martes, 7 de julio de 2020

Final de trayecto: balance desapasionado de cuatro años en la dirección.

Hace unos días, acabé mi mandato como director de un centro de educación infantil y primaria. Como muchos sabéis, han sido cuatro años, de julio de 2016 a junio de 2020, que he ido reseñando en este blog, sobre todo con la etiqueta #direcciónescolar. Ha sido un tiempo de aprendizaje, de experimentar las posibilidades y dificultades de un cargo esencialmente ambiguo, que está a medio camino entre la administración y el claustro. Todos los docentes formamos parte de ambos ámbitos, porque somos administración educativa, al tiempo que integramos un grupo profesional de centro, el claustro de profesorado. Somos administración porque tenemos el poder sancionador de la evaluación, porque atendemos a las familias y al alumnado, porque estamos sujetos a una organización y a una normativa cada vez más exhaustiva. Y la dirección, a su vez, representa al claustro ante la administración, y también a ésta ante el claustro. Como hemos dicho otras veces, se requiere un ejercicio de funambulismo si queremos que el centro avance, y no simplemente sobreviva en un cierto limbo pedagógico. Crear un buen ambiente de trabajo, que los compañeros estén cómodos, es fundamental. Y al mismo tiempo, hay que marcar un rumbo hacia el que ir, decidir -con el máximo consenso posible- los objetivos que se quieren conseguir a medio plazo. Teniendo en cuenta que no todos pueden ir al mismo ritmo, pero sin admitir la objeción a la novedad, al cambio que forma parte de lo educativo.
Ya en septiembre pasado tenía tomada la decisión de no continuar cuatro años más, de no pedir la renovación. A pesar del trabajo realizado, que creo que podemos calificar de satisfactorio, la matrícula en infantil de tres años no remontaba. Ese hecho, unido a factores externos más propios de la localidad que de mi propia escuela, me desanimó a seguir. Nunca he entendido la dirección como un "botín de guerra" que hay que defender a cualquier precio, una vez conseguida. No fue esa mi intención cuando accedí al cargo, sino promover un cambio razonable tras un prolongado período de diecinueve años, el tiempo que estuvo mi predecesor en el cargo. 
No ha sido un camino de rosas. A los problemas de todo centro, con alumnado, profesorado y familias -he de decir que no han sido muchos, a mi entender- se unía la peculiar situación geográfica del colegio, que, unos quince años después de su inauguración oficial, todavía no tiene un vial de entrada. Se proyectó en su momento, pero el ayuntamiento no lo ha ejecutado todavía. Es un tema, el acceso al recinto escolar, que me ha dado muchos quebraderos de cabeza, puesto que la entrada provisional se cerró en septiembre de 2017, y había que compartir entrada de vehículos, de alumnado y familias... En fin, un curso muy complicado por esa y otras cuestiones internas. 
La llegada de una nueva jefa de estudios en 2018 al equipo supuso un empujón, puesto que su capacidad de trabajo y sus ideas aportaron mucho. De hecho, ella ha asumido la dirección con un equipo joven y bien preparado. Lo dicho, yo nunca pensé en eternizarme. Echo de menos el aula de primaria, tener una tutoría, un espacio, un pequeño territorio donde aplicar mis ideas didácticas, donde disponer la distribución de grupos, un lugar propio. En este tiempo, he dado clases de lengua castellana, matemáticas, sociales, valores, artística en inglés... Y siempre he participado en las evaluaciones de mis grupos, intentando no perder el contacto con la clase y con la docencia; siendo uno más al poner notas, al corregir controles, al tener dificultades de conducta con algunos alumnos. Como suelo decir, los papeles no se quejan, y una dirección burocratizada y distante de la realidad del aula se desvirtúa, no lleva el cambio sino la rutina, el "ya está hecho" sin que importe demasiado cómo se ha hecho. Otra cosa es que los trámites no se hagan, buscando la ley del mínimo esfuerzo, el "siempre se ha hecho así". Qué os voy a contar que no sepáis, compañeros del gremio.
Partiendo de la organización de espacios, quisimos situar la lectura como eje vertebrador del centro, y creo que hemos conseguido bastante en ese sentido. Otra pata del proyecto era la actualización de planes: en este campo, tenemos un Plan de Acogida bien pensado, un Plan de Lectura adecuado a la realidad del centro, y en este último curso hemos consensuado el Plan de Acción Tutorial. Además, se adaptó el curriculum de infantil dentro del PCC y se ha llegado a consensos metodológicos. Además, tenemos tres bibliotecas, dos para alumnado y una tercera para familias, cuyo uso hemos de impulsar más. El reciclaje y la reducción de residuos han sido otras de las señas de identidad de nuestro centro, a pesar de que el profesorado, en ocasiones, no somos todo lo aplicados que deberíamos en este tema: primero, nosotros a dar ejemplo, y después, alumnado y familias.
La Comunidad Valenciana ha impulsado, durante los últimos años, el PAM, plan de acciones para la mejora de los centros, que ha sido también una herramienta útil en cuanto a llevar a cabo medidas concretas. Hemos participado en las convocatorias de fomento de la lectura y en estos cuatro años (también para el que viene) hemos tenido la figura de una auxiliar de conversación en lengua inglesa. Además, hemos querido abrir el centro a la participación de la comunidad escolar, a las aportaciones de personas relevantes... Me quedo con la visita que nos hizo Llorenç Giménez, el magnífico cuentacuentos que murió en 2019; también su amigo Carles Cano, del que hemos leído muchas obras, y cuya fantástica "T'he agafat, Caputxeta", hemos representado varias veces. El cantante Dani Miquel también vino una fiesta del 9 d'octubre, dia de la Comunidad. 
Se han quedado cosas por hacer, y la pandemia nos ha pillado como a todos, por sorpresa, con planes que no se han podido realizar, pero que están hilvanados a la espera de normalidad escolar. 
Bruno Soriano, jugador del Villarreal CF, nos visitó en 2017.
Otra cuestión de la que estoy satisfecho ha sido la colaboración con servicios sociales, que se ha estrechado y que ha dado buenos frutos, aunque todo no es posible: hay casos que se escapan a nuestro control, y a veces nos desesperamos. Pero, como le oí a José Antonio Orcasitas en una ocasión, "la abuela bebe, la madre pasa, el niño se duerme... Pero, ¿tú haces todo lo que puedes por él? En caso afirmativo, puedes estar tranquilo contigo mismo". Entre eludir responsabilidades o afrontarlas, siempre lo segundo. Que no todo es enseñar a multiplicar, o las clases de determinantes: cosas que se enseñan, pero que no han de cegar nuestra visión completa de la escuela como lugar de convivencia y, sobre todo, como observatorio primero de la realidad social que vive nuestro alumnado. Mirar para otro lado no es una opción. El apoyo de la dirección a los docentes que detectan problemas y los comunican ha de ser constante, y ha de promover la confianza en que no están solos; es más, saben que si llegan familias pidiendo explicaciones, será el director quien las dé, porque todas las notificaciones van firmadas por mí. 
Es difícil, la verdad, no aislarse del resto de compañeros cuando se es director. Entre las preocupaciones diferentes, las exigencias del despacho y que "eres el jefe", es uno de los puntos débiles de la dirección como está planteada actualmente. En mi blog he reflexionado sobre las consecuencias humanas de la dirección, una de las más reseñadas es un grado de aislamiento con respecto al claustro, quizás, ya digo, inevitable, pero no deseable. Al final, es un tema de mayor responsabilidad, de más perspectiva de centro, y de ir navegando para no tener que llegar a consecuencias indeseadas. 
A todo esto, la inspección ha de cuidar y conocer a los equipos directivos, asesorándoles y preocupándose por cómo van los centros. Si sólo funcionan como apagafuegos, poca influencia efectiva van a tener en la escuela. En mi caso, aún estoy esperando una llamada, aunque fuera meramente formal, para agradecerme los cuatro años dedicados a dirigir el CEIP. Creo que esperaré en vano.

2 comentarios:

  1. Ánimo en la nueva etapa, Salva, que seguro que no eres capaz de estar quieto... ni de dejar de escribir en el blog ;-)

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  2. Creo que tienes razón en ambas cosas, Iñaki. Muchas gracias por comentar, es una costumbre en declive que conviene recuperar.

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