Como muchos de vosotros sabéis, estoy vinculado a Novadors, una asociación de profes de todos los niveles educativos, desde infantil a universidad, aunque es cierto que pocos representantes tenemos en ambas etapas. Soy socio desde hace años, he asistido a jornadas desde 2010, creo recordar, y antes de la pandemia di el paso de acudir a reuniones preparatorias, integrándome más en la estructura organizativa, si es que se puede llamar así.
También he asisitido a jornadas de Aulablog (en San Sebastián, en 2013), a convocatorias de Espiral en Barcelona, a jornadas de la Fundación Trilema en Almansa y Valencia, al EABE en Úbeda (donde conocí a la estupenda persona y profesional que fue Pedro Sarmiento, @doktus); he conocido a la gente de Un entre tants, en Valencia (allí me encontré a Ramon Barlam, ponente en una jornada). He acudido a convocatorias del CITA de Peñaranda de Bracamonte, con el incombustible pirata-bibliotecario José Luis Sánchez y su esposa Carmen Iglesias, a los que conocí personalmente en Alcázar de San Juan, en una quedada organizada, entre otros, por Antonio Garrido, donde también estuvieron Gregorio Toribio e Inma Contreras. A todos los conocía por Twitter, red a la que me incorporé en 2010, en un seminario sobre Edupunk en Baeza con el gran Alejandro Piscitelli. Allí también coincidí con Juanfra Álvarez, @juanfratic con el que compartimos agradables ratos hablando de educación. También con Juan Bueno, con quien mantengo contacto en Twitter.
Imagen de unas jornadas en junio de 2016 (la foto es mía) |
Y, en la década pasada, había que estar en ciertos lugares para ver qué se cocía en educación. De hecho, conceptos como MOOC, STEM, BYOD, DIY, metodología Maker, o enfoques tan interesantes como SMAR, al que ya hemos hecho referencia en este blog, se me mostraron en jornadas o cursos de formación. Todo era nuevo, la tecnología estaba proporcionando oportunidades para trabajar de otra manera, y algunos, como en mi caso, nos acercábamos más atraídos por esa manera de plantear los aprendizajes que por la fascinación tecnológica. Evidentemente, había quien hacía el camino contrario, desde el dominio de recursos informáticos, incluso desde posturas freak. En cualquier caso, había ebullición, participación, se compartían experiencias más allá de la mercantilización o de la obtención de créditos para los sexenios. Había una ilusión por cambiar la educación que se expandía por las redes, creaba grupos informales, proyectos colaborativos... Lejos de los gurúes, porque casi todos éramos profes en activo mostrando lo que hacíamos, nada más... y nada menos. Docentes colaborando para mejorar la docencia, la vida en los centros, aglutinados en aquello que se llamó la web colaborativa, la web 2.0.
Todo aquello nos parece lejano, aunque hace poco tiempo que ocurrió. De hecho, en septiembre de 2019 nos reunimos en Madrid unos cuantos viejos rockeros de la innovación y reflexión educativa bajo la convocatoria de #50yTICo, para ver, de manera compartida, el horizonte educativo tras dos décadas de implantación de las TIC en los centros. Teníamos la sensación, creo que la certeza, de que aquel tiempo no iba a volver, aquella primavera de asociacionismo en torno a las TIC había acabado y ahora había otras cosas, más espectacularizadas, si se permite el palabro. Más individuales, buscando (legítimamente, entiendo) el reconocimiento en redes, que puede transformarse en invitaciones a congresos, eventos... y suponer una fuente de ingresos adicional nada desdeñable.
Los de #50yTICo no nos dejamos llevar por la nostalgia; al contrario, tuvimos diversos espacios de reflexión conjunta y elaboramos unas conclusiones para la actualidad, una actualidad que no es como nos gustaría en muchos aspectos. Pero sobre todo, en lo que a interacción en redes se refiere: el empobrecimiento de la participación, cuyo epítome es el declive de la blogosfera, que surgió con tanta fuerza y ha ido decayendo imparablemente, hasta el punto de que muchos blogs educativos han desaparecido o languidecen, cuando antes eran referencia. De hecho, la asociación Espiral ha modificado sus premios, las famosas peonzas, y ahora premia experiencias educativas, mucho más espectaculares. Por cierto, este blog se quedó dos veces a las puertas de tener una peonza, lo que me habría hecho mucha ilusión, la verdad.
No todo es negativo: sigue habiendo compañeros que comparten recursos gratuitamente; ha surgido la figura del procurador de contenidos (traducción libre del content curator inglés), que capta aquello que considera relevante y lo adapta a las necesidades educativas, ofreciéndolo en la red. Mención especial merece Manu Velasco (@Manu_Velasco) por su trabajo, y hay muchos más. Se ha incorporado gente joven a Twitter, que sigue siendo espacio de debate, aunque mucho más bronco y maniqueo que hace unos años. Pero hay debate, intercambio de opiniones y -aunque de manera distinta- de experiencias educativas.
Don't cry over spilt milk, dicen en inglés. Aquí decimos que agua pasada no mueve molino. La nostalgia no es buena, salvo como ejercicio esporádico. En educación es especialmente dañina. Y las redes van a un ritmo muy acelerado, se construyen en interacción y sus dinámicas están en constante cambio. Twitter se ha llenado de imágenes, de vídeos, y ha perdido concisión, mordacidad, ironía, en favor de más usuarios que desconocen la historia de esa red, sus usos. Hay más ruido, es cierto. Han cambiado las redes, han cambiado los claustros, en un relevo generacional lógico y continuo. Y los que estamos en Twitter somos una minoría con respecto al conjunto del profesorado; eso no se ha alterado. Deberíamos tenerlo más en cuenta, entiendo: Twitter es una burbuja, no la realidad de la educación, aunque esa realidad se muestre parcialmente allí.
He empezado el artículo hablando de Novadors y lo que supuso la primavera de la web 2.0, la proliferación de propuestas formativas entre iguales. Mi pregunta, que intentaré responder en un próximo artículo, es si habrá relevo en esas asociaciones tan útiles hace unos años y que hoy viven un periodo de incertidumbre o redefinición.
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