sábado, 4 de abril de 2020

Nos hemos quedado sin contexto (Crónica del confinamiento)

Hoy es sábado, 4 de abril. Desde el domingo 15 de marzo, España está en confinamiento. Las clases presenciales en la educación formal se suspendieron la semana anterior en Madrid, y en la Comunidad Valenciana, donde vivo y trabajo, se tomó la decisión el 12 de marzo, jueves, para aplicarla el lunes 16. Antes, el día 10, se había tomado la insólita, y muy dolorosa, medida de suspender las fiestas de Fallas y de la Magdalena, ejemplos de festejo popular con miles de visitantes y participantes. 
Hasta ahora, nada que no sepáis. La pandemia que todavía nos afecta, que no se vio venir y que muerde sobre todo a los mayores y enfermos con otras complicaciones, ha cerrado las aulas indefinidamente. Primero fueron quince días, pero ya se ha visto que no se sabe con certeza -tal vez ni aproximadamente- cuándo volveremos, si es que volvemos en el curso 19/20. Algunas universidades españolas han decidido pasar a la docencia telemática y buscar fórmulas para la evaluación de su alumnado. Pero las etapas obligatorias no lo tienen tan sencillo, y aquí incluímos el bachillerato, que, aunque de carácter voluntario, es paso obligado para acceder a la universidad. También la Formación Profesional tiene sus especificidades en forma de prácticas presenciales, módulos específicos... No es fácil buscar una receta para todos los niveles educativos.
Primero que nada, creo que la situación es desastrosa para la educación. Desastrosa para maestros, equipos directivos, equipos de orientación, y, por supuesto, alumnado y familias. La escuela se basa en la presencia compartida de docentes y discentes, organizados de una manera concreta a nivel horizontal y vertical. Es un sistema, con todo lo que conlleva de inercias, prácticas implícitas y curriculum oculto. Todo eso lo hemos estudiado, lo sabemos y, por encima de todo, lo vivenciamos. El aula constituye lo que algún movimiento, como el encabezado por Loris Malagucci en Reggia-Emilia, ha denominado "El tercer docente", una referencia del aprendizaje y configurador del contexto del mismo. Se puede saber cómo funciona un grupo, al menos en infantil y primaria, por su organización, por sus paredes, por la facilidad para acceder al mismo. En secundaria es más complejo, porque los docentes suelen visitar distintas clases en las que permanece un mismo grupo de alumnos, una tutoría. 
Pero, de todas maneras, el aula, con sus elementos fijos (pizarra, mesas y sillas, espacio para almacenaje, cañón y pantalla) es una constante en la tradición escolar, ya desde Comenio. De hecho, el debate actual estaba, antes del coronavirus, en replantear el papel del aula-huevera, es decir, de estructura fija e igual para todo el alumnado, a otra opción más flexible, abierta a una reorganización constante: lo que se ha venido en llamar "el aula del futuro" o "hiperaula", en expresión de Mariano Fernández Enguita.
Es evidente que el modelo de aula heredado de los principios del XIX, cuando se extiende la educación formal para el afianzamiento de los estados-nación y como paso previo al trabajo rutinario en la fábrica ya no sirve en un mundo hiperconectado. El debate sobre el uso de las TIC, un debate que ya dura veinte años, es, en el fondo, una discusión sobre el aula y su papel. Porque, o bien se abre el aula a lo nuevo y a la influencia exterior, a través de internet, de trabajos colaborativos con otros centros, o bien se sale de la misma para conocer la realidad de primera mano, en la medida de lo posible. Aula sin muros o educación sin aulas, es la conocida alternativa que ya en 2012 planteaba Fernández Enguita. Por desgracia, cada vez es más complicado conocer la realidad con el alumnado, porque se ha dificultado mucho la asistencia a fábricas, por ejemplo, por la política de prevención de riesgos laborales. Y, por otra parte, han aparecido empresas de monitores que se encargan de las salidas extraescolares, con lo que el profesorado, aunque acompañe, se circunscribe más al aula, sigue "confinado" en este espacio; cuántas oportunidades perdidas de demostrar al alumnado que se sabe, que se puede aportar más allá de la mesa de docente y de los materiales preconcebidos, tantas veces, a prueba de maestros, o prof-proof.
Pero ese debate ha pasado, o se ha parado, ante la avasalladora realidad de suspensión indefinida de las clases. Ya no se trata de elegir alternativas, porque no hay clases presenciales. Los centros, cerrados. El alumnado en casa, los docentes también. Llegan instrucciones por correo electrónico, por las plataformas digitales administrativas. Hay que montar planes distintos para primaria e infantil, para secundaria y bachillerato, formación profesional... En la Comunidad Valenciana se ha planteado y llevado a cabo el plan MULAN (de nombre rimbombante, que recuerda a una película Disney). En primaria hemos colgado indicaciones para el trabajo del alumnado en la página web del centro, y cada docente se ha buscado la mejor manera de contactar con su alumnado, teléfono incluido, o correo electrónico, o grupos de Telegram, o redes sociales... Me consta que ha habido un esfuerzo importante, y no digamos ya en secundaria, donde hay plataformas, como Aules, para poder dar clase de manera virtual. Twitter se ha llenado de testimonios de profesorado de secundaria que trabaja más que cuando iba al centro, o al menos, está más tiempo conectado. 
Evidentemente, todo el alumnado no puede seguir igual las clases. Si es un hecho que ya ocurre en el aula física, cuando vemos que algunos necesitan conceptos anteriores no adquiridos, otros muestran desinterés por diversas razones, unos más faltan con frecuencia... Surge la preocupación porque no se rezaguen más, por la equidad. Pero en un escenario nuevo, sin suelo bajo los pies. La escuela, súbitamente, ha perdido su papel de lugar de encuentro y de custodia de infancia y adolescencia. Se habla de docencia online, de videoconferencias, se debate sobre usar herramientas de Google o de otras empresas tecnológicas. 
Hemos perdido el contexto, aquello que daba sentido -o gran parte del sentido- a las prácticas escolares. Programar, aplicar, corregir, demostrar... todo se hacía físicamente, aunque fuera con ayuda de tecnología. En este sentido, hay profesorado que ha desarrollado maneras de comunicar distintas a la mera presencia en el aula, a través de blogs, páginas de recursos, metodología de clase al revés... Ese profesorado, y su alumnado, sufrirán menos, es de suponer, este estado calamitoso de cosas, porque ya habían iniciado un camino telemático, una presencia en internet, un aprovechamiento de sus posibilidades. En cambio, los reticentes a estas tecnologías pueden verse más agobiados, sin duda. Pero a todos nos ha cambiado el escenario. 
La escalera de acceso al primer piso de mi escuela,
decorada para el día mundial de la poesía.
Yo decía a las familias de quinto de primaria, donde doy matemáticas, que no íbamos a ver el tema de la superficie, un tema bastante abstracto para quinto, a distancia. Que haríamos una introducción y repasaríamos el trimestre. Que la superficie se vuelve a ver en sexto de primaria, y con eso sería suficiente. Y sabéis que no me distingo precisamente por plantear aprendizajes superficiales, no es mi estilo, ni tampoco participo de la espectacularización de la educación. Creo que dar mucho, profundizar en los aprendizajes, es un favor al alumnado. Pero nos falta el contexto, la situación de enseñanza que se da en el aula; una aportación que no se puede sustituir por un vídeo de Youtube o por la programación de Clan TV. O, por un vídeo grabado por mí explicando tal o cual cosa (que al final haré de algún modo u otro, lo tengo claro). Y he dado algunas páginas web donde pueden hacer actividades de repaso de matemáticas o de ciencias sociales. Pero son remedios, que, además, ya podían utilizarse antes, como decíamos de los blogs de aula. 
Con esto quiero decir que lo que hacemos es otra cosa, no puede ser lo mismo que hacíamos en el aula, con todas sus dificultades, interrupciones, días malos... Encontrar una solución no es nada sencillo, ni a nivel de curriculum, ni de cómo acabar el curso, ni de evaluación. Pero si tenemos claro que no podemos volver ni desenvolvernos en un escenario tan habitual para nosotros como el aula física (donde llevamos toda nuestra vida como alumnado o profesorado) ya llevamos mucho adelantado. 



4 comentarios:

  1. Felicidades y gracias por las ideas compartidas en este artículo, ojalá que entre todas las personas vayamos saliendo adelante en todos los procesos de enseñanza-aprendizaje. Saludos educativos para tod@s!

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  2. Muy de acuerdo, Salva: lo que hacemos no puede ser lo mismo que hacíamos en el aula. O sea, no considerar la educación a distancia como deficitaria, sino que tiene otras claves. Lo que pasa es que nos ha pillado a todos y todas con el pie cambiado y nos han lanzado a los mares de Internet tal vez sin saber siquiera nadar ni tener flotador. O a una piscina sin agua, no lo sé.
    Un abrazo.

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    1. Efectivamente, la pérdida del contexto implica aprender a nadar en otros mares, por seguir tu alegoría. Y hay quien estaba más avezado, y quien empieza ahora. Por eso, calma, colaboración entre docentes y sentido común. Otro abrazo y gracias por comentar.

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