Como he comentado en un artículo anterior, del 1 al 3 de agosto de este año he asistido a un curso magistral impartido por el filósofo coreano afincado en Berlín Byung-chul Han. Aunque no habló específicamente de educación, creo interesante y pertinente incluir sus reflexiones en mi blog, porque la educación no está aislada de la evolución de la sociedad, y siempre he defendido que el profesorado ha de estar sabedor de cómo van cambiando las cosas. Recurrir a filósofos, sociólogos, antropólogos culturales... es una manera de formarse y de situarse.
Tras glosar las virtudes de la formación veraniega en Santander, paso a resumir lo más destacado de estos tres días de formación junto al filósofo de la sociedad del cansancio. Al igual que en otras ocasiones, dividiré la crónica en dos artículos para no cansar demasiado al desocupado lector, expresión del gran Paco Umbral.
El curso despertó gran expectación y eso se reflejó en la masiva asistencia de público a pesar de la intempestiva hora de celebración, de tres y media a seis y media de la tarde, un horario absolutamente inusual en los cursos de verano, que suelen tener sesiones por la tarde, pero más cortas y como continuación de la mañana. El propio conferenciante nos explicó la razón de estas horas: se levanta tarde ya que pasa la noche trabajando, leyendo, tocando el piano... Supongo que alterar su rutina durante tres días era demasiado sacrificio. Aquí falló, y no fue la única vez, la organización de la universidad. No se puede decir a todo que sí, por más reconocido que sea el ponente. El divismo debe estar fuera del ámbito académico, o atenuarse hasta niveles más soportables.
Otra consecuencia de este horario es que apenas pudimos entablar contacto los asistentes al curso, ya que se terminaba tarde y no daba tiempo a comentar lo acontecido, mientras que en horario de mañana se tiene la comida, normalmente en el comedor de la residencia, para compartir impresiones.
Así pues, en la sala Riancho, la de mayor capacidad del Palacio de la Magdalena, rodeado de expectación, vestido con camisa blanca y pantalón y chaqueta negros (mismo atuendo los tres días), apareció Byung-chul Han a las tres y media del lunes.
Respecto a su discurso, he de decir que fue un tanto difuso, con divagaciones extemporáneas, repetición de conceptos... Además, el primer día solo habló noventa minutos, dejando otros noventa para la intervención del público. Demasiado tiempo, porque lo interesante era escuchar a Byung-chul Han, y las preguntas en los cursos y congresos... las carga el diablo muchas veces. Santander no fue la excepción. No se filtraron las preguntas (en el sentido de escribirlas y pasarlas a la traducción simultánea) ni se puso límite a la intervención de los asistentes, con lo cual algunas preguntas fueron miniponencias con mayor o menor coherencia. Se olvidaba frecuentemente que se estaba traduciendo al alemán, y el ritmo locutivo era demasiado rápido para la traducción. No hubo moderadores, un segundo error organizativo y bastante grave, ya que vivimos momentos esperpénticos. El tercer día, el rector estuvo toda la sesión e hizo de moderador de las preguntas.
Ejemplar de "La sociedad del cansancio" firmado por su autor. |
Otra posible deficiencia de la organización fue no decirle al ponente qué público tenía: muchos profesores de filosofía, profesorado de enseñanzas medias en general, además de lectores de su obra de distintos campos profesionales. Digo que es posible porque no me consta que se dejara de hacer, pero Byung-chul Han desconocía el nivel académico de la audiencia. Y un pequeño informe a partir de la matrícula siempre es útil. Es cierto que era un gran número de asistentes, pero han tenido tiempo para hacerlo. En un momento dado, Han dijo que si daba una clase teórica de filosofía nadie entendería nada, lo que provocó la protesta de parte del público. No hubo demasiada conexión, la verdad, a pesar de que el auditorio estaba deseoso de oír al filósofo berlinés.
El segundo día, dedicó media hora a rebatir un artículo publicado en "El Mundo" en que se le acusaba de practicar la autoexplotación, cuando él denuncia esta práctica como nociva en Occidente. Para convencernos de que no se autoexplota, nos aseguró que es muy vago: por eso escribe libros cortos, respondiendo así a una pregunta que yo quería hacerle, la razón de la brevedad de la mayoría de sus libros. Y también nos dejó claro que le encanta tocar el piano, sobre todo las variaciones de Goldberg. También disertó, en otro momento, sobre la diferencia entre el romanticismo de Schubert y Schumann. Nos animó a tocar un instrumento, cosa que todo el mundo debería hacer, en su opinión. Ya digo, divagaciones cuyo sentido no acabábamos de captar.
La verdad es que me está saliendo un artículo un tanto sombrío, y no quisiera que fuera así. Hubo momentos de inspiración y de discurso interesante relacionado con la obra publicada por el autor. De hecho, empezó su intervención resumiendo su pensamiento con esta oración: "El otro desaparece". Es un proceso dramático, acelerado por la digitalización: todo es inmediato, accesible, consumible. Desaparece así la negatividad de la no disponibilidad, que justamente es lo que da la categoría de persona al otro. Al estar siempre disponible, al alcance (gracias a la digitalización y al teléfono inteligente), pasa a ser objeto consumible, ya no más persona. Una idea profunda para empezar, sin duda, que recupera el discurso sobre la alteridad de los ochenta y noventa, con referencias a Levinas y Derrida, principalmente, y también a Foucault. Han también utiliza el análisis del poder que hace este último autor en Psicopolítica, al hablar de los estadios de la dominación.
Han desarrolla esta apertura al otro mediante el contacto, siguiendo a Paul Celan. Una relación basada en el tacto, no en lo digital. Un apretón de manos, tender las manos, las hace verdaderas. Así, propone un enigmático paralelismo: No hay diferencia esencial entre un apretón de manos y un poema. En ambos hay un encuentro, una fusión de dos personas que comparten el momento. Una intimidad que la exposición digital trunca, desenfoca y banaliza. Por eso, tal vez, cada vez leemos menos poesía. Y en el poema, la lengua llega a un estado contemplativo, hasta el punto de surgir una nueva lengua, según Han, quien llega a preguntarse: ¿Para qué vivimos las personas si abandonamos la poesía? Continuará.
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