jueves, 10 de enero de 2013

Visibilizar la rutina, repensar el tiempo escolar

A partir de un comentario en un blog, el estupendo "Nuevas andanzas de profesor en la secundaria" (1) que abordaba el tema de la rutina escolar como espacio o zona de comfort para todos, alumnos y profesores, retomamos este aspecto de la vida escolar que, no por recurrente, deja de tener interés. 
El tema de la rutina es clave en la enseñanza; de hecho, se piensa que la primera escuela masiva, la del XIX, buscaba preparar al alumnado para el posterior trabajo en la fábrica y para su papel en posibles conflictos bélicos, como esforzados soldados defensores de su patria. Fernández Enguita, por ejemplo, defiende esta tesis en "Educar en tiempos inciertos"(2). Zygmunt Bauman también se refiere a esta cuestión en "Vida líquida"(3), cuando explica la laicización del sacrificio personal, expresado con la frase "de mártir a héroe". Acostumbrarse a unos horarios, a unas reglas de conducta, a unos aprendizajes previsibles, era parte del adiestramiento que, por una parte preparaba para la posterior incorporación a trabajos rutinarios y por otra intentaba crear una conciencia nacional, un sentimiento de pertenencia a un territorio. Por tanto, escuela y rutina van de la mano históricamente. Y es más, su relación es tan fuerte que cuesta percibirla, visibilizarla y problematizarla. De otro modo, sería más sencillo replantearla. 
Bien al contrario, vemos que la rutina sigue imperando en las aulas, como garantía de orden e incluso de buen funcionamiento. Todo en su sitio: el profesor en su mesa, los alumnos escribiendo o leyendo, los libros de texto encima de todas las mesas (el del maestro es distinto, eso sí, tiene más texto e instrucciones para que se sepa qué hacer en cada situación). No es una imagen bucólica: es la imagen de la fábrica, a la que ya hemos aludido en otro artículo de este mismo blog. Una escuela de esta época marcada por la movilidad, en todos los sentidos, habría de ofrecer más a sus alumnos que un hábito rutinario. Aunque reconozcamos la importancia de tener hábitos intelectuales y de organización del aprendizaje. 
Les disques, 1918. Fernand Léger
https://www.moma.org/interactives/exhibitions/
2012/inventingabstraction/?work=130
La rutina es cómoda, pero va acomodando; y la educación habría de ser algo más que un paso acumulativo por cursos, aulas, niveles, etapas... Por ello, si queremos educar, no sólo instruír o transmitir, hay que dejar espacio a la novedad, al cambio. La rutina es el refugio de quien no disfruta, ni aprendiendo, ni enseñando. Y ocurre tanto en primaria como en secundaria, aunque en la etapa de 6-12 años tenemos un factor, al menos en las tutorías, que nos permite jugar con ventaja: pasamos muchas horas con los alumnos y podemos alterar el orden horario. Cuando esto ocurre, niños de ocho años me dicen: "Pasa de la hora, ya tendríamos que estar en otra asignatura que toca". Ellos mismos se imponen la rutina. Si un maestro "traspasa" el límite delimitado por la distribución en cinco sesiones, introduce la anormalidad. Hay que ayudarles a entender que ése es un escenario, pero la obra no está escrita, la escribimos entre todos. 
Últimamente, se está reivindicando el papel de las emociones en el aprendizaje. Recuperar el juego, la actividad lúdica, como manera efectiva de aprender, es un planteamiento clásico de la renovación pedagógica. Y así, comprobamos que algo tan sencillo como un juego lingüístico tradicional, el de las categorías -en el que se basa, si no recuerdo mal, algún juego de mesa- despierta el entusiasmo de los alumnos de primaria; o que juegos de ordenador con contenido didáctico captan su atención con facilidad. En ambos casos, se trata de alterar, de cambiar el orden establecido en la clase y que, en muchos aspectos viene regulado por el libro de texto, cuya capacidad para configurar la práctica está fuera de toda duda. Introducir un elemento novedoso, no marcado de antemano. Tiene sus riesgos, por supuesto: probablemente se altere el orden normal de la clase, haya más algarabía... Hay que valorar la posibilidad de su aplicación; pero, sin riesgo no hay ganancia, como dice el refrán.
Por tanto, si se quiere ir más allá de la mera aplicación de lo que otros han planificado, diseñado, pensado para que ocurra en las aulas -es decir, si se busca superar el diseño del libro de texto, la división del conocimiento y del aprendizaje en áreas separadas y casi siempre inconexas- el tiempo es uno de los factores a incidir. Evidentemente, conseguir cambios en este sentido es más sencillo en infantil y primaria que en secundaria, donde el formato de cincuenta y cinco minutos parece inmutable. Aquí habría que utilizar más imaginación y se podría, por ejemplo, unir dos sesiones de la misma asignatura, para permitir otro tipo de actividad. 
En cualquier caso, se trata de problematizar, de poner en cuestión tanto la rutina como el tiempo escolar. Y a partir de esta reflexión primera, avanzar hacia otras maneras de organizar la práctica en las aulas; buscar el cambio didáctico, superando separaciones artificiales.

8 comentarios:

  1. "la obra no está escrita, la escribimos entre todos" M'encanta.

    Mai no m'he cregut totalment amo del meu destí, però almenys m'agrada tenir la il·lusió de ser-ho. Potser amb les teues paraules m'atreviré un poc més a no convertir les classes en una activitat rutinària.

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  2. Gràcies pel teu comentari, Vicent. Efectivament, l'educació és una construcció, i el coneixement una aventura. Si podem transmetre l'alegria de conéixer, de construir-nos, malgrat les dificultats, l'educació no serà mai rutinària, per més que tinga hàbits i horaris.

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  3. En cierta manera es difícil mantener muy estrictamente la rutina. Nuestros alumnos se ocupan sobradamente de romperla, al menos los míos. Los comentarios que van vertebrando la clase son suficientemente expresivos para hacerla variada y antirrutinaria. Por parte de ellos hay a veces hasta el deseo de una cierta rutina que los ordene, que los sistematice, que los articule. La tendencia al caos es muy poderosa y desde luego mis alumnos no son pasivos ante el aburrimiento que no aceptan de ninguna manera. Creo que tal vez sería conveniente dedicar un tiempo a las rutinas y otros a la excepción. Uno de los comentarios más dolorosos sobre un profesor (o al menos yo me lo tomo así) es cuando dicen que con él no hacen nada. Esto es muy peligroso. Al final ellos agradecen haber trabajado aun en contra de su natural tendencia a la dejadez y la vagancia que es su primera opción. Yo sería partidario de hacer surgir lo extraordinario tras un periodo de rutina. No puede convertirse toda la docencia en una fiesta y en una sorpresa continua casi en forma de espectáculo. Ambos extremos deben equilibrarse. No tiene sentido la excepción sino hay una norma. Y en la rutina también hay un componente creativo muy fuerte si lo sabemos hacer surgir. Recordemos los mantras budistas repetidos hasta la infinitud. Dicha repetición favorece la concentración profunda. En la escuela donde estoy yo son tan necesarios los periodos de creación como los de rutina, entendiendo esta como igualmente un proceso de aprendizaje convincente y necesario, para dar el salto y llegar a lo extraordinario. En ese juego dialéctico está el éxito de una buena pedagogía. Creo yo. Aunque sea dando chupachups como he hecho hoy a mis alumnos de cuarto para que se prepararan a copiar durante cincuenta minutos.

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  4. Por supuesto, Joselu, que incorporar hábitos y dotar de estabilidad al aula es fundamental. Pero que eso derive en previsibilidad y de ahí al aburrimiento, a la rutinización del aprendizaje, hay un paso que se puede saltar. No se trata de espectaculizar la docencia, sino de repensarla y tratar de ofrecer un "producto" que despierte el apetito de nuestros alumnos, si no siempre, en muchas ocasiones. Algo que tú haces continuamente. Preguntarse por el sentido último de lo que se hace. Estar dispuestos a la adaptación y al cambio. Por ahí va mi reflexión. Gracias por comentar.

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  5. Decía un amigo mío que una rutina es una ruta muy pequeña, un sendero estrecho que no lleva muy lejos. Y en eso suele consistir la educación, en el aprendizaje de rutinas. Y las rutinas no consisten solamente en conductas repetidas y ritualizadas, sino también en repeticiones de pensamiento.

    La imitación y la repetición son más antiguas que la misma pedagogía, que cualquier intento metódico de transmitir un conocimiento, y resultan eficaces para algunos aprendizajes. Pero su uso sistemático y exclusivo nos convierte en impostores; es decir, en personas con algo impostado o impuesto. Al ser instruidos de este modo adquirimos hábitos que no son propios, que condicionan nuestra naturaleza, inducen convicciones y valores, distorsionan nuestra sensibilidad e inciden en nuestra biología y nuestra genética; es decir, en todo aquello que nos hace únicos.

    Decir que la escuela mata la creatividad es casi un tópico, especialmente después de la gran difusión de los vídeos de Ken Robinson sobre el tema, pero lo cierto es que en el mundo de lo académico no suele buscarse el cambio, sino que se dificulta o no se tolera. No se fomenta la búsqueda de respuestas nuevas, sino que se tiende a reproducir las soluciones que parecieron válidas en otro tiempo. Y con esta actitud de aferrarnos al pasado no estamos facilitando las innovaciones que nos demandará el futuro.
    http://www.otraspoliticas.com/educacion/desaprender

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    1. Magnífica respuesta, nunca había leído algo que refleja tan bien lo que pasa en los entornos educativos actualmente... por lo menos en mi país.
      Saludos desde Brasil!
      JU

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  6. Coincido plenamente, es necesario desestructurar un poco los espacios y tiempos escolares.... Sobre todo la secundaria. En ese sentido, creo que los entornos virtuales nos dan una gran oportunidad de escribir juntos el guión y repensar la puesta en escena de la obra. Saludos desde Argentina
    Majo

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  7. Muchas gracias por tu comentario, Majo. Sobre todo, repensar, cuestionar lo existente, que no tiene por qué ser lo único, ni lo más adecuado. Los docentes llevamos una "doble socialización" en la escuela, como alumnos y como profesionales. Por tanto, la carga de tradición es mucha, aunque no queramos.

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