad política: total, sólo se trata de educación y del futuro del país.
Del confinamiento hemos hablado bastante en este blog: de hecho, le dedicamos tres artículos exclusivos, más alguno más sobre los efectos en parte del alumnado, aquel más vulnerable y que, de alguna manera, recibió ayuda tecnológica para seguir las clases y los aprendizajes. 
Hoy quería referirme a cómo ha ido, desde mi visión personal, el primer trimestre del curso 20/21. He llegado a un centro nuevo para mí, he vuelto a la tutoría, me he reencontrado con responsabilidades viejas y he dejado el peso de la dirección. Pero no es un artículo sobre mí, sino sobre cómo está viviendo el sistema educativo este desastre llamado pandemia.
Las consecuencias del cierre las estamos pagando todavía. No había otra opción, aunque quizás se podría haber habilitado el mes de junio para terminar el año escolar de algún modo más cálido, con presencia por turnos. En mi centro anterior, por cierto, vinieron los alumnos de sexto de manera voluntaria en grupos de cinco para cerrar el curso antes de irse a secundaria. Fuimos el único centro público de la población (35000 habitantes aproximadamente) que hizo uso de esta prerrogativa.
Se propuso la promoción automática de todo el alumnado, lo que se entendió, según mi opinión, como barra libre para que todos pasaran de curso, independientemente de las circunstancias personales. No debió ser así; se tuvo que poner más atención en qué alumnado no podría seguir los aprendizajes en el año siguiente. Antes de fusilarme por partidario de la repetición, dejad que me explique: la idea era no perjudicar al alumnado ante el cierre -imprevisible sólo en febrero- de todos los centros educativos. Pero, si ya veíamos que algunos niños o jóvenes sufrían un retraso educativo importante con respecto al resto de sus compañeros, ¿esperaríamos un milagro durante el confinamiento, una recuperación portentosa de lo no adquirido hasta ese momento? Y, lo más importante... ¿se iba a preparar un refuerzo adecuado durante el verano y en el curso 20/21 que permitiera a tanto niño promocionado sin los conocimientos requeridos "hacer pie" y no ahogarse académicamente? Sí, la pregunta es retórica, amigos.
Yo era director durante el confinamiento, y hablé con personal de conselleria para ver exactamente qué se podía hacer con la repetición, ya que teníamos algún caso extraordinario, complejo, en el que se juntaban varios condicionantes en contra de la alumna que, a ojos de todos los implicados, no podría seguir el curso siguiente con normalidad. Y se me dijo que había excepciones, que se había de argumentar el caso y contar con un consenso en el equipo docente... Pero el inspector dijo que pasaban todos. Y no quise forzar una decisión que, ciertamente, yo no habría de administrar, ya que no iba a ser director en este curso. Y eso se ha repetido en tantos centros, con tantos alumnos.
Este año escolar nos hemos encontrado con desdobles para reducir ratios. Cada centro ha usado los recursos como mejor ha creído. Yo mismo soy tutor de tercer curso, con dieciocho alumnos. Doy Educación Física, para desgracia de mi alumnado. He preparado el área lo mejor que he podido, y hemos llevado a cabo juegos, actividades, pruebas... además de contar con el apoyo de la iniciativa Esport a l'Escola, que nos ha permitido colaborar con la Federación Valenciana de Esgrima. Así hemos pasado el trimestre, y esperamos pasar el curso. Se ha tomado una decisión arriesgada, como es que personal no habilitado dé clase en un área. Sé de lugares donde se ha hecho lo mismo con el inglés, por ejemplo. Y se han cerrado diseños sin saber las habilitaciones de los que llegaban al centro. Se ha perdido el inglés en artística, una de las opciones que la Conselleria d'Educació valenciana daba para desarrollar el proyecto de plurilingüismo. Se han reducido las horas de Pedagogía Terapéutica disponibles, y la profesora de Audición y Lenguaje es tutora, con lo que no hay atención en este campo.
Dibujo de Fabio, alumno de mi clase,
sobre el confinamiento

Tampoco hay refuerzos en los grupos burbuja, y los tutores estamos en el aula las veinticinco sesiones lectivas. Normalmente, es decir, sin pandemia, los docentes reforzamos otros grupos y, a la vez, nuestro alumnado recibe refuerzo. Sin esta actividad docente, y a pesar de la ratio más reducida, aquellos niños con gran desfase no se llegan a coger al ritmo de la clase, porque la distancia es demasiado grande para ellos. Si se han reducido las horas de PT y no hay AL... se ha convertido la promoción en una dilación del fracaso escolar para tanto alumnado. 
Ya sé que no hay dinero para todo, y soy consciente de que se ha hecho un esfuerzo por contratar profesorado en la Comunidad Valenciana, donde trabajo. Pero estamos llevando un trimestre realmente anómalo. Se ha agrupado al alumnado por asistencia al comedor, un criterio absolutamente inasumible por ser nada pedagógico. En el centro donde trabajo, de hecho, ha aumentado la matrícula de comedor con respecto al curso anterior, lo que me parece contradictorio, ya que, cuantas menos horas se pase en el colegio, menos riesgo de contagio hay. 
A pesar de todo, hemos terminado el trimestre y ha habido continuidad en mi clase; no en todas ha sido así, ya que se han confinado varios grupos. El nuestro ha tenido más suerte en ese sentido, y casi que hemos trabajado con normalidad, sin refuerzos, AL, maestros de EF y menos horas de PT de las necesitadas. Y con tutorías con padres a distancia, ya que las familias no pueden acceder al centro. Me consta que se está trabajando para que no sean dos los cursos perdidos. Con todas las limitaciones que el COVID19 está provocando, con el cansancio del profesorado en los grupos burbuja, y también del alumnado que no puede jugar a pelota, que no puede mezclarse con otros grupos, que se ha separado de compañeros con los que iban desde infantil. Y luego, el miedo comprensible de tantos compañeros que, por edad u otras circunstancias, pueden contagiarse y sufrir complicaciones. Y que han aguantado, incluso hasta la jubilación, como una compañera de mi centro que acabó el 22 de diciembre.
En fin. Sólo quedan dos trimestres.

Crónica de la II Edujornada... desde la distancia

  Hace unos días se ha celebrado en Madrid la segunda Edujornada, en el Caixaforum de la capital. Por razones personales, no he podido asist...