martes, 17 de julio de 2012

Reflexionando sobre la educación en la era digital: dos visiones complementarias

Esta semana, del 16 al 20 de julio, se está celebrando en Vélez-Málaga un curso sobre calidad e innovación en educación, poniendo el énfasis en la metodología y los recursos. Como ya hice en Santander con el curso magistral de Zigmunt Bauman, aprovecho el espacio de este blog para comentar algunos de los aspectos más sobresalientes de las sesiones. Ayer comenzamos con dos ponentes prestigiosos y de reconocida trayectoria en las ciencias sociales españolas: Mariano Fernández Enguita y Ángel Pérez Gómez. A continuación, intentaré recoger algunos puntos de sus intervenciones.

El futuro de la educación: ¿Aula sin muros o educación sin escuelas?
Mariano Fernández Enguita
Mariano Fdez Enguita, como sociólogo, sitúa la educación en su relación con el mercado de trabajo. Hoy en día, los trabajadores españoles compiten, por un lado, con trabajadores de todo el mundo; y por otro, con las máquinas que ya se han llevado por delante muchos trabajos de baja cualificación, y ahora amenazan a los trabajos de clase media. La tecnología va recortando puestos de trabajo. Frente a esto, hay dos opciones: cerrar las fronteras, aislarse (mediante barreras burocráticas o físicas) o bien, preparar mejor a la población. Guste o no, PISA es un indicador internacional que informa de los resultados obtenidos por los estudiantes de ESO en un momento concreto, y es un factor que los empleadores pueden utilizar para realizar nuevas inversiones.
Repasa a continuación el tema del conocimiento y su aplicación práctica. Hay un conocimiento operativo, consistente en hacer cosas; otro conocimiento diagnóstico, que permite saber y decidir qué hacer; y por último, un conocimiento creativo, o innovador. En la sociedad del conocimiento, éste último tiene un reconocimiento especial.
Fernández Enguita hace un repaso al reconocimiento en otros momentos: en la sociedad industrial del primer capitalismo, recae en la propiedad de los medios de producción; en la sociedad burocratizada, en la autoridad para decidir qué hacer dentro de la organización. Por último, en una sociedad del conocimiento, este papel lo ocupa la cualificación. El saber certificado y demostrable tiene gran importancia; sobre todo, aquel saber que no está al alcance de todos: saber lo que otros ignoran es fuente de reconocimiento.
Plantea la cuestión de que una sociedad de la información es menos igualitaria, en el sentido que es más complicado igualar la cualificación. Si todos tuviéramos título universitario, por ejemplo, se devaluaría su valor inmediatamente, y habría que buscar otro medio para certificar que se está cualificado. Hace años, oí al profesor Gimeno Sacristán manifestarse de manera semejante: si hay muchos licenciados, habrá que tener un máster; la cualificación implica saber más que los demás.
La sociedad de la información tiene, evidentemente, repercusiones en la educación formal. Una de ellas, y no la menos importante, es la pérdida del monopolio del saber que la escuela de la modernidad tenía en un entorno no escolarizado previamente. Hoy en día, con la pantallización y el acceso permanente a la información, podemos hablar de sobreabundancia informativa. En este caso, lo que disminuye es la atención: hay que atender tantos estímulos que la atención no se fija con facilidad en uno solo, sino que se dispersa. Se propone el ejemplo de la publicidad en televisión, o la TDT: tienen dificultades por la abundancia de oferta existente, que impide el seguimiento detenido de un canal o un determinado anuncio. En la escuela, esta falta de atención se percibe a edades cada vez más tempranas: un chico de doce años puede preguntarse: ¿Por qué he de escuchar esto? (en vez de algo que me interese realmente). Y, según mi experiencia, el momento de hacerse esta pregunta va bajando algunos cursos en educación primaria. Hay una ruptura entre lo que se vive fuera del aula y la realidad educativa formal.
Esta disonancia, unida al inmovilismo que suele acompañar al sistema educativo (a pesar de las reformas sucesivas que viene sufriendo), hacen que aparezcan algunos síntomas de la desconfianza o desinterés que suscita la educación formal. Fernández Enguita cita tres:
-El homeschooling o escolarización en casa.
-El abandono temprano del sistema escolar, o el rechazo al mismo aun permaneciendo dentro de las aulas.
-La aparición de alternativas a la clase presencial en formación universitaria.
Se plantea el futuro de la educación, enunciado ya en la pregunta que da título a la ponencia. Toma para ello dos alternativas de los años sesenta y setenta: Mc Luhan entendía que la educación debía ser más abierta, como correspondía a una nueva realidad comunicativa; por su parte, Illich defendía la desescolarización y su sustitución por prácticas grupales de aprendizaje. Entre ambas propuestas puede deambular el futuro de la educación.

Educarse en la era digital
Ángel Pérez Gómez
En un mundo cambiante, fluctuante, el dispositivo escolar parece inmune al cambio generalizado. Sin embargo, o quizás por esta resistencia, hay insatisfacción generalizada con la calidad del sistema educativo. Algunos indicadores de esta situación son los siguientes:
-Fracaso y abandono temprano (30 % en España, más elevado si no tenemos en cuenta las personas que obtienen su título en formación de adultos, a edad más avanzada).
-Fracaso parcial de la función compensatoria de la escuela: el mejor indicador para el éxito en PISA, con alumnos de quince años, sigue siendo el nivel socioeconómico de los padres.
-Irrelevancia de gran parte del conocimiento escolar, que no se ha adaptado a un cambio cultural tan grande como el producido en la sociedad. Además, Pérez Gómez señala gráficamente que tenemos "kilómetros de curriculum, pero milímetros de profundidad en los temas tratados".
Se enumeran también algunas resistencias al cambio que, como docentes o alumnos, seguramente habremos experimentado en las aulas. Por una parte, la pertinaz fortaleza del modelo escolar propio de la época industrial, que se basa en la rutina y repetición de tareas, y la uniformidad didáctica: lo mismo para todos y al mismo tiempo. Además, mediante la racionalidad cartesiana, se excluyen las emociones dando primacía a la razón. La neurociencia, sin embargo, demuestra que las emociones influyen en el conocimiento. Y éste, el conocimiento, es inútil, no se produce sin una reconstrucción de los esquemas y mapas mentales o conceptuales que los alumnos han asimilado. Adopta, por tanto, una perspectiva constructivista del aprendizaje, en la que el conflicto cognitivo tiene un papel fundamental para avanzar.
Además, otra característica enquistada en el SE es la perversión de la relación medios-fines. Los contenidos son medios para conseguir unos objetivos: no pueden convertirse ellos mismos en objetivos. Y, por cierto, la presencia de los contenidos en el currículum se justifica en función de las competencias que ayudan a desarrollar.
A continuación, Ángel Pérez propone para qué educar en la era digital. Las finalidades son:
-Utilizar de manera crítica, disciplinada y creativa las herramientas simbólicas de la humanidad.
-Manejarse en grupos sociales cada vez más complejos y heterogéneos.
-Actuar de forma autónoma, englobando aspectos tales como la autoestima y la autorregulación.
Para ello, en lugar de una estrategia meramente reproductora del saber ya establecido, habría que transformar radicalmente las prácticas. Se trata de enfatizar las experiencias más que los contenidos, preparando cuidadosamente los contextos de aprendizaje, las situaciones en que se produce el mismo. Esta transformación conlleva una personalización de la enseñanza, una erradicación de la uniformidad y homogeneidad didácticas, dando así al alumnado libertad y pidiéndole, en consecuencia, responsabilidad de su práctica. Pérez Gómez resume así la finalidad de la educación en esta época: ayudar a construir, a cada niño, su propio proyecto de vida. Y no podemos estar más de acuerdo con este propósito.

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