Hace ya tiempo que leí Responsabilidad por la justicia, obra de Iris Marion Young publicada en Morata. A pesar de no ser, en absoluto, una obra sobre educación, encontramos en ella algunos apuntes sobre la responsabilidad del profesorado acerca de su trabajo. Ya hemos hablado en otras ocasiones de esta cuestión, la responsabilidad docente. Y cerramos el año 2014, en lo que al blog se refiere, retomando el tema que, por su complejidad y variedad, nos ofrece distintos enfoques de análisis.
Young repasa algunas teorías sobre la responsabilidad, y distingue entre niveles de relaciones sociales: el nivel interactivo y el nivel estructural. El primero de ellos nos remite a la relación personal, cara a cara, y sus exigencias (respeto, comprensión, capacidad de apertura...) El segundo, por su parte, se refiere a los marcos de la acción, y en el caso de la educación, a la institución escolar. Las estructuras sociales "aparecen como objetivas, dadas y limitantes", pero "no limitan en la forma de coerción directa de algunos individuos sobre otros; limitan de un modo más indirecto y acumulativo como posibilidades obstaculizadoras."(Página 72)
La autora utiliza la metáfora de la jaula (que ya apuntó Weber, si no recuerdo mal) para dar a entender que los distintos elementos que conviven en la institución ayudan a cerrar el espacio, aun cuando tienen margen para expandirlo. Los docentes, conviene recordarlo, estamos muy socializados en el ámbito escolar; esa suele ser la explicación (si puede haberla) que doy a que todavía algunos maestros, y jóvenes, usen la copia de cien veces como castigo.
Esta diferenciación entre los dos aspectos me parece fundamental. Efectivamente, hay factores que no podemos controlar en educación, y forman parte de la institución: las disposiciones normativas están fuera de nuestro alcance, nos vienen dadas -y fijadas- en boletines oficiales. La ratio es uno de esos elementos que nos son impuestos y que más pueden influir en la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje, sobre todo si la diversidad del alumnado es grande, como suele ocurrir en las escuelas públicas. El nivel socioeconómico de nuestros alumnos es también otro factor sobre el que no tenemos influencia, y a su vez influye en las expectativas paternas acerca del desempeño escolar. De todos modos, he de decir que la gran mayoría de los padres con los que he compartido tarea educadora muestra interés por los estudios filiales. No comparto esa idea extendida entre parte del profesorado que achaca falta de implicación paterna como uno de los grandes males educativos. Bien es cierto que trabajo en primaria, donde aun el nivel de expectativa académica no se ha deteriorado; las circunstancias en la secundaria obligatoria pueden ser, con frecuencia, distintas.
Esta serie de condicionantes, como acabamos de decir, influyen en la marcha del alumnado. Algunas son propias de la escuela, otras no. Y la docencia es un trabajo repleto de "exigencias inmediatas de atención", algo que quienes no se dedican a esta tarea suelen obviar. Como dice Marion Young, Las exigencias morales de la interacción inmediata son apremiantes y constantes, y a veces parece que no tienen límite. (Página 167) Estas exigencias se producen siempre en el aula, aunque no con la misma intensidad, que dependerá, en gran medida, de factores ajenos al aula (ratio, diversidad, recursos, implicación familiar...)
Dejaremos para otra ocasión el cruce entre ambas vertientes, la estructural y la interactiva. Como veis, el tema da mucho de sí. Hoy me gustaría remarcar la necesidad -la evidencia- de considerar las decisiones educativas (organizativas, de asignación de recursos, metodológicas o de convivencia) a la luz de la justicia que llevan implícita. Toda decisión educativa (salvo algunos aspectos técnicos, quizás) tiene que ver con la justicia. ¿Por qué? Porque hay alternativas, otras maneras de hacer, y hay razones para obrar de un modo u otro. En caso contrario, no habría responsabilidad. Las medidas organizativas son, sobre todo, una cuestión de justicia, de adecuación a las necesidades de los grupos y de los alumnos. Parece evidente, pero como dijo alguien, "Yo no sé quién inventó el agua, pero desde luego no fue un pez", es decir, que en las escuelas perdemos perspectiva (sobre todo, a nivel estructural).
Cuando se dan horas de refuerzo a un grupo sin considerar su dificultad intrínseca; cuando se sobrecarga el horario de unos profesores en lugar de repartir la tarea docente con equidad, cuando no se procede con la debida diligencia con el alumnado que presenta dificultades de aprendizaje... estamos hablando de justicia, no sólo de organización escolar o de gestión de calidad. Y esto ocurre tantas veces en medio de la indiferencia generalizada de los claustros, que se rigen por "mientras no me toque a mí". Lo mismo podemos decir de tantas decisiones tomadas en el aula. Y lo peor de todo es que se es injusto porque se es ineficaz. Y mientras tanto, se reforman los curricula, se cambian las asignaturas, se ponen pruebas externas...
Young repasa algunas teorías sobre la responsabilidad, y distingue entre niveles de relaciones sociales: el nivel interactivo y el nivel estructural. El primero de ellos nos remite a la relación personal, cara a cara, y sus exigencias (respeto, comprensión, capacidad de apertura...) El segundo, por su parte, se refiere a los marcos de la acción, y en el caso de la educación, a la institución escolar. Las estructuras sociales "aparecen como objetivas, dadas y limitantes", pero "no limitan en la forma de coerción directa de algunos individuos sobre otros; limitan de un modo más indirecto y acumulativo como posibilidades obstaculizadoras."(Página 72)
La autora utiliza la metáfora de la jaula (que ya apuntó Weber, si no recuerdo mal) para dar a entender que los distintos elementos que conviven en la institución ayudan a cerrar el espacio, aun cuando tienen margen para expandirlo. Los docentes, conviene recordarlo, estamos muy socializados en el ámbito escolar; esa suele ser la explicación (si puede haberla) que doy a que todavía algunos maestros, y jóvenes, usen la copia de cien veces como castigo.
Esta diferenciación entre los dos aspectos me parece fundamental. Efectivamente, hay factores que no podemos controlar en educación, y forman parte de la institución: las disposiciones normativas están fuera de nuestro alcance, nos vienen dadas -y fijadas- en boletines oficiales. La ratio es uno de esos elementos que nos son impuestos y que más pueden influir en la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje, sobre todo si la diversidad del alumnado es grande, como suele ocurrir en las escuelas públicas. El nivel socioeconómico de nuestros alumnos es también otro factor sobre el que no tenemos influencia, y a su vez influye en las expectativas paternas acerca del desempeño escolar. De todos modos, he de decir que la gran mayoría de los padres con los que he compartido tarea educadora muestra interés por los estudios filiales. No comparto esa idea extendida entre parte del profesorado que achaca falta de implicación paterna como uno de los grandes males educativos. Bien es cierto que trabajo en primaria, donde aun el nivel de expectativa académica no se ha deteriorado; las circunstancias en la secundaria obligatoria pueden ser, con frecuencia, distintas.
Esta serie de condicionantes, como acabamos de decir, influyen en la marcha del alumnado. Algunas son propias de la escuela, otras no. Y la docencia es un trabajo repleto de "exigencias inmediatas de atención", algo que quienes no se dedican a esta tarea suelen obviar. Como dice Marion Young, Las exigencias morales de la interacción inmediata son apremiantes y constantes, y a veces parece que no tienen límite. (Página 167) Estas exigencias se producen siempre en el aula, aunque no con la misma intensidad, que dependerá, en gran medida, de factores ajenos al aula (ratio, diversidad, recursos, implicación familiar...)
Dejaremos para otra ocasión el cruce entre ambas vertientes, la estructural y la interactiva. Como veis, el tema da mucho de sí. Hoy me gustaría remarcar la necesidad -la evidencia- de considerar las decisiones educativas (organizativas, de asignación de recursos, metodológicas o de convivencia) a la luz de la justicia que llevan implícita. Toda decisión educativa (salvo algunos aspectos técnicos, quizás) tiene que ver con la justicia. ¿Por qué? Porque hay alternativas, otras maneras de hacer, y hay razones para obrar de un modo u otro. En caso contrario, no habría responsabilidad. Las medidas organizativas son, sobre todo, una cuestión de justicia, de adecuación a las necesidades de los grupos y de los alumnos. Parece evidente, pero como dijo alguien, "Yo no sé quién inventó el agua, pero desde luego no fue un pez", es decir, que en las escuelas perdemos perspectiva (sobre todo, a nivel estructural).
Cuando se dan horas de refuerzo a un grupo sin considerar su dificultad intrínseca; cuando se sobrecarga el horario de unos profesores en lugar de repartir la tarea docente con equidad, cuando no se procede con la debida diligencia con el alumnado que presenta dificultades de aprendizaje... estamos hablando de justicia, no sólo de organización escolar o de gestión de calidad. Y esto ocurre tantas veces en medio de la indiferencia generalizada de los claustros, que se rigen por "mientras no me toque a mí". Lo mismo podemos decir de tantas decisiones tomadas en el aula. Y lo peor de todo es que se es injusto porque se es ineficaz. Y mientras tanto, se reforman los curricula, se cambian las asignaturas, se ponen pruebas externas...
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