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Hoy reseño una obra un tanto peculiar, ya que no está directamente relacionada con la educación, aunque sí tiene un espacio en el que la educación puede verse reflejada e interpelada, puesto que se alude a ciertas prácticas o modas que se van implantando en la escuela. Y además, la educación formal no es un espacio aislado, sino que vive en su tiempo, sobre todo a través del alumnado que llena sus aulas, de sus familias y de la cultura que consumimos todos, también los docentes.
Por eso, Psicopolítica de Byung-Chul Han me parece una obra reseñable. Es breve, como casi todo lo que he leído de este coreano afincado en Berlín, doctor en filosofía y profesor en una universidad de la capital alemana. En España tiene mucho publicado en Herder, y pasa por ser uno de los filósofos de referencia en Europa.
El autor habla, desde hace tiempo, de la autoexplotación del sujeto de rendimiento en nuestra época, de una conversión del ser humano en "empresario de sí mismo", rotos los límites de la relación laboral moderna, en la que el disciplinario deber estaba bien delimitado entre trabajo y ocio (de esto ya se ocupó Richard Sennett en La corrosión del carácter). En cambio, el poder hacer no tiene ningún límite y plantea una capacidad de coacción ilimitada, bajo la apariencia paradójica de libertad. La depresión y el síndrome de estar quemado acompañan esta paradoja y se muestran como dolencias de nuestro tiempo. Y, más aún, esta otra consecuencia:
Y por el aislamiento del sujeto de rendimiento, explotador de sí mismo, no se forma ningún nosotros político con capacidad para una acción común. (Página 17)
La psicopolítica es la forma de ejercer el poder de nuestra época neoliberal, así como la biopolítica (término foucaltiano) lo fue en la modernidad o época disciplinaria, y la soberanía -el poder evidente del soberano- en la época premoderna. Es un poder sutil, un Gran Hermano amable, lejos de la coerción, con el que colaboramos cada vez que damos al botón de like en las redes, por ejemplo. Se ha mejorado el panóptico de Bentham, que solo controlaba físicamente a los reclusos, y se ha pasado a un panóptico digital (Bauman ya trató este tema en Vigilancia líquida, junto a David Lyon) en el que "nos ponemos al desnudo sin ningún tipo de coacción ni de prescripción. Subimos a la red todo tipo de datos e informaciones sin saber quién, ni qué, ni cuándo, ni en qué lugar se sabe de nosotros." (Pág. 23) Nosotros mismos ejercemos la vigilancia sobre nosotros, ya que todo queda registrado, de alguna manera, en la nube.
El poder es más eficaz y mayor cuanto menos se hace notar públicamente, más interiorizado está. En eso, lo digital se muestra tremendamente eficaz, ya que es percibido como libertad de elección entre las opciones existentes; sin embargo, formamos parte, con nuestras aportaciones, del Big Data, que constituye "un instrumento psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prerreflexivo". (Pág. 24)
Su éxito, por tanto, está en explotar la paradoja, siempre en la sombra, en lo que no se ve ni se detecta; contando con la colaboración entusiasta de los usuarios. No es de extrañar que, como consecuencia, hayamos pasado a una democracia de espectadores.
Bien, pero, ¿y de la escuela, qué? Vamos a ello. Primeramente, y recurriendo a Foucault, se califica la institución escolar como sistema cerrado, al igual que el hospital o -peor aún- la cárcel. Son aquellas instituciones totales, según otra terminología. Y su época fue la del poder disciplinario; ahora, según Deleuze, han entrado en crisis pues obedecen a un "carácter cerrado y rígido, poco adecuado a las formas de producción inmateriales y en red. Estas presionan hacia una apertura y deslimitación mayores." (Página 31)
Creo que hemos de coincidir con Han; la evolución de la escuela es tal cual: crisis de la autoridad docente, revisión de los contenidos curriculares, debate sobre el papel del libro de texto en el aprendizaje, desconfianza en el valor de lo aprendido y evaluado... No todo es negativo, y además, es lo que hay. Nos daría para mucho desarrollar cada una de estas características, y no es la intención, sino constatar que la crisis de la escuela no es una confabulación pedagogista, sino consecuencia de su tiempo mucho más volátil en todos los aspectos.
Y por último, el autor se refiere a las emociones, bajo el epígrafe "El capitalismo de la emoción". Cuidado, que vienen curvas. Han distingue entre sentimiento, afecto y emoción, aunque admite confusión terminológica generalizada entre los tres. Para distinguirlos, escribe lo siguiente:
"Tanto el afecto como la emoción representan algo meramente subjetivo, mientras que el sentimiento indica algo objetivo. El sentimiento permite una narración. Tiene una longitud y una anchura narrativa. Ni el afecto ni la emoción son narrables." (Páginas 57 y 58).
El sentimiento es constatativo, tiene una duración en el tiempo y permite la reflexión sobre sí mismo. En cambio, "la emoción es dinámica, situacional y performativa. El capitalismo de la emoción explota precisamente esas cualidades. (...) La emoción no se detiene." (Pág. 59)
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