lunes, 13 de julio de 2020

El arte de la tutoría

Este mes de julio estoy arreglando, ordenando, mi despacho en casa. Me he traído unas cuantas cajas del colegio tras vaciar el despacho de dirección y un armario en secretaría, donde tenía materiales para dar clase. Durante estos cuatro años como director, siempre he intentado impartir clase con asignaturas, no sólo con refuerzos o inventándome talleres. Creo que es la mejor manera de mantener el contacto con las preocupaciones de los compañeros docentes, que han de programar, evaluar, poner notas, marcar las faltas de asistencia... Todas esas tareas que cobran sentido en el aula, con respecto a un grupo concreto de alumnado.
He recogido varias carpetas con fichas de años anteriores, sobre todo de lenguas, mates y ciencias sociales. Las he guardado a la espera de saber qué curso me tocará el año próximo, es decir, en septiembre. Mientras clasificaba las fichas, confeccionadas por mí la mayoría de ellas, me he puesto a pensar que nuestro trabajo tiene parte de artesanía, de silencio en el que se piensa, se decide, se elaboran materiales y se lanzan apuestas en forma de actividades que pueden funcionar mejor o peor. Una parte invisible de la docencia que es fundamental para la parte visible, para la interacción en el aula. 
Esta reflexión no es nueva, evidentemente, pero creo que sigue siendo pertinente. Todos los docentes tenemos un saber pedagógico más o menos explícito, fruto de nuestros estudios iniciales -en magisterio o en un máster facultativo de secundaria- y de nuestra experiencia en el aula, a poco que la veamos con cierta distancia crítica. ¿A quién no le ha pasado que ha preparado una actividad con mucho mimo, y que luego ha funcionado regular? Y al revés, un hecho fortuito da mucho juego. Una práctica que no evoluciona con los años es, cuando menos, pobre conceptualmente, y
Artesano medieval, en Pinterest, tablero de Handecó Shop
probablemente insatisfactoria. Atención, no hablamos de cambiar por cambiar, ni de aceptar acríticamente cualquier novedad. El modelo de recetas en que se basó gran parte de la formación permanente del profesorado ya ha pasado a mejor vida. Y hemos de ir más allá de la
espectacularización de la educación, de la autopromoción con vídeos chulos de cualquier actividad. No es que yo esté en contra de la proliferación de vídeos, pero tampoco creo que aporte demasiado a lo que ocurre en las aulas. Otra cosa que hay que revisar, a mi entender, es un uso adecuado de las TIC: por sí mismas, como sabemos, no mejoran nada; en cambio, si las dotamos de valor añadido, son un factor de aumento del aprendizaje, de explorar otros caminos más interactivos, más sugerentes. Trasladar la actividad de la ficha en papel al ordenador, nada más, no aporta demasiado. Hay que repensar, replantear, sin abandonar. Y además, con la situación que hemos vivido de suspensión de clases presenciales, estar al margen de las TIC es un lujo exótico que ya no nos podemos permitir nadie en educación. Al igual que no se puede confiar sólo en el libro de texto como herramienta única: estaba pensada para otra época, más industrial, con una información mucho más reducida para el alumnado y sus familias. Supongo que somos conscientes de ambas cosas: la necesidad de dominar a un cierto nivel las TIC y la obligada complementación de la propuesta curricular del libro de texto, si se utiliza todavía. El manual de texto ha sido, históricamente, un gran desprofesionalizador de la docencia, al darlo todo hecho y meditado. De ahí las críticas que ha recibido; es un modelo que rutiniza, que nos mete en una zona de confort que puede acabar ahogando la iniciativa novedosa, el pensamiento divergente en la docencia.
En Twitter asistimos a debates docentes sobre la zona de confort, si hay que salir o quedarse, y qué beneficios puede tener cada decisión. En este tema, corremos un peligro evidente, que he visto representado en compañeros míos: idealizar un horizonte didáctico inalcanzable, tan lejano... que no me muevo del sitio, porque, total, no voy a alcanzarlo nunca. Recordemos a Eduardo Galeano: La utopía sirve para eso: para caminar. Y cada curso cambian las circunstancias personales, grupales, ambientales... del alumnado. Querer que todo siga igual es, simplemente, una quimera. Y querer que todo se adapte a mí, tutor omnisciente, aún es más quimérico.
Por eso, por mejorar la práctica y tener una visión más completa de la educación, es bueno no estar siempre en los mismos cursos de primaria, con una tutoría ascensor en la que ya se sabe todo; o en los mismos niveles de ESO o Bachillerato. Además, esa permanencia suele ir ligada, casi exclusivamente, a la antigüedad en el centro, aunque ya se ven iniciativas que modifican esa situación, marcando unas rotaciones en primaria, abriendo la posibilidad de ámbitos en secundaria... Nuestra conselleria, en Valencia, aboga porque primer curso de primaria sea impartido por docentes preferiblemente definitivos en el centro.
Ya hemos abordado estos temas en otros artículos del blog. Mi reflexión de hoy venía dada por la imagen de un docente de cincuenta y dos años pasando una tarde de julio en un despacho silencioso, archivando fichas que tal vez no use más, ordenando cuadernos de práctica de hace años, salvados del reciclaje (cuánto nos cuesta deshacernos de materiales), a la vez que abierto al uso de la red para obtener nuevos recursos, personalizar aprendizajes, seguir, en definitiva, dando respuesta a las necesidades de su alumnado diverso. Y eso es un sencillo ejercicio de artesanía, de repaso por la trayectoria que uno ha llevado en primaria, a la vez, supongo, que trasladable a otras etapas educativas. Por eso, entiendo que la tutoría, en infantil y primaria, es un arte. En secundaria también, y probablemente con mayor dificultad por la edad del alumnado y por las tareas de coordinación que lleva implícitas. Pero, a nivel didáctico, pocas cosas más determinantes que la acción tutorial en un CEIP. Una práctica ligada a un espacio que se territorializa, sobre el que se reflexiona y se experimenta, que configura la práctica. Una de las cosas que más he echado de menos durante los años de dirección ha sido tener mi aula, un lugar propio, tras trece años de tutoría en primaria, en cinco niveles distintos (por elección propia, he de decir). Una acción tutorial ligada, sobre todo, la lectoescritura, al dominio de los fundamentos de la comprensión lectora y de la aproximación a la escritura, tanto funcional como creativa. También al cálculo y, cómo no, a una socialización adecuada, a un vivir con los demás, no importa cuán distintos de uno mismo sean. Una vez más, un ejercicio artístico para el profesorado, un desafío a la rutinización, una manera de prestigiar nuestro trabajo: la utilidad de los aprendizajes planteados, la reflexión continua. Y eso, disponer de aprendizajes útiles, no puede ser, ni para el alumnado ni sus familias, una cuestión de suerte, según la persona que lleve la tutoría. No es justo, pero sabemos que ha ocurrido tantas veces. ¿Quién pierde? Las familias que no pueden suplir lo que falta con ayudas externas.
El curso próximo tenemos ante nosotros un auténtico rompecabezas en forma de conjugar, de la mejor manera posible, aprendizaje y seguridad, a causa de la COVID 19 y todas sus implicaciones en los centros. No me cabe duda que las cosas saldrán bien, mayoritariamente, por el compromiso de los docentes y de los equipos directivos. Se aumenta, en principio, el trabajo tutorial, se plantea que los docentes especialistas den clase a distancia para no entrar en contacto con el grupo clase... Veremos en qué quedan las instrucciones de inicio de curso, donde se desarrollarán todas estas cuestiones. Hoy, 12 de julio, todavía no se han publicado en la Comunidad Valenciana. Tampoco se nos asegura más profesorado. Ya digo, un año complicado el que nos espera. Un año para ejercer, una vez más, todo nuestro saber hacer, ese arte humilde, callado tantas veces, de sostener una tutoría. 
Que no se me enfaden los no tutores en infantil y primaria: la tutoría es, incluso en el ROF, una tarea compartida. Y es valiosa por lo que se hace en clase, como por lo que se hace fuera, según decíamos al principio. Un arte basado en la pedagogía, en la buena voluntad, en el tesón, en hacer lo que se puede y reclamar, si cabe, lo que se debe. Coordinar, informar, ayudar, observar, anotar y sobre todo, conocer al alumnado y a sus familias. Nada que no sepamos de siempre. Pero siempre de actualidad.

martes, 7 de julio de 2020

Final de trayecto: balance desapasionado de cuatro años en la dirección.

Hace unos días, acabé mi mandato como director de un centro de educación infantil y primaria. Como muchos sabéis, han sido cuatro años, de julio de 2016 a junio de 2020, que he ido reseñando en este blog, sobre todo con la etiqueta #direcciónescolar. Ha sido un tiempo de aprendizaje, de experimentar las posibilidades y dificultades de un cargo esencialmente ambiguo, que está a medio camino entre la administración y el claustro. Todos los docentes formamos parte de ambos ámbitos, porque somos administración educativa, al tiempo que integramos un grupo profesional de centro, el claustro de profesorado. Somos administración porque tenemos el poder sancionador de la evaluación, porque atendemos a las familias y al alumnado, porque estamos sujetos a una organización y a una normativa cada vez más exhaustiva. Y la dirección, a su vez, representa al claustro ante la administración, y también a ésta ante el claustro. Como hemos dicho otras veces, se requiere un ejercicio de funambulismo si queremos que el centro avance, y no simplemente sobreviva en un cierto limbo pedagógico. Crear un buen ambiente de trabajo, que los compañeros estén cómodos, es fundamental. Y al mismo tiempo, hay que marcar un rumbo hacia el que ir, decidir -con el máximo consenso posible- los objetivos que se quieren conseguir a medio plazo. Teniendo en cuenta que no todos pueden ir al mismo ritmo, pero sin admitir la objeción a la novedad, al cambio que forma parte de lo educativo.
Ya en septiembre pasado tenía tomada la decisión de no continuar cuatro años más, de no pedir la renovación. A pesar del trabajo realizado, que creo que podemos calificar de satisfactorio, la matrícula en infantil de tres años no remontaba. Ese hecho, unido a factores externos más propios de la localidad que de mi propia escuela, me desanimó a seguir. Nunca he entendido la dirección como un "botín de guerra" que hay que defender a cualquier precio, una vez conseguida. No fue esa mi intención cuando accedí al cargo, sino promover un cambio razonable tras un prolongado período de diecinueve años, el tiempo que estuvo mi predecesor en el cargo. 
No ha sido un camino de rosas. A los problemas de todo centro, con alumnado, profesorado y familias -he de decir que no han sido muchos, a mi entender- se unía la peculiar situación geográfica del colegio, que, unos quince años después de su inauguración oficial, todavía no tiene un vial de entrada. Se proyectó en su momento, pero el ayuntamiento no lo ha ejecutado todavía. Es un tema, el acceso al recinto escolar, que me ha dado muchos quebraderos de cabeza, puesto que la entrada provisional se cerró en septiembre de 2017, y había que compartir entrada de vehículos, de alumnado y familias... En fin, un curso muy complicado por esa y otras cuestiones internas. 
La llegada de una nueva jefa de estudios en 2018 al equipo supuso un empujón, puesto que su capacidad de trabajo y sus ideas aportaron mucho. De hecho, ella ha asumido la dirección con un equipo joven y bien preparado. Lo dicho, yo nunca pensé en eternizarme. Echo de menos el aula de primaria, tener una tutoría, un espacio, un pequeño territorio donde aplicar mis ideas didácticas, donde disponer la distribución de grupos, un lugar propio. En este tiempo, he dado clases de lengua castellana, matemáticas, sociales, valores, artística en inglés... Y siempre he participado en las evaluaciones de mis grupos, intentando no perder el contacto con la clase y con la docencia; siendo uno más al poner notas, al corregir controles, al tener dificultades de conducta con algunos alumnos. Como suelo decir, los papeles no se quejan, y una dirección burocratizada y distante de la realidad del aula se desvirtúa, no lleva el cambio sino la rutina, el "ya está hecho" sin que importe demasiado cómo se ha hecho. Otra cosa es que los trámites no se hagan, buscando la ley del mínimo esfuerzo, el "siempre se ha hecho así". Qué os voy a contar que no sepáis, compañeros del gremio.
Partiendo de la organización de espacios, quisimos situar la lectura como eje vertebrador del centro, y creo que hemos conseguido bastante en ese sentido. Otra pata del proyecto era la actualización de planes: en este campo, tenemos un Plan de Acogida bien pensado, un Plan de Lectura adecuado a la realidad del centro, y en este último curso hemos consensuado el Plan de Acción Tutorial. Además, se adaptó el curriculum de infantil dentro del PCC y se ha llegado a consensos metodológicos. Además, tenemos tres bibliotecas, dos para alumnado y una tercera para familias, cuyo uso hemos de impulsar más. El reciclaje y la reducción de residuos han sido otras de las señas de identidad de nuestro centro, a pesar de que el profesorado, en ocasiones, no somos todo lo aplicados que deberíamos en este tema: primero, nosotros a dar ejemplo, y después, alumnado y familias.
La Comunidad Valenciana ha impulsado, durante los últimos años, el PAM, plan de acciones para la mejora de los centros, que ha sido también una herramienta útil en cuanto a llevar a cabo medidas concretas. Hemos participado en las convocatorias de fomento de la lectura y en estos cuatro años (también para el que viene) hemos tenido la figura de una auxiliar de conversación en lengua inglesa. Además, hemos querido abrir el centro a la participación de la comunidad escolar, a las aportaciones de personas relevantes... Me quedo con la visita que nos hizo Llorenç Giménez, el magnífico cuentacuentos que murió en 2019; también su amigo Carles Cano, del que hemos leído muchas obras, y cuya fantástica "T'he agafat, Caputxeta", hemos representado varias veces. El cantante Dani Miquel también vino una fiesta del 9 d'octubre, dia de la Comunidad. 
Se han quedado cosas por hacer, y la pandemia nos ha pillado como a todos, por sorpresa, con planes que no se han podido realizar, pero que están hilvanados a la espera de normalidad escolar. 
Bruno Soriano, jugador del Villarreal CF, nos visitó en 2017.
Otra cuestión de la que estoy satisfecho ha sido la colaboración con servicios sociales, que se ha estrechado y que ha dado buenos frutos, aunque todo no es posible: hay casos que se escapan a nuestro control, y a veces nos desesperamos. Pero, como le oí a José Antonio Orcasitas en una ocasión, "la abuela bebe, la madre pasa, el niño se duerme... Pero, ¿tú haces todo lo que puedes por él? En caso afirmativo, puedes estar tranquilo contigo mismo". Entre eludir responsabilidades o afrontarlas, siempre lo segundo. Que no todo es enseñar a multiplicar, o las clases de determinantes: cosas que se enseñan, pero que no han de cegar nuestra visión completa de la escuela como lugar de convivencia y, sobre todo, como observatorio primero de la realidad social que vive nuestro alumnado. Mirar para otro lado no es una opción. El apoyo de la dirección a los docentes que detectan problemas y los comunican ha de ser constante, y ha de promover la confianza en que no están solos; es más, saben que si llegan familias pidiendo explicaciones, será el director quien las dé, porque todas las notificaciones van firmadas por mí. 
Es difícil, la verdad, no aislarse del resto de compañeros cuando se es director. Entre las preocupaciones diferentes, las exigencias del despacho y que "eres el jefe", es uno de los puntos débiles de la dirección como está planteada actualmente. En mi blog he reflexionado sobre las consecuencias humanas de la dirección, una de las más reseñadas es un grado de aislamiento con respecto al claustro, quizás, ya digo, inevitable, pero no deseable. Al final, es un tema de mayor responsabilidad, de más perspectiva de centro, y de ir navegando para no tener que llegar a consecuencias indeseadas. 
A todo esto, la inspección ha de cuidar y conocer a los equipos directivos, asesorándoles y preocupándose por cómo van los centros. Si sólo funcionan como apagafuegos, poca influencia efectiva van a tener en la escuela. En mi caso, aún estoy esperando una llamada, aunque fuera meramente formal, para agradecerme los cuatro años dedicados a dirigir el CEIP. Creo que esperaré en vano.

Crónica de la II Edujornada... desde la distancia

  Hace unos días se ha celebrado en Madrid la segunda Edujornada, en el Caixaforum de la capital. Por razones personales, no he podido asist...