martes, 2 de febrero de 2021

La escuela postmoderna ya está aquí

 Tras mucho pensar, creo que la denominación adecuada para la escuela que se está imponiendo es postmoderna. Cierto es que últimamente se llama postmoderno a cualquier cosa, pero eso no va en contra del argumento, más bien a favor: en esa escuela cabe cualquier cosa. Inteligencias múltiples, bienvenidas. Estilos de aprendizaje, bienhallados. Cooperación-porque-sí, fantástico. Y si puede ser, todo bien documentado con vídeos que se colgarán en redes sociales. Que se hable de la escuela, que se visualice lo que hacemos. Aunque lo hagamos para que se vea, más que nada.

El otro día me llamaron la atención, cariñosamente, por un tweet que venía a decir algo así como que la escuela postmoderna vive en la superficialidad: imágenes, vídeos, emociones... La educación es otra cosa, más sólida y con vocación de durar. Se entendió que yo no quería imágenes en la educación, cuando soy un firme defensor de la alfabetización audiovisual, de la necesidad de educar la mirada. Por cierto, hace muchos años gané un premio por análisis de publicidad, cuando nuestra conselleria premiaba la iniciativa didáctica del profesorado. Y en este mismo blog he publicado a favor de introducir el estudio de la imagen en las aulas, ya en primaria. 

Además, hemos publicado, a lo largo de los años, vídeos didácticos de lo que hemos hecho en clase; aún recuerdo cuando el alumnado realizó un vídeo en el que explicaba el funcionamiento de un electrodoméstico, o contaba una receta, o incluso cómo se pescaba (un alumno contó con la inestimable colaboración de su abuelo). El texto instructivo oral. También hicimos una versión coral de "La rosa de paper", de Vicent Andrés Estellés. 

No se trata de enumerar las veces que he introducido una cámara en clase (con permisos paternos) ni de repasar los productos obtenidos. Mi crítica no iba en ese sentido, sino en la superficialidad que acompaña -o puede acompañar- a la necesidad de grabarlo todo, de emitirlo todo, de supeditar la práctica escolar a la cultura del espectáculo.

Son tantas las referencias que vienen a mi mente cuando escribo esto, que necesitaría varios artículos para ordenarlas coherentemente. Pero vayamos por partes. 

El predominio de la imagen es una realidad incontestada hoy en día. Ya hace años, Giovanni Sartori alertó de este fenómeno, referido a la televisión, en Homo videns. Advertía del deterioro de la capacidad lectora, de razonamiento basado en la palabra, y su sustitución por la imagen, lo que nos retrotraía en la evolución humana. Y antes de él, Débord analizó la sociedad del espectáculo, en la que vivimos y en la que se desenvuelve la educación formal, sin duda. Y sobre todo, nuestro alumnado, expuesto cada vez  más tempranamente a las pantallas, de manera irreflexiva y permanente, lo que dificulta su atención de manera continuada. Si nos remontamos a Herbert Simon, en los primeros setenta, ya afirmaba que la abundancia de información redunda en menor atención.

Por tanto, enseñar a mirar, recuperar la distancia (aquí pueden incluirse tantísimos aspectos), es tarea fundamental de la escuela. Tanto con internet, como con el arte, la publicidad en prensa y televisión... Esa sería una escuela actualizada, sin duda. Con presencia en internet, de acuerdo. Pero sin obsesionarse en la visibilidad virtual. Mejorando, a la vez, la accesibilidad de las familias a lo sustancial, explicando la propia práctica, recuperando el valor de lo colectivo también en una renovada comunidad escolar, cada vez más diversa y más compleja. Teniendo un proyecto pedagógico de verdad, no un corta y pega con ocurrencias o irreflexivo, a la moda. 

La escuela, se ha dicho como crítica, lleva un retraso de años con respecto a la sociedad en la que está inserta. Pasó con las TIC, antes con la diversidad funcional... En cambio, no se esperó a la administración para dar respuesta a temas como la atención al alumnado inmigrante: hubo iniciativas loables que fueron compartidas gratuitamente para que los que, a partir del año 2000 aproximadamente, empezaron a llegar a las aulas españolas con desconocimiento de lenguas. Pero la tónica general es, efectivamente, filtrar temporalmente las aportaciones que se van incorporando. Es lógica esa distancia, a mi entender, que da más perspectiva. No es un hacer por hacer. Entre la inmediatez de la imitación de las prácticas y el rigor de leerse hasta la última evidencia científica hay términos medios por los que transitar. Y en los que se mueve la mayoría de profesorado, entiendo yo. Aunque hay modas muy persistentes, muy postmodernas en sus planteamientos, y picamos muchas veces. 

La educación emocional, por ejemplo. Me parece fundamental que el profesorado trate con su alumnado temas como la reacción ante la frustración, ante el conflicto, la manifestación de alegría sin hacer chorradas ni algaradas, la empatía y ponerse en el lugar del otro. Hay prácticas sencillas que no son de ayer precisamente, como el adoptar distintos roles o role-playing, el buzón de sugerencias, los semáforos de emociones... Las sesiones de tutoría son ideales para llevar a cabo esas prácticas, así como la autoevaluación del alumnado, un sociograma trimestral, además de las asambleas en primaria (en infantil suelen ser diarias) y los debates en ESO. Hay mucho que hacer, si se quiere. Por tanto, antes de lanzarse a la educación emocional como novedad, habría que recuperar el espacio de la tutoría.

Es curioso que en primaria e infantil, donde se hace tanto tiempo de resolución de conflictos, buscar empatizar, favorecer la convivencia, en una palabra, no haya tiempo estipulado para la tutoría, que sí está en secundaria. A propósito de esto, la educación valenciana ya establece, en las instrucciones de inicio de curso, la necesidad de establecer un tiempo semanal de tutoría en los CEIP, además de un programa de educación afectivo-sexual en primaria. Algunas cosas se van viendo.

   Volviendo al tema de la postmodernidad en educación, al que dedicaremos más artículos, estamos ante una relajación de la exigencia a nivel social, porque hay un debilitamiento del vínculo social, de manera que nos sentimos, en general, menos vinculados que antes con nuestros conciudadanos. Es lo que Lipovetsky llamó, hace años ya, el crepúsculo del deber. Por cierto, me alegra ver que se reivindica a este autor en los últimos tiempos. Vivimos en la primacía del yo, oscilando entre la añoranza por la pérdida de la comunidad que supuso el paso a la sociedad y una visión individualista, con tintes narcisistas en muchos casos, de la propia existencia. Mientras tanto, aumentan la ansiedad y la depresión en nuestras sociedades, incluso antes de la pandemia del COVID19, que ha agravado la tendencia.

Conociendo y reinterpretando a Keith Haring, 
trabajo de este curso escolar en 3º EP

¿Qué hace la escuela ante esto? ¿Mira para otro lado y se enroca en los aprendizajes más académicos, obviando la realidad social? ¿O se sube al carro de las modas escolares (no me atrevo a llamarlas pedagógicas) y relaja tanto lo académico que resulta irrelevante? ¿Superamos la folklorización y la palomita picassiana para el DENIP, o nos unimos a ella con más entusiasmo, si cabe?

Aclaro que no se trata de más o menos TIC, porque las TIC ya forman parte de la vida de nuestro alumnado, queramos o no, y suponen una ayuda a la docencia, siempre que tengan un valor añadido. En la época de la imagen, no usarlas en el aula parece anómalo, anticuado (pero vuélvase a leer la oración anterior, por favor). Además, hace tiempo que las usamos en la escuela aunque sea a nivel burocrático (las calificaciones ya se ponen en plataformas informáticas, cada vez más se usa el correo corporativo, en pandemia se ha incrementado el uso de las páginas web de centro, entre otras cosas). No es un debate tecnológico, sino de fondo, de visión de conjunto de qué es y qué ha de ser la educación hoy.

Pues en esas estamos, en esta disyuntiva que no es, como siempre en educación, de posturas, ni de respuestas, absolutas. Abrirse a la realidad, acercarse a ella de la manera más efectiva posible. No hace falta gran parafernalia para eso. Recuerdo un par de cosas que hice años ha con mi alumnado de sexto EP: fuimos, durante un curso escolar, al Auditori de Castelló para asistir, a las 20 h, en pequeño grupo, a los conciertos de música clásica de la programación general. Un éxito, la verdad. Por otra parte, durante tres cursos, creo recordar, invité a mujeres profesionales destacadas para que hablaran a la clase de su día a día, de cómo habían llegado a la Universidad, por ejemplo (una de ellas era profesora en la UJI).

Y como director, he intentado profundizar en la cultura escolar de centro, ofrecer actividades y contenidos de calidad, despertar la curiosidad del alumnado, una llama que se va apagando con la rutinización... pero, no me pidan que me ponga la nariz de payaso, que no me va. Respeto a quien lo haga, aunque yo no soy tan postmoderno.

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