martes, 25 de agosto de 2020

Twitter: Diez años no es nada.

 Hoy hace diez años que abrí mi cuenta de Twitter. Recuerdo perfectamente el momento, ya que fue en Baeza, en un curso de la UNIA dirigido por Alejandro Piscitelli sobre Edupunk. Allá que nos fuimos, un amigo y yo, un poco a ciegas, a ver qué era aquello tan sugerente de Edupunk.

Y el segundo día de curso, creo recordar, el director nos animó (no dio opción, amistosamente) a abrirnos una cuenta en Twitter, la red del pajarito. Recuerdo la ayuda inicial de Juan Bueno, de Juanfra Álvarez, que también estaban en el curso. Nos incluyeron en la etiqueta #porquetodostuvimosuninicio, que se ha ido perdiendo, como tantas cosas en Twitter.

Mi cuenta fue creciendo, hablando sobre todo de educación (de lo que sé un poquito), pero también de cine, de medios de comunicación, de fútbol, de vivencias personales... Últimamente, hasta de la reforma inacabable de un piso de mi edificio. Tengo una cuenta abierta a todos, a hablar de todo; cada vez menos de política, ya que está complicado tener una conversación. En lugar de eso, se embiste como ciervos en berrea, casi siempre. Y yo no estoy en Twitter para convencer a nadie, ni en educación, ni en nada.

Por cierto, a veces sí que llamo la atención cuando la burrada es muy gruesa. O cuando se argumenta falazmente. Hace poco me llegó un unfollow por ese motivo. Pero uno no es de piedra. Ni siquiera en Twitter. No he hecho, y creo que es un error, listas organizativas de seguidos o seguidores. Pero ser organizado no va conmigo, y ni siquiera el paso por la dirección de un centro escolar ha conseguido el milagro.

También el debate educativo se ha enrarecido o radicalizado, como he constatado en diversas ocasiones. Recuerdo una discusión... por el tipo de pauta en primaria. Me habló un defensor de la ausencia de pauta, con una fe que ya quisieran los más santos de cada religión. Como no le di la razón, dejó de seguirme. Y luego, la consabida disputa entre innovación y tradición, que tiene más trampas que una película de Fu-Manchú. De todas maneras, sigo y me siguen educadores de todas las tendencias, lo cual es bueno, pero también tiene un peligro. Como dijo no sé quién, en una guerra civil, me fusilarían en los dos bandos.

En Twitter, sobre todo, intento pasarlo bien. Compartir conocimientos, expresar opiniones, pero por encima de todo, divertirme. Por eso no entiendo tanto odio, tanta amargura y falta de respeto gratuita. O sí lo entiendo, pero no veo su necesidad. Mucho menos su razón de ser. En lugar de aportar, construir, diverger, muchos se comportan como hinchas de un partido político, de un determinado personaje o, como el nombre indica, de un equipo de fútbol. Y normalmente, cuando buceo en cuentas que se dedican al insulto -una especie de safari para mí- veo que suelen ser usuarios con más seguidos que seguidores (normalmente pocos) y pienso: No me extraña, claro. Si se aporta bilis, no hay demasiado interés ni información. 

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En plena faena, Novadors 2014.

Decía antes que hemos perdido costumbres en Twitter. El #FF o follow Friday, cuando los viernes se recomendaban cuentas interesantes para seguir, y así se expandían las relaciones y el conocimiento mutuo. Una lástima que haya desaparecido. Otro cambio que no me convenció fue la sustitución de la estrellita de fav por el corazón, demasiado parecido a otras redes. El fav no indicaba exactamente lo mismo con la estrella, sino que era un marcador, un resaltador al que podía acompañar el RT. De hecho, el fav se ha generalizado de tal manera que a veces se usa ante cualquier tweet que se reciba, o como una manera de terminar un diálogo. Innecesario, para mí.

Últimamente, la proliferación de fotos, imágenes, memes, GIF... hacen que cada vez Twitter (que es un espacio de microblogging, en esencia) se parezca más a otras redes, y eso desvirtúa su singularidad, a mi entender. Pero lejos de mí censurar o lanzar admoniciones sobre su uso: para eso ya está mi timeline, que intento cuidar, sin dar acceso a determinados contenidos. Sí que me gustaría resaltar que la educación entre usuarios es importante, más allá de desterrar el insulto o la agresión verbal. Me refiero a responder los tweets, o al menos, marcarlos de algún modo. Si se han tomado la molestia de contestar, pues qué menos que hacer lo propio, siempre que el número de interacciones lo permita.

Luego están las actitudes: he dicho varias veces que no son los seguidores los que determinan la manera de actuar en la red, sino la actitud, ligada a la importancia que uno se da a sí mismo en Twitter. Y eso también es libre, evidentemente. No por muchos fav, se te sigue más temprano. Y a veces, es un afán inútil.

Y resulta trágica la falta de comprensión lectora para detectar la ironía, el doble sentido, que ha sido una de las señas de muchos buenos tweets vistos por aquí. Usuarios, como la cuenta @envozalta_libro, de Nando López, han tenido que explicar el sentido paródico de sus tweets, ante los reiterados ataques de ofendiditos.

Quiero terminar con algunas cosas estupendas que me ha aportado Twitter en estos diez añitos. Una de ellas, sin duda, es conocer a tanta buena gente, primero por aquí y después en convocatorias más o menos organizadas. La innovación educativa -diría más bien la inquietud docente- ha tenido en Twitter un lugar privilegiado de contacto. A algunos, muchos, todavía no he podido conocerlos en persona, pero todo se andará, espero.

Otra aportación fantástica es la retroalimentación con mi blog de reflexión educativa. De Twitter obtengo temas para el blog, y a la vez es un espacio para difundir lo que escribo. Y fue en Twitter donde me animaron, allá por 2012, a empezar a reflexionar usando el formato blog, tan en auge entonces.

También quiero resaltar la oportunidad de conocer a personas de otros ámbitos distintos al educativo, y que son grandes personas además de magníficos profesionales de lo suyo. Y muy buenos usuarios de Twitter, aunque sean rostros conocidos. He de mencionar, por lo menos, a dos periodistas de TVE muy cercanas en Twitter: Mercedes Martel y Raquel Martínez, con las que hablo de todo y corroboran que esta red vale la pena, malgré tout.

Por último, recordaré a algunos que se han ido para siempre en este tiempo: Carme Barba, Salvador Pérez, Déborah Kozak, Pérez Cepeda, Felipe Zayas... Seguro que me dejaré a alguno, de manera involuntaria. 

Entre todos hemos pasado estos diez años. Espero que sean otros diez, por lo menos, y que vosotros lo veáis. 





miércoles, 12 de agosto de 2020

La blogosfera, hoy: ¿Qué queda de lo que fue?

 Hace tiempo que vengo dándole vueltas al tema de la blogosfera, de su pervivencia y pertinencia en este 2020 tan extraño que estamos viviendo. Y esto, por diversas razones. Normalmente, cada mes leemos en Twitter que alguien cierra su blog por no poder dedicarle tiempo. Estas personas lo anuncian públicamente... pero sabemos que muchos blogs han decaído o directamente han parado para no volver a publicar. Y sus administradores o creadores no lo dicen abiertamente. Ya hemos comentado aquí que un blog requiere cierta organización o disciplina personal: en mi caso, llegar a dieciocho artículos anuales. Es una cifra razonable para mi manera de redactar.

En https://impulsandoideas.net/378/
dia-internacional-del-blog-2013/#.
XzPGpOgzY2w

Otra razón es que los blogs han perdido presencia pública, reciben menos atención. Una asociación docente como Espiral ha dedicado, durante muchos años, unos premios a los blogs educativos, las conocidas peonzas de oro, plata y bronce, en diversas categorías docentes. Yo mismo he sido finalista en tres ocasiones, aunque este blog se ha quedado sin peonza. En la actualidad, y desde 2019, se premian experiencias docentes, en consonancia con las tendencias didácticas más actuales o en boga. Ya no se premian blogs. Supongo que sería difícil seguir premiando tres blogs por categoría año tras año, cuando casi todos los que han escrito en este formato de manera sobresaliente tenían su peonza.

Otro hecho que veo con pesadumbre, unida al tema de la pérdida de audiencia, es la disminución del número de visitas en el blog; evidentemente, es una percepción propia y no puedo contrastarla con otras fuentes, aunque sí parece generalizado el descenso en los comentarios a pie de artículo, un tesoro en tantas ocasiones, puesto que complementa y construye desde el acuerdo o la discrepancia, que de todo hay, afortunadamente. Siempre con respeto, al menos en mi blog. 

Resulta complicado saber cuántos blogs hay en activo en la actualidad en las distintas plataformas; las más usuales, Blogger o Wordpress, ofrecen un manejo fácil, unas interfaces eficaces y pocos problemas de mantenimiento. Además, las distintas administraciones educativas poseen sus espacios donde poder albergar blogs, aunque por detrás de las dos plataformas anteriormente citadas. Asimismo, hemos de distinguir entre blogs de aula, o de nivel, y blogs con otras finalidades dentro de la educación, como los de reflexión educativa o los dedicados a colaboraciones concretas entre centros o docentes.

De todas maneras, una de las características principales de este tiempo, desde 1990 hasta ahora, estos treinta años de presencia y uso de la internet, es la actualización permanente y la obsolescencia programada, tanto en maquinaria como en software, aplicaciones... Nada que no hayamos visto antes en la historia de los medios de comunicación desde la década de los sesenta del siglo pasado, y que se ha aplicado, con más celeridad, a la red. 

Recuerdo que estuve, hace ahora diez años, en Baeza, en un curso coordinado por Alejandro Piscitelli, sobre Edupunk; por cierto, gran nivel de ponentes: Carlos Scolari y Tiscar Lara, entre otros. Fue, por cierto, el lugar donde me abrí una cuenta de Twitter y donde conocí a grandes docentes, como Juan Bueno Jiménez y a Juanfran Álvarez además de compañeros de la Escola Gavina de Valencia. Traigo el tema a colación, además de por cierta nostalgia, por la intervención de Ruth Méndez, quien nos dijo que un libro que había publicado sobre la internet unos pocos años antes... estaba totalmente desfasado. Eso nos da una idea de la rapidez con que van cambiando las cosas, a partir de un desarrollo imparable de la tecnología, cada vez más potente, más pequeña, más sencilla en su uso. 

Reproducimos el mismo esquema ya visto: de la pluma a la máquina de escribir, de ésta al ordenador de sobremesa, al portátil y la tableta, o al móvil, en el que alguna vez incluso tenemos conversaciones telefónicas... Por no hablar del declive de las cartas o de las instancias en papel, los trámites presenciales. La comunicación se ha simplificado y ampliado. Consecuencia: estamos siempre conectados. Pero, como dijo Herbert Simon hace medio siglo (y ha sido citado hasta la saciedad) "El aumento de información hace disminuir la cantidad de atención a repartir".

En la pandemia, hemos tenido que trabajar desde casa para seguir con las clases a distancia. Ha sorprendido que muchos alumnos de secundaria (y padres de primaria) no supieran enviar un simple correo electrónico con asunto y cuerpo diferenciados. Mucho teléfono móvil, mucha aplicación más o menos prescindible, pero... poco uso consciente e intencional de la comunicación establecida. 

Volviendo a la blogosfera, resulta evidente, para mí, que el término se ha quedado grande para la realidad actual: no sé si hablaría más de blogosfera (es decir, una presencia global del blog en la red) sino de comunidad bloguera, gentes diversas que mantienen sus blogs como una manera más comprometida de estar en la red. Me disculparán el adjetivo comprometido, tan exótico en estos tiempos de modernidad líquida, y que recuerda al cristianismo posconciliar. Pero entiendo que refleja bien la motivación de tantos compañeros blogueros: hacer oír su voz para construir, aportar, seguir siendo prosumidores. La cultura colaborativa de la web 2.0. ha dado paso a una titubeante, todavía en definición, web 3.0. o semántica. Por tanto, la blogosfera ha decaído, y las redes sociales han ido a más, tomando el papel de lugar de encuentro cultural (entendido a nivel amplio) que tenían los blogs. Y eso es signo, para mí, de un individualismo desacomplejado del que nos hemos quejado en ocasiones, incluso en el sistema educativo, que parecía inmune a cierto vedettismo.

En esta evolución veloz, cada red ha tomado un camino, el de la imagen y el estatismo -Facebook, ese lugar donde casi nunca pasa nada, y sobre todo, Instagram, escaparate tantas veces vacuo- o bien un perfil profesional, como Linkedin, y el lugar de debate poco sosegado, Twitter. Y debajo de todo, nuestro papel de usuarios libres de la red... a cambio de facilitar tanta información de manera gratuita, y que es usada para fines comerciales. No vamos a escandalizarnos por esto ahora, evidentemente.

A lo que íbamos: hemos pasado de una retroalimentación saludable, en la que las redes sociales difundían los contenidos de los blogs y los utilizaban para el comentario, a otra situación de paulatina sustitución de los blogs (menguantes, escasos, renqueantes tantos) por el predominio de las redes, en cualquiera de sus vertientes más estáticas o dinámicas. Los blogs se ven como una fase superada, en tantas ocasiones, como se vio la carta impresa ante el correo electrónico. Sin embargo, aquí no es el soporte lo que está en juego -el mensaje llegaba antes por la red, ganaba espontaneidad y podía perder seriedad- sino la intención reflexiva. Difícilmente una entrada en Facebook, un tweet o un hilo, van a poder equipararse a un post en un blog, a poco que la persona que lo escriba reflexione, se informe y busque la utilidad del texto, más que su simple repercusión.

Y por encima de todo, la posibilidad de crear comunidad, de aportar cultura colaborativa, normalmente sin ingresos económicos de ningún tipo. No hemos venido, como dijo aquella vez Paco Umbral en televisión, a hablar de nuestro libro: hemos venido a escribir un libro entre todos, el de la cultura blogger, bajo licencia Creative Commons.

Crónica de la II Edujornada... desde la distancia

  Hace unos días se ha celebrado en Madrid la segunda Edujornada, en el Caixaforum de la capital. Por razones personales, no he podido asist...