jueves, 6 de julio de 2017

La escuela en el andén (reto blimagen2017)

Mi buen amigo Jordi Martí, @xarxatic, propuso en Twitter un reto, #blimagen17, consistente en escribir un artículo a partir de una imagen dada. Este es el resultado:

Ha sido una noche larga, desagradable. La incomodidad del viaje, acrecentada por el traqueteo del vagón, que ya acumula demasiados quilómetros y otros tantos años, apenas le ha permitido dormir. Además del nerviosismo propio del cambio, de la novedad, de otra ciudad y, probablemente, otra vida. Si acaso, ha alcanzado un duermevela, un sueño ligero a pesar del cansancio. En su mente, de manera dispersa, aparecían recuerdos de años atrás, tiempos de prácticas sin reflexión, de tradiciones incuestionadas... que tal vez, en su día, tuvieron sentido pero que ahora ya no se entendían sino como un ejercicio de poder o una demostración de solidez del sistema. 
Ambas opciones, sin embargo, dejaban en mal lugar a quien las ponía en práctica: el poder sin autoridad no genera adhesión libre, sino sumisión, miedo y resistencia; la solidez puede llegar a ser encorsetamiento y, en tiempos líquidos (expresión que debemos a Zygmunt Bauman), no está de más ser flexible y adaptativo. Y sobre todo, la insatisfacción con que se empezaba y se terminaba el día y que afectaba -aquejaba, diría un cursi- a todos los implicados en el sistema.
Ahora, llega el momento de intentar algo nuevo. La noche ha pasado, y en el andén, espacioso y poco transitado a estas horas, se cuela una luz intensa, la luz del sol a primera hora, cuando esparce escandalosamente naranjas y amarillos intensos para decir "Aquí estoy, he llegado". Nuestra amiga viaja sola, pero se siente muy acompañada. La acompañan muchas voces silenciadas, las que han tenido que callar en las aulas permanentemente, porque la palabra estaba racionada y a buen recaudo. Y, atención, no sólo las voces infantiles han callado: también la del profesorado. ¿Cómo? Si el maestro es el dueño de la palabra, diréis. Pero, cuántas veces ha renunciado el maestro, la maestra, a decir su palabra, y se ha limitado a transmitir lo que otros han pensado, han diseñado y han encuadernado en forma de libro de texto. O cuántas otras no ha sido capaz de dar su opinión, o de mostrar algo de sí mismo, por una mal entendida profesionalidad que despersonaliza en vez de potenciar al docente. 
A la niña que ahora mira a lo lejos en el andén casi vacío también la acompañan voces más autorizadas: la de tantos autores que, hace un siglo o más, ya abogaban, con argumentos, por una escuela nueva, activa, no sólo transmisiva y reproductora, sino con capacidad de creación, de que los alumnos aporten su saber, su visión del mundo al tiempo que la construyen, que puedan crear y no sólo reproducir. Estos autores, estudiados en las escuelas de magisterio pero no incorporados al saber docente consolidado, duermen el sueño de los justos esperando que alguien los rescate del altar pedagógico y los lleve al aula, su espacio natural, para ser aplicados, debatidos, actualizados. Si Freinet tuviera la tecnología que existe hoy en la escuela... ¿qué no idearía, si con medios pobres hizo tanto y de tantas maneras? Y, ¿dónde encontrar mejor fundamentación filosófica sobre educación que en la obra de John Dewey? Otro autor, por cierto, más citado que leído, como Lev Vygotsky.
En su lugar, se ha impuesto una amalgama de charlas de café, de lugares comunes, incluso de mitologías docentes -el profesor como agente modernizador, como héroe solitario (más solitario y aislado que héroe, si somos sinceros), que ha conformado un corpus profesional, impreciso pero muy arraigado entre la docencia. Este conjunto de creencias impide tantas veces avanzar, evolucionar, mejorar... porque no se sabe lo que hacen los demás, ni la escuela se abre a la comunidad; no se comparte la práctica, considerada un asunto privado y, por tanto, hay una ocultación sistemática que se resume con la imagen de la puerta cerrada. Hablamos de todo, pero no hablemos de didáctica o de pedagogía: ese no es el tema. Como si los médicos no hablaran de medicina, o los bancarios no hablaran de balances. Y luego queremos que se nos considere: habrá que ganarse la consideración, ya no viene implícita con la titulación de magisterio o con el máster en educación secundaria.
Fuente: https://twitter.com/barneyfarmer
Evidentemente, esta joven, sola en la estación de tren, tiene un poco de miedo. Sabe que no quiere volver atrás -de eso no hay duda- pero no tiene claro a dónde va a llegar. Le apetece perderse en el naranja inmenso de la mañana, oler los aromas de la panadería, del café servido en los bares, el frío que estimula y que nos recuerda que estamos vivos. Ella no sabe -no tiene edad- que hace miles de años un sabio ateniense describió la situación que ella y tantos otros han vivido: valiéndose de una alegoría, la de la caverna, en la que una confortable pero limitada visión de la realidad, impide un conocimiento verdadero. Hoy en día, con tanto asesoramiento, hablamos de zona de confort, ese espacio que no nos llena, pero tampoco nos incomoda. Pero ella -y nosotros también- tenemos claro que no podemos seguir en la penumbra. Ya no más disciplina sin sentido, no más copias de cien veces, no más boli rojo, no más práctica anodina marcada por un libro de texto. No más descoordinación entre docentes que acaban pagando los alumnos y sus familias, no más falta de reflexión compartida... La noche ha pasado. A vivir el día, a educar, y educarse, de otra manera.

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