Hace unos meses, en un intercambio de tweets, hablé de los vividores de las pantallas, en referencia a tantos jóvenes, incluso niños, que han hecho fortuna, en algunos casos considerable, a través de la red. No se me ocurrió otra manera de denominar a aquéllos que constituyen, para muchísimos adolescentes, un referente a seguir y, lo que es más preocupante, a imitar.
He vuelto a esta idea tras ver, por televisión, la irrupción de una nueva red social, TikTok, desarrollada en China en 2016 bajo el nombre de Douyin y que cuenta con más de 500 millones de usuarios en todo el mundo. Esta aplicación funciona mejor con terminales Apple, y encabezó la lista de descargas en el primer trimestre de 2018, con 45 millones, según se puede leer en infobae. Su atractivo consiste en subir vídeos muy breves, con un fondo musical, haciendo bailes, muecas... que llamen la atención y generen likes. Parece ser que los usuarios mayoritarios tienen de 8 a 16 años, lo que unido a su manera similar de funcionar, podrían convertirlo en el nuevo Schnapchat.
Reconozco cierta incomodidad al buscar información sobre redes que están tan alejadas de mis intereses vitales. Soy tan así que ni siquiera tengo Instagram, y eso que ya parece, por contraste, de gente formal. Me apetece mucho más compartir ideas, debatir, ver alguna imagen interesante, que hacer uso de un escaparate permanente que en muchos casos es un ejercicio de banalidad. Pero claro, yo no tengo catorce años, y entiendo que los adolescentes se relacionen de manera distinta a la mía a su edad. Aprovecho para decir que no era un modo idílico, no siento nostalgia en absoluto ni estoy en contra de lo nuevo sólo por su novedad. Pero sí era más humano, más cercano, puesto que la distancia se salvaba por carta o por teléfono fijo sujeto al control paterno.
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Siguiendo con las aplicaciones para relacionarse a través de la imagen, me llamó poderosamente la atención la respuesta de una adolescente en el noticiario de Antena 3, que decía que usaba TikTok para desaburrirse. El palabro no está en el diccionario RAE en línea (con lo abiertos que suelen ser a palabras nuevas) pero entendemos el significado. Esta palabra inventada supone mucho más de lo que podemos pensar a primera vista. Hasta ahora, divertir y aburrir eran antónimos. Bien, lo siguen siendo. Pero esa relación suponía que hay actividades que divierten, que son amenas, y otras que no tanto, o no en absoluto. Uno se aburría, sobre todo, por falta de actividad o por realizar tareas rutinarias, de lo que sabemos bastante en la escuela. Además, podía existir una situación intermedia, en la que interviene la atención, sin que sea tediosa o divertida. Pero des-aburrir supone que hay un estado natural, un estado instalado en la vida de tantísimos preadolescentes y jóvenes, del que hay que huir, al que se tiene que poner remedio como sea. Divertir supone, etimológicamente, buscar otro camino, es decir, hacer algo distinto. Por eso no todos coincidimos en qué es divertido: una obra literaria, una visita a un museo, un concierto, un deporte... pueden ser considerados como entretenimiento apetecible o como un tostón. Una película de terror es pura gloria para algunos, mientras que otros no la verían jamás. No hace falta extenderse en este tema.
Por tanto, con una juventud necesitada de "desaburrirse" y con unos referentes de éxito fácil en You Tube, conocidos como influencers, la perspectiva es sombría para la educación formal, que es lo que nos interesa. Por una parte, se reduce el tiempo de espera ante los estímulos, y en educación los logros no son tan inmediatos, ni en el aula ni en el conjunto del recorrido escolar. Por otra parte, pasar unas cuantas horas sin conexión a redes sociales, atendiendo a una actividad más o menos dirigida y programada para dedicar atención continua, constituye una dificultad creciente para muchos niños y adolescentes.
Ya hemos comentado aquí la obra de Catherine L'Ecuyer Educar en el asombro, que afirma que la multitud de estímulos lleva muchas veces a la apatía, al aburrimiento como actitud: Diviérteme, parecen decir los jóvenes (desabúrreme, dirían ahora).
Volviendo a los vividores de las pantallas, a los que ingresan suculentos beneficios sólo por asistir a eventos, comentar o mostrar productos, ¿son un ejemplo a seguir para nuestros jóvenes? Antes eran los futbolistas, cantantes o modelos, demasiado pendientes de sí mismos, por lo general, para darse cuenta de su responsabilidad social. Todos ellos y ellas asociados a un éxito obtenido en plena juventud y asociado a algún mérito profesional deportivo, artístico o de apariencia (en el caso de los modelos).
La evolución de la notoriedad fueron las celebrities, es decir, aquellos que eran conocidos, sobre todo, por salir en los medios, más que por sus méritos. No importaba demasiado cómo se llegaba: si a través de concursos demenciales de permanencia en un mismo espacio, si contando intimidades propias o de conocidos con algún grado de fama. Todos conocemos programas de televisión que han proporcionado multitud de personajillos, la mayoría de ellos efímeros.
Y el último paso ya es el do-it-yourself de las redes: los youtubers, instagrammers o, en un aspecto más restringido los booktubers, acumulan seguidores, miles o millones de visitas a su cuenta en la red. El postrer estadio de la evolución que Bauman enunció en su obra "Comunidad" sobre la notoriedad: de mártir a héroe, y de héroe a celebridad. Por el motivo que sea, incluidas las estupideces que vemos a veces y que podemos resumir en "Todo por un selfie"... incluso la muerte por imprudencia.
¿Qué hacer, como adultos y como docentes, ante esta situación? En demasiadas ocasiones, yo el primero, despreciamos toda esta subcultura y lo vemos desde la distancia como cosas de jóvenes, aunque sean hijos o sobrinos nuestros. Creo que lo primero es no ser ajenos, saber de qué se habla, a pesar de nuestra divergencia en intereses. Me refiero a entender qué hacen y cómo se relacionan, no ignorar todo eso y reducir nuestra relación al aula, aunque evidentemente ahí ocurre lo sustancial. Y en un ambiente que tiende a la brevedad, a lo banal, somos un punto en el horizonte. A veces, el único punto visible. Alguien que les diga que no todo en la vida es apariencia, imagen, fingimiento, y que vivir para uno mismo y para los demás es mejor -además de no ser incompatible- con tener presencia en la red. Y habrá que animarles a aceptar que, al igual que no todos podían ser futbolistas o cantantes profesionales, tampoco todos pueden dedicarse a ser estrellas de la red. Ni falta que hace.
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