lunes, 5 de abril de 2021

La organización escolar, esa desconocida: Aportaciones desde otros ámbitos

En julio hará dos años que participé en un curso del Ministerio de Educación dirigido por Fernando Trujillo y Carlos Magro, el cual ya reseñamos aquí. En la primera jornada, al final de la tarde, hubo una ponencia realmente peculiar (el adjetivo es benévolo, creedme) en la que saqué poco en claro. Quiero decir que nada tuvo que ver la dirección del curso en el desaguisado, y que ellos quedaron tan sorprendidos como los asistentes, docentes en ejercicio de diversas partes de España.
Decía que saqué algunas cosas valiosas, y entre ellas, el enfoque VUCA. Reconozco que no había oído ese acrónimo antes, y me llamó la atención. Al final de la ponencia, me dirigí al conferenciante, quien me dijo displicentemente "Sí, claro, el enfoque VUCA", como si fuera de dominio público. 
Busqué en internet, encontré información, y sí, el concepto tenía ya una cierta edad, apareció en 2006. Como otros aportes teóricos, proviene del mundo de la empresa y la organización empresarial. Ese origen hace que muchos docentes desconfíen del mismo, que pierdan interés, como dicen algunos en Twitter, porque "la escuela no es una empresa". Cierto, no tiene afán de lucro, aunque sí debe tener capacidad de mejora, de optimizar recursos y de ofrecer un producto decente, cada vez mejor: una educación lo más inclusiva y de la mayor calidad posible. Y en ese aspecto, la organización, la cultura organizativa tiene mucho que aportar. Siempre lo ha hecho, en realidad. Y desdeñar sus aportaciones desde un purismo mal entendido no me parece lo más inteligente ni adecuado.
Hemos hablado de la escuela industrial, que buscaba la uniformidad, y que tenía en el fordismo y taylorismo sus referentes organizativos (aunque la escolarización nacional empezó antes, a mediados del siglo XIX en Europa y EE.UU): tiempos ajustados a la tarea, separación del lugar de trabajo, rutinización, premios y castigos según la eficacia demostrada y la aceptación de las normas. Una escuela de su tiempo, hoy desfasada por el avance social y tecnológico. Aún así, hubo iniciativas valiosas para desencorsetar la estructura rígida propia del modelo industrial, tanto en Europa como en Estados Unidos. La Escuela Nueva avanzó, hace un siglo, casi todo lo que hoy se considera innovación.
Después, vino el toyotismo, el trabajo en equipo, una mayor flexibilización organizativa, que en España se incorporó tímidamente con la LGE, la ley de las fichas, de la EGB y el BUP, y más plenamente con la LOGSE. El toyotismo industrial supuso el paso a producir bajo pedido, para así adecuar la producción a la demanda, evitar el almacenamiento excesivo y diversificar las tareas de los trabajadores. Tuvo mucho éxito en el resurgimiento económico de Japón, sin duda.
Por no hablar de los procesos de calidad total, como la calificación ISO 2000 que hizo furor, a principios del siglo actual, entre los que gobernaban la conselleria valenciana de educación, con una normativa de centros de calidad dictada en 2005, y que llevó a muchos centros a someterse al correspondiente examen de calidad EFQM. Todavía se puede consultar un exhaustivo material de autoevaluación. Cuánto tiempo y energías desperdiciados, en mi opinión, porque se obtenía un resultado estático (la certificación ISO) sin mejorar de manera estructural el funcionamiento de los centros. Además, en España ya teníamos otros instrumentos, como el Plan EVA, para autoevaluar centros.
Mucho más dinámico era y sigue siendo el Cuadro de Mando Integral (CMI), más centrado en los procesos y en los ejes a considerar, como se puede ver en la imagen:
En Líderes4.0-Wordpress.com


Al mismo tiempo, la escuela ha ido incorporando otras técnicas que ya nos parecen propias de nuestra cultura escolar, como el análisis DAFO, tan utilizado para iniciar un proceso de cambio y que se incluye, supongo, en casi todos los proyectos de dirección que se presentan en la actualidad. 
Lo interesante de estos modelos y aportaciones es que toman la escuela, el centro educativo, como espacio para la mejora. Lo preocupante es que muchos docentes los desconocen, cuando al menos una referencia deberíamos tener para ver cómo está nuestra escuela o instituto a la luz de la organización.
Y en este siglo en que estamos, no podemos ignorar la influencia que tiene el neoliberalismo económico en la escuela como institución. A nivel macro, se ve en las políticas de reducción del gasto público en educación, la generalización de la sospecha hacia lo público, el ensalzamiento acrítico de la eficiencia del mercado, cuando sabemos que experiencias privatizadoras no han sido ni mucho menos lo prometido, como la de los ferrocarriles británicos, un ejemplo ya clásico, o la propia experiencia española con la electricidad.
La función pública resiste en el tema de la flexibilización laboral, aunque la tasa de interinidad es elevada. El profesorado es una excepción, una vez superada la oposición o consolidado un buen lugar en la bolsa de trabajo, en un mercado laboral inestable, en el que nadie espera permanecer toda su vida como empleado en la misma empresa, o en el mismo lugar de trabajo. Sennett estudió este fenómeno en La corrosión del carácter.
Por otra parte, también influye en la micropolítica escolar, aunque de manera distinta: la escuela ha de repensar su papel como institución fuerte, pasando a ser un lugar de entretenimiento, con vínculos cada vez más difusos con el conocimiento relevante. Y esto no es casual. Además, el discurso de la innovación ha venido a bloquear otras cuestiones fundamentales en educación. Hemos vuelto al aula como lugar casi único de referencia, al trabajo individual del profesorado como mensurable por su espectacularidad, no por su consistencia. La desregulación efectiva se da aumentando la autonomía de los centros en algunas cuestiones, pero sobre todo, relajando la gestión del control sobre lo que ocurre en las aulas. El centro escolar como unidad se desdibuja, cuando es un elemento fundamental para la micropolítica escolar, para la eficacia diaria de las prácticas.
Y, por tanto, no aparecen nuevos modelos de organización: las cuestiones son otras, sobre todo aquellas ligadas con la innovación como valor máximo. El problema es que la innovación se une al espectáculo y se vuelve una obligación. Y se innova de verdad cuando se tiene un conocimiento amplio de la tradición pedagógica y, atención, de la organización escolar. No podemos seguir en el modelo del francotirador que planea sus acciones en solitario o que encuentra sus recompensas en la difusión de las redes sociales, confundiéndose en ocasiones qué fue primero, si la innovación efectiva o la difusión. Ni tampoco conviene convertir en dogma lo que es una apuesta metodológica, y se cae en el dogmatismo, lo cual contradice la esencia del docente como aprendiz de su trabajo, abierto a la novedad. Hace unos años, un profe me dejó de seguir en Twitter porque cuestioné la idoneidad de escribir en papel no pautado en primaria.
Por último, y ya sé que repito esta idea, los docentes no podemos seguir in albis con respecto a la reflexión sobre qué hacemos y para qué lo hacemos, más allá de aplicar metodologías de moda o aferrarnos a la tradición escolar. Ese no debe ser el debate, porque nos condena a la irrelevancia. Siempre podemos aprender de los demás, de compartir, confrontar... Pero sin una visión de conjunto, sistémica, poco cambiará. Por cierto, el enfoque VUCA, en el próximo artículo.  

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