Recientemente, la
Conselleria de Educación de la Generalitat Valenciana ha publicado el calendario de las enseñanzas obligatorias para el curso 14/15. Como viene siendo habitual
en los últimos años, se vuelve a adelantar el inicio de curso, fijándose para
el 3 de septiembre en todas las etapas de 3 a 16 años. Es decir, el alumnado
pasará el último mes del verano en clase. Este adelanto conlleva, todo hay que
decirlo, un avance en el fin de las clases en enseñanzas medias, que pasa al 10
de junio; pero no ocurre lo mismo en educación infantil y primaria, que
acabarán el 19 del mismo mes, casi como en este ejercicio, que acaban el día
20. Resulta complicado ver la utilidad didáctica de la medida. A continuación,
intentaré exponer mis reticencias a esta planificación impuesta por la
administración. Son argumentos recurrentes, pero a los que los gestores
educativos parecen inmunes.
España es un país meridional, con un clima muy caluroso en verano. El Mediterráneo, además, presenta un nivel de
humedad elevado en esta época del año. Comparar nuestro calendario escolar con
el de otros países más al norte es un ejercicio arriesgado, cuando menos.
Recuerdo que el año pasado, en Berlín, me sorprendió ver a los niños con mochilas
al hombro en agosto, para ir al colegio. También recuerdo que la temperatura
alcanzaba unos 22 º C, y que se agradecía la chaqueta por la mañana y a partir
de las cinco de la tarde. En esas condiciones, ir al colegio era una opción
posible, e incluso plausible. En Valencia, en España, no podemos decir lo
mismo, y más si consideramos que los centros educativos suelen poseer caldera
de calefacción, pero no sistemas de aire acondicionado. Y que los patios no
ofrecen suficientes espacios de sombra, por regla general. Por tanto, ni la
climatología ni las instalaciones favorecen el retorno temprano a las aulas.
Otro aspecto
importante es la incorporación del profesorado a los centros. Tradicionalmente,
en cada colegio o instituto hay nuevos compañeros en septiembre. Suponiendo que
todos estén en el centro el día 1 del mes, les tocará “llegar y besar el santo”,
esto es, ponerse a trabajar sin haber podido preparar convenientemente su
tutoría o su área y conocer algunos aspectos relevantes del centro y del
alumnado a quienes va a dar clase. Y esa adaptación ha de cuidarse, si queremos
tener expectativas de éxito. No hablamos ya de conocer el proyecto educativo o
las líneas estratégicas del centro. Aspectos relevantes, si se quiere buscar la
coherencia de las actuaciones.
Ligado al argumento
anterior, entramos de lleno en el tema de las vacaciones del profesorado. La
administración parece incómoda con este asunto, no sabe qué hacer: por una parte,
obliga a los equipos directivos a permanecer en los centros en julio (quizás
como avance de una permanencia generalizada del profesorado); por otra, elimina
cursos de formación intensiva en los que participaban muchos docentes, cursos
ligados sobre todo al tema de la enseñanza de nuestra lengua propia (en la educación valenciana). En cualquier caso, hay una amenaza
latente; se nos recuerda que julio es un mes no lectivo, pero en el que
estamos a disposición de la administración.
Personalmente, creo que éste es un mes adecuado para la formación del profesorado, y considerarlo meramente vacacional responde más a una visión funcionarial que profesional. Entiendo que estar sesenta días tomando el sol no es lo apropiado para un docente. Otra opción es que se obligue al profesorado a asistir al centro durante una parte de julio, para preparar el curso siguiente (que parece ser la alternativa elegida en el caso valenciano). Pero, si eso es así, habría que considerar la gran oferta formativa que en la primera quincena de julio tiene lugar en toda España: escuelas de verano de MRP, encuentros anuales de asociaciones ligadas a las TIC... además de la oferta de las universidades de verano (UIMP, Complutense, UNIA...) en las que participan muchos docentes. Y esos profesores podrían dejar de asistir si tienen que estar en sus centros. O solicitar permiso, a pesar de ser mes no lectivo. En consecuencia, se podría entorpecer la formación de muchos docentes que dedican, voluntariamente, parte del verano a mejorar su práctica, a reflexionar sobre la misma.
Personalmente, creo que éste es un mes adecuado para la formación del profesorado, y considerarlo meramente vacacional responde más a una visión funcionarial que profesional. Entiendo que estar sesenta días tomando el sol no es lo apropiado para un docente. Otra opción es que se obligue al profesorado a asistir al centro durante una parte de julio, para preparar el curso siguiente (que parece ser la alternativa elegida en el caso valenciano). Pero, si eso es así, habría que considerar la gran oferta formativa que en la primera quincena de julio tiene lugar en toda España: escuelas de verano de MRP, encuentros anuales de asociaciones ligadas a las TIC... además de la oferta de las universidades de verano (UIMP, Complutense, UNIA...) en las que participan muchos docentes. Y esos profesores podrían dejar de asistir si tienen que estar en sus centros. O solicitar permiso, a pesar de ser mes no lectivo. En consecuencia, se podría entorpecer la formación de muchos docentes que dedican, voluntariamente, parte del verano a mejorar su práctica, a reflexionar sobre la misma.
Por último, la estrategia de adelantar el inicio de
clases responde a la lógica del Partido Popular en educación: lo único que
importa es que los centros estén abiertos. Su funcionamiento no interesa. Ni la
atención al alumnado. ¿O acaso el aumento de ratio –una medida
infame en los centros públicos, sin más calificativos- o la supresión de puestos de trabajo fijos en
las plantillas son signos de una mejor atención al alumnado y sus necesidades? Por otra parte, la falta de supervisión efectiva de la inspección deja a los centros a su suerte. Por tanto, no debe sorprendernos que den otra vuelta de tuerca a costa del calendario escolar.
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