La tendencia a adelantar el inicio de las clases en las
etapas obligatorias es un tema que se puede analizar desde distintos puntos de vista. En
un artículo anterior, argumentábamos contra la idoneidad de esta
medida administrativa, que complica la toma de decisiones de inicio de curso y
que parece parte de un planteamiento más amplio, destinado a trasladar parte de
la planificación docente del ejercicio escolar a julio.
Aumentar el número de horas que pasan los escolares en
las aulas no tiene, per se, un efecto positivo sobre la educación. Y tampoco
nos parece ése el motivo fundamental de esta extensión del horario lectivo. La
razón política obedece más a cierta demanda social para que los niños pasen el
mayor tiempo posible en los centros. Lo cual es comprensible en una sociedad
donde hombres y mujeres comparten el mercado de trabajo, y cuidar de los hijos
se complica durante la jornada laboral. Evidentemente, las vacaciones escolares
y las laborales no coinciden, y las primeras ocupan mucho más tiempo que las
segundas. Ese desfase causa tensiones a las familias, y esa tensión llega, en
forma de reivindicación, a la administración pública.
La proliferación de escuelas municipales de verano (muchas veces en un colegio de la localidad) responde a la necesidad que antes comentábamos. Da cierta pena ver que los niños se vuelven a incorporar en julio a la rutina de levantarse temprano y estar, una parte del día, en un aula, aunque no se lleven a cabo actividades propiamente curriculares. Siempre pendientes del reloj, cuando el verano era justamente su ausencia. Hay chavales que terminarán la escuela estival el 15 de agosto, por ejemplo. Y el próximo curso empezarán sus estudios el 3 de septiembre. Complicado, ser niño en estos tiempos.
La proliferación de escuelas municipales de verano (muchas veces en un colegio de la localidad) responde a la necesidad que antes comentábamos. Da cierta pena ver que los niños se vuelven a incorporar en julio a la rutina de levantarse temprano y estar, una parte del día, en un aula, aunque no se lleven a cabo actividades propiamente curriculares. Siempre pendientes del reloj, cuando el verano era justamente su ausencia. Hay chavales que terminarán la escuela estival el 15 de agosto, por ejemplo. Y el próximo curso empezarán sus estudios el 3 de septiembre. Complicado, ser niño en estos tiempos.
Escuela Munkegards, Copenhague, diseñada por Jacobsen, 1951 |
Eso siempre ha sido así, como decíamos antes. La función de guardería, por
parte del centro escolar, se aceptaba, pero se veía eclipsada por la más alta
función de instrucción, formación, educación, que de todo ha habido en la
escuela. Hoy en día, no estaría tan seguro de que pervive la misma percepción. La
abundancia de recursos informales fuera de la escuela permite acceder a
conocimientos que antes eran exclusivos de la institución escolar; incluso hay
áreas, como los idiomas, las artes o los deportes, que se aprenden mejor en
ámbitos distintos a la escuela. Y no podemos olvidar que el atractivo del
currículum escolar decrece a medida que aumenta la edad del alumnado, y
aparece, cada vez antes, un cierto desencanto, o una actitud que llamamos “de
brazos caídos”, ya en tercero de primaria, en algunos casos. Y este fenómeno va a más. Esta desafección desemboca, más tarde, en actitudes hostiles al sistema educativo, ya en secundaria.
Por otra parte, se promueve la extensión de la jornada escolar a través de servicios extraescolares, frecuentemente de pago, como las escuelas madrugadoras o las actividades deportivas o curriculares en el propio centro, organizadas por las asociaciones de padres. Actualmente, un niño puede entrar a las 7,30 al colegio, y salir a las 18,30. Y tal vez tenga que hacer las tareas escolares en casa... tras una jornada agotadora.
La propia administración educativa refuerza este cambio en la categoría de las funciones escolares con medidas como la que analizamos aquí. La transformación de la escuela en un mero aparcaniños temporal puede ser inevitable si, como está ocurriendo, la administración participa en el proceso e incluso lo promueve, al ignorar la situación real de los centros y poner el énfasis en que estén abiertos más tiempo, no importa en qué condiciones de atención pedagógica. Se devalúa la consideración de lo escolar, ya asediado por la falta de actualización curricular. Y esta devaluación afecta, sobre todo, a la parte pública del sistema, la que tiene más complicado ofrecer alicientes extra a la escolarización. La que tiene unos gestores que se conforman con la estabulación del alumnado, aunque luego se "preocupen" de los resultados de las pruebas internacionales.
En conclusión, se produce un deslizamiento de funciones -o de preeminencia en las mismas- que es consecuencia de una evolución social, y también se ve reforzado por diversos factores y actores, que desconfían -cuando menos- del poder transformador de la escuela. Los docentes podemos observar el fenómeno, resignarnos como quien ve llover, o bien, dotar de relevancia a lo que ocurre en las clases. El resultado no será el mismo.
Por otra parte, se promueve la extensión de la jornada escolar a través de servicios extraescolares, frecuentemente de pago, como las escuelas madrugadoras o las actividades deportivas o curriculares en el propio centro, organizadas por las asociaciones de padres. Actualmente, un niño puede entrar a las 7,30 al colegio, y salir a las 18,30. Y tal vez tenga que hacer las tareas escolares en casa... tras una jornada agotadora.
La propia administración educativa refuerza este cambio en la categoría de las funciones escolares con medidas como la que analizamos aquí. La transformación de la escuela en un mero aparcaniños temporal puede ser inevitable si, como está ocurriendo, la administración participa en el proceso e incluso lo promueve, al ignorar la situación real de los centros y poner el énfasis en que estén abiertos más tiempo, no importa en qué condiciones de atención pedagógica. Se devalúa la consideración de lo escolar, ya asediado por la falta de actualización curricular. Y esta devaluación afecta, sobre todo, a la parte pública del sistema, la que tiene más complicado ofrecer alicientes extra a la escolarización. La que tiene unos gestores que se conforman con la estabulación del alumnado, aunque luego se "preocupen" de los resultados de las pruebas internacionales.
En conclusión, se produce un deslizamiento de funciones -o de preeminencia en las mismas- que es consecuencia de una evolución social, y también se ve reforzado por diversos factores y actores, que desconfían -cuando menos- del poder transformador de la escuela. Los docentes podemos observar el fenómeno, resignarnos como quien ve llover, o bien, dotar de relevancia a lo que ocurre en las clases. El resultado no será el mismo.
Sin embargo, cuando los padres quieren ocuparse directamente de la educación de sus hijos, sin acudir a la escuela, el Estado no lo permite.
ResponderEliminarhttp://www.otraspoliticas.com/educacion/educacion-en-casa