viernes, 18 de mayo de 2018

Delata a un docente valenciano

Reconozco que he dejado pasar unos días antes de escribir este artículo, para no hacer afirmaciones de las que pudiera arrepentirme. La indignación es mala consejera, por regla general, aunque no sentirla equivale, en tantas ocasiones, a carecer de sensibilidad. Todavía recordamos el opúsculo de Stéphane Hessel, Indignaos, que fue un éxito hace unos años: fue como lanzar una piedra en el estanque, en las aguas del conformismo y de la indolencia, que se confunden con frecuencia con la tolerancia.
No suelo hablar de política en mi blog, aunque reconozco que la educación es, por definición, un asunto público y por tanto político: forma parte de nuestra manera de entender la sociedad y constituye un escenario privilegiado para la representación de las diferencias políticas, como ya explicamos hace quizás demasiado tiempo, en este mismo blog. Cuando hay consensos de fondo en temas económicos, laborales, territoriales... discutir por la clase de religión parece que escenifica disenso, y eso gusta a la opinión pública (o eso creen los políticos). Y por ahí va nuestro artículo de hoy, aunque la zafiedad de la jugada que se ha marcado el PP valenciano desborda con mucho el simple uso partidista de la educación que unos y otros hacen, amparados en palabras mágicas como equidad o calidad, cuando las políticas públicas no aseguran ni una ni otra.
Pongo en antecedentes a aquellos que no vivís en esta tierra y que no estaréis al tanto de lo que hablo. Hace unos días, el 4 de mayo, el PP lanzó una campaña a través de Beatriz Gascó, su portavoz en educación en las Cortes Valencianas, para denunciar el "adoctrinamiento" en los centros educativos de la Comunidad. Sin pruebas, que no son necesarias cuando se trata de atacar al nacionalismo: siempre son culpables para el PP. Parece ser que se quiere repetir aquí, en Valencia y en Baleares, lo ocurrido en Cataluña. Curiosamente, ningún partido político con representación parlamentaria lleva en su programa nada parecido a un referéndum de autodeterminación. Pero, ya se sabe, eso no es relevante para el PP. Tampoco se plantea una confederación con Cataluña y Baleares, territorios con los que compartimos lengua y cultura, aunque con diferencias notables en ambos casos. En la Comunidad Valenciana no han obtenido parlamentarios opciones como ERPV, Esquerra Republicana del País Valencià, sucursal de ERC. Y el índice de partidarios del independentismo está en un 6,1 %. entendiendo como tales aquellos "partidarios de un Estado en el que se reconozca a las Comunidades Autónomas la posibilidad de convertirse en estados independientes". Que no es lo mismo, ciertamente, que proclamar la independencia del territorio. Además, sólo un 1,5 % se siente únicamente valenciano y no español, según una encuesta reciente. No parece un panorama tan terrible para la unidad de España.
Llevo ya muchos años en la educación pública valenciana, como interino primero, maestro funcionario de carrera y ahora como director de CEIP. He vivido los veinte años de gobierno popular en Valencia, y su desinterés por cuestiones lingüísticas cuando se trata de fomentar o incentivar el uso del valenciano en la vida pública y en la propia educación. Han propuesto un modelo lingüístico que, en la práctica, no aseguraba el conocimiento por igual de ambas lenguas, ya que la incorporación progresiva del valenciano (la línea PIP, o línea castellana) reducía las horas de exposición a la lengua minorizada, la lengua que se habría de potenciar si queremos un territorio bilingüe de verdad. En realidad, hay una fuerte situación diglósica en la que el valenciano siempre pierde, ya que no se ha integrado a la inmigración interior y de origen extranjero, ni se ha recuperado a aquellos valencianos que abandonaron conscientemente la lengua en los años del franquismo, los de "yo lo entiendo pero no lo hablo". Por tanto, el valenciano tiene en contra la demografía y la actitud de la derecha valenciana, que se siente más cómoda con la lengua de Cervantes y que no muestra interés porque perdure la lengua de aquí. Probablemente, no llegará al siglo XXII, por razones de uso. El PP sólo usa la lengua para afirmar, en un descabellado ejercicio de irracionalidad, que es un idioma distinto del catalán, frente a la lingüística científica, que habla de una única lengua románica en el este peninsular. Y no se trata de apelar a la libertad de los padres, sino de garantizar el conocimiento de ambas lenguas. Y que cada uno hable lo que quiera, pero con la opción que da el conocer. No es lo mismo curar un resfriado que una pulmonía. Pues bien, el valenciano tiene pulmonía y el PP le da aspirinas (puede que caducadas). El bilingüismo como problema, no como oportunidad. Curiosamente, en Madrid se impone un bilingüismo artificial con el inglés como reclamo en la educación.
La última ocurrencia de los populares valencianos ha sido promover y ofrecer un formulario para que, de forma anónima, se pueda denunciar a los docentes que "adoctrinen" respecto a estas cuestiones, es decir, que cuestionen la visión que tiene el PP de España. O se podía, porque hoy he intentado acceder al formulario y me aparece "Error 404".
Cartel de les "Trobades per la llengua 2018",
en www.lavallduixo.es
Como decía, llevo mucho en las aulas y he comprobado que gran parte del profesorado, en las zonas valencianoparlantes, tiene una preocupación sincera por recuperar la lengua e incorporar a la misma a nuevas generaciones que no la tienen como materna. Da gusto escuchar a jóvenes de origen magrebí hablar valenciano perfectamente y con mucha espontaneidad, porque no tienen prejuicios contra esa lengua: la han aprendido y la usan. Y también da tristeza comprobar cómo tantos alumnos terminan la primaria y son incapaces de articular un discurso mínimamente inteligible en valenciano, a pesar de haber estudiado en esa lengua. Y la diferencia, sobre todo, está en la actitud. Al final, va a ser sospechoso de nacionalista cualquiera que ame su lengua y no se resigne a que desaparezca. Y el PP, a verlas venir tranquilamente, puesto que su opción siempre ha sido el castellano como lengua predominante, y dejar que el valenciano muriera "de muerte natural". Cada vez se oye menos, se habla menos. 
Por otra parte, alentar la denuncia anónima significa saltarse todos los cauces, desconfiar de la propia administración educativa y activar la caza de brujas entre aquellos más exaltados en la uniformidad, que no en la unidad, de España, y que han encontrado en Ciudadanos un partido alternativo al PP, pero con igual o mayor intensidad en su enfrentamiento con el nacionalismo. Eso obliga a los populares a elevar el tono, buscando ser más que Cs'. Y es complicado, porque el cerrilismo de Ciudadanos es difícil de batir: Carolina Punset califícó de aldeanos a quien hablara la lengua de Ausiàs March, Joan Roís de Corella o Joanot Martorell. Ojo. Y Toni Cantó no piensa muy distinto. 
Volviendo a la denuncia anónima, como decía, existe un trámite reglado que remite a inspección educativa, garante de que la ley se aplique en la educación. Sea por adoctrinamiento o por la causa que sea. Pero claro, estamos hablando de un partido político que no se ha caracterizado justamente por preocuparse demasiado por la legalidad. Al PP, en el ámbito educativo, le obligaron desde la justicia a repetir una oposición a inspección por poner a dedo a los miembros del tribunal. Por no hablar de los sobrecostes de CIEGSA, la empresa pública quebrada que se dedicaba a construir colegios. O de dar Educación para la Ciudadanía en inglés, para entorpecer su implantación, medida que también fue rechazada por la justicia. Y ahora, a extender la sospecha sobre el conjunto del profesorado valenciano, que ha intentado, desde el compromiso con la lengua débil y en peligro, que los niños y niñas la aprendieran y la amaran. Algo que no han hecho muchos políticos de la derecha valenciana. Ni lo harán. 

sábado, 5 de mayo de 2018

Menores y porno. ¿Miramos para otro lado?

Retomamos la actividad en el blog tras un mes de abril que, entre vacaciones de pascua, enfermedad (una semana nada más volver de vacaciones, cosas de la edad y del género masculino) y dolores de cabeza en el equipo directivo, ha pasado sin que me asomara a la página en blanco del blog. Ocurre ahora, como casi siempre, que los temas se acumulan y hay que ordenar las prioridades. Llevo tiempo queriendo hablar del acceso a la pornografía en internet por parte de los preadolescentes, un fenómeno preocupante porque no podemos considerar el porno un modelo educativo en las relaciones sexuales; no lo es, ni puede serlo, ya que no está pensado para eso. Me disponía a recopilar información sobre el tema (estadísticas recientes, algunos artículo que he leído hace unas semanas) cuando me ha llegado, vía Lola Urbano (@nololamento en Twitter) este texto de Heike Freire, Pedagogía y pornografía, que viene a decir lo que yo quería expresar, en rasgos generales. Así que intentaré no repetirme.
Creo que el tema de la pornografía es complicado de tratar en las aulas, porque es un asunto con muchas facetas, y que, no lo olvidemos, debería ser siempre de consumo para mayores de dieciocho años. Sabemos, sin embargo, que no es así, y que los teléfonos móviles son un acceso indiscriminado, tantas veces, a escenas de sexo explícito vistas por alumnos de once, doce años o poco más. O poco menos, atención (aquí más información). Es decir, que en la etapa primaria ya existen consumidores de pornografía, de manera ocasional o más habitual. No hablemos ya de ESO. Por tanto, nos atañe, como educadores, promover una reflexión, propiciar una distancia entre la realidad y la ficción pornográfica, porque eso es, una ficción que puede confundirse fácilmente con un ejercicio auténtico de la sexualidad, a unas edades en las que hay curiosidad -la pubertad- y muchas preguntas que van surgiendo al compás de los cambios físicos que sufren chicas y chicos. Pero, claro. ¿Cómo enfocar el tema? Un profesor mío, allá por los años ochenta, nos decía que hablar de relaciones sexuales podía incitar a conductas precoces en algunos que no sentían necesidad hasta ese momento (en octavo EGB, actual 2º ESO). Y no había internet. Con eso quiero decir que la cuestión viene de lejos, de la escuela democrática en España. No ha sido fácil encajar la educación sexual, y el enfoque médico o simplemente anticonceptivo no ha funcionado, en mi opinión, porque ha dejado de lado aspectos como el respeto al otro, la posibilidad de esperar a tener relaciones, la importancia de la afectividad frente a la genitalidad... Mucha tela que cortar. Y no tener que lamentar embarazos a los quince años es fundamental, evidentemente. Pero educar para la sexualidad lo es más. Y, ¿quién lo hace?
La escuela obligatoria, no. No se trata de poner una asignatura más, sino de aprovechar los espacios temporales disponibles. Supongo que seguirá habiendo tutores que aprovechan su hora semanal de tutoría para avanzar temario propio en ESO. Y sé que en primaria, donde, salvo excepciones, no hay sesión semanal de tutoría (en la educación valenciana sí, en este curso), no se tratan estos temas más que de manera tangencial. ¿Por qué no hablar de internet, del acceso a los contenidos? ¿Por qué no plantear este tema en las reuniones trimestrales colectivas, poniendo algunos recursos a disposición de los padres de nuestro alumnado? ¿Por qué no cuestionar abiertamente que una persona de ocho o nueve años tenga móvil con acceso a internet? ¿O es que no somos educadores? ¿O seguimos el libro de texto y eso allí no aparece?
En https://www.topattack.com/list/qustodio-review/71
Además, está la cuestión de la libertad sexual, que ha utilizado el porno para crecer como negocio (hasta llegar a unos niveles de beneficio altísimos) y que ha cerrado bocas durante mucho tiempo. A nadie nos gusta que nos llamen mojigatos, retrógrados o integristas. O de practicar la censura, el peor pecado (con perdón). Atención, estamos hablando de proteger a menores, como hacemos con el alcohol o el tabaco. No se trata de prohibir la pornografía. Pero basta ya de mirar hacia otro lado mientras nuestros alumnos se llenan la cabeza de mierda y adquieren unos modelos de sexualidad inadecuados, pobres e irreales, que les van a frustrar cuando no puedan llevar a cabo en sus vidas. Aunque el hecho de intentarlo sólo ya causa escalofríos. Por cierto, también sería revelador conocer cómo acaban muchos actores y sobre todo actrices del cine para adultos.
El esfuerzo por educar en la sexualidad empieza en casa, como todo. Y un primer paso es controlar el tránsito por la red con filtros; hay muchos gratuitos, al menos en su versión básica. Y aunque cuesten unos euros. La escuela puede acompañar, asesorar a las familias en ese sentido (ha de querer, también). Otra postura, la de encerrarse en una cápsula academicista de corto recorrido, es suicida, puesto que condena a la institución escolar, como he dicho tantas veces, a la irrelevancia social, a un mero aparcaniños las más horas posibles, sin tener en cuenta qué ocurre allí dentro de relevante. Lo importante está fuera.
Si el silencio es la norma en estos temas, si no hay contraprogramación afectiva y educadora, todo el terreno -toda la desinformación- queda en manos de las páginas de contenido pornográfico que están a un clic de la tablet, del teléfono móvil, de tantos niños y jóvenes, a edades cada vez más tempranas. Con esto, se perpetúa una visión deformada de las relaciones sexuales, profundamente machista y despersonalizadora, además de ridícula en sus planteamientos (cualquier excusa es buena para echar un polvo, cualquier situación cotidiana da paso al coito) pero que muestra a las claras un modelo de sexo, o lo que es peor, el modelo. Porque no se enseña otro. Y se puede llegar a creer que una chica está encantada de que cinco desconocidos la penetren a la hora de conocerla. Y no. Estará aterrada y aturdida. Porque eso sólo pasa en las películas porno, no en la realidad. Ficción, no educación. A ver si logramos que se entienda.

Crónica de la II Edujornada... desde la distancia

  Hace unos días se ha celebrado en Madrid la segunda Edujornada, en el Caixaforum de la capital. Por razones personales, no he podido asist...