Confieso mi cansancio. No con el blog, que nunca he visto como una obligación, aunque sí he seguido una disciplina mínima para que no quedara, como tantos otros, en el olvido por inacción del autor. Sin embargo, a día de hoy solo he publicado un artículo en 2022, y ha sido sobre una interesante jornada formativa a la que asistí en Valencia.
Para escribir un artículo necesito tiempo y tema, como he dicho otras veces. Y la verdad es que el segundo elemento me supone un problema. Miro los muros de la patria mía, como Quevedo, y no levanto cabeza. Así que tomo prestado el título de la obra teatral de Arthur Miller, que vi hace muchos años, para coger perspectiva y plantear algunos asuntos que podrán desarrollarse en futuras entradas.
No quiero hablar de una reforma educativa cutre, poco pensada, hecha a la contra y, sobre todo, ineficaz. Y además, ni siquiera se ha elaborado un texto nuevo, sino que continúa el refrito insufrible a partir de la LOE de 2006. Mala y perversa era la LOMCE, que aplicaba las políticas neocon de Bush hijo cuando ya se había visto que no funcionaban. De hecho, nadie se acuerda de Wert (ni en el Partido Popular); pero esta reformita muestra goteras por todas partes. Al final, cambio de curriculum, renovación de libros, gasto enorme para administración y familias. Y qué poco cambiará.
El sistema educativo tiene la piel del rinoceronte, y los cambios le afectan poco si no surgen desde abajo, desde el aula hacia arriba. Hemos visto ejemplos magníficos de adaptación a las necesidades que iban apareciendo: la atención al alumnado inmigrante, por citar un caso, fue buena muestra de que el profesorado con ganas saca las cosas adelante, colabora, se mueve. De eso han pasado ya veinte años, puesto que la inmigración masiva en España empezó con el cambio de siglo. Muchos de nosotros hemos sido testigos, y actores, de ese proceso. Luego vinieron los planes de acogida prescriptivos, respuesta de la administración, que en algunos casos, como en el valenciano, ha reglamentado exhaustivamente el protocolo de actuación. Lo que ocurre es que no se comprueba, por regla general, si se aplica fehacientemente en la realidad. Cada centro, como bien sabemos, es un mundo.
Por tanto, de la reforma efímera llamada LOMLOE, no tengo más que decir. Será efímera porque durará hasta que los conservadores lleguen al poder. Poco se habla de la desgracia endémica de este país que no alcanza acuerdos duraderos en política energética, en asuntos exteriores o en educación, temas todos considerados "de Estado". Parece ser que se ha aprendido poco de los dos últimos siglos en España, aunque es verdad que la democracia se ha asentado y la confrontación es solo política, con unas reglas del juego aceptadas por la gran mayoría. Pero falta grandeza, sin duda. Y si me apuran, diré, recordando a Andreotti, que manca finezza.
El debate docente es una caricatura, la más de las veces. Y nos hemos quedado en los temas de siempre, en el libro de texto o tal o cual metodología en el aula, cuando hay otros asuntos que requieren atención e intervención. Pedimos cooperación al alumnado pero nosotros somos reacios a ejercerla. La falta de coordinación es una de las grandes lacras del sistema educativo español, junto con el aislamiento docente, al menos así ha sido históricamente. Y una propuesta que intenta superar ese panorama y reducir la complejidad en los primeros cursos de la ESO, los ámbitos de aprendizaje, es puesta en cuestión con argumentos en favor de la calidad de la enseñanza. Ojalá muchos de los profes de secundaria con plaza definitiva que ahora claman contra los ámbitos estén dispuestos a bajar a primero y segundo de ESO a solucionar ellos esa falta de calidad. Porque esa es otra, la transición de primaria a secundaria también tiene su plan prescriptivo, pero la realidad... es mejorable. En ambas etapas. Y habrá que dar soluciones, en primaria y en secundaria. Dicho esto, reconozco que mi conocimiento del tema de ámbitos es parcial, y me aproximo al mismo con cautela.
Me consta que algunos centros están aplicando ámbitos y comprobando que funcionan, con profesorado y alumnado satisfechos. El paso de una docencia centrada en un tutor en sexto de primaria (mi curso este año) a diez u once profesores distintos se ha mostrado como una dificultad evidente en esa transición. Y los ámbitos son una propuesta para mejorar eso; también se puede aumentar la coordinación entre el equipo docente del primer ciclo de secundaria, para evitar situaciones como que un grupo tenga dos controles el mismo día. La micropolítica, una vez más; la organización escolar, si se quiere. También leo, en Twitter, opiniones contrarias a los ámbitos y a su implantación en primero de ESO en todo el sistema educativo valenciano.
Por otra parte, que existan criterios más allá de la antigüedad en el centro para elegir docencia en determinados cursos no me parece mal, la verdad. La enseñanza es una tarea grupal, en la que unos construyen sobre lo que otros han hecho, y el resultado es evidentemente compartido. Y, como decía un profesor mío en el doctorado, el derecho a la educación de su hija no debería ser cuestión de suerte. En este sentido, hay docentes mejores y no tan buenos, pero todos estamos sujetos a una normativa y unas exigencias como funcionarios y como profesionales. Decir que las condiciones son malas está bien y es necesario, porque es verdad tantas veces; pero hacer todo lo que se pueda, también. La cuestión, claro, es definir ese "todo lo que se pueda". Desde la dirección al bedel, pasando por el claustro. Ah, y un detallito de nada... con la supervisión efectiva de la inspección, esa desconocida.
Pero confrontando solamente, no avanzaremos. Lo vemos en las TIC, por ejemplo. Si el debate se reduce a echarse en cara que no se usan suficientemente, ¿no se refuerzan posiciones, sin más? La cooperación docente, el echarse una mano, ¿dónde quedó? Tantos compañeros que no usan las TIC a menudo, ¿lo harían con ayuda? ¿O están dispuestos a no practicar la competencia digital del alumnado en las aulas?
La gran cuestión en este inicio de siglo XXI, en educación y en la sociedad, es cómo tratar con la complejidad, con la diferencia, con la diversidad. Y sí, también nos tenemos que preocupar por el nivel de conocimientos y el conjunto de actitudes de nuestro alumnado; no hacer eso en aras de una supuesta atención más amplia es, simplemente, una trampa en el solitario. Todo lo anterior redunda en una exigencia mayor hacia el profesorado, una mayor carga de responsabilidad, y una posibilidad real de acabar quemados o de engrosar las filas del cinismo sin asumir nuestra parte. Y la cuestión vuelve a ser: ¿cuál es, exactamente, nuestra parte, en una sociedad tan inestable en tantos sentidos? De esa respuesta depende todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario