martes, 4 de abril de 2023

Poesía en la escuela, todos los días

El 21 de marzo es el Día Internacional de la Poesía. En la proliferación de causas y días de, se señala el inicio de la primavera en el hemisferio norte como la fecha para recordar una de las bellas artes, auspiciada por la musa Calíope, en su versión épica, o por Erato, si hablamos de poesía lírica-amorosa, remontándonos a la época de la Grecia clásica.

Efectivamente, hay poesía casi desde que hay lenguaje humano, en forma de narraciones, poemas, canciones... Fuertemente unida a la tradición oral, en la que se reconoce como urdidora de melodías, compartiendo tantas veces con la música un camino hacia la sonoridad, la construcción de una narrativa -o una reflexión sobre la vida- pensada para ser dicha, más que para ser leída en silencio. La poesía nos ha acompañado siempre, y la hemos llegado a conocer, los de mi generación, en algunas canciones, en algún trabalenguas o frase hecha que nos enseñaron las abuelas -en mi caso- para ayudarnos, cuando niños, a hacer algo que nos costaba, o como simple entretenimiento pueril, que recordamos con afecto. 

Ese componente, la afectividad, acompaña la poesía popular, la sitúa y la hace valiosa, la inserta en la vida cotidiana. Por desgracia, en Occidente se ha perdido casi irremisiblemente esa tradición, guardada en recopilatorios de etnografía, en grabaciones a gente mayor que vivía esa cultura. Un tesoro impagable, vestigio de un mundo que terminaba, el de la premodernidad, el de la comunidad pequeña, la que no necesitaba la letra escrita, sino una memoria robusta en la que cabían cuentos, refranes, canciones, hechas propias por una población analfabeta tantas veces. Sin embargo, poseían un conocimiento cultural privilegiado, un tronco de tradición común que introducía a los jóvenes en esa tradición que observaba las estaciones, el transcurrir del tiempo, los rituales de paso que marcaban la vida: el fin de la niñez, el noviazgo, el casamiento, la muerte. Todo estaba en la poesía, todo era acompañado por ella, incardinada en las vivencias. De manera espontánea, surgía la estrofa adecuada, en el momento que correspondía, en una armonía de siglos. Sabemos que no todo era perfecto, que tal vez los modelos presentados no casan con nuestra visión actual, hay puntos que pueden ser revisados; pero ese no es el centro de la cuestión, sino uno de sus ángulos.

Todo eso, efectivamente, se ha perdido. Sigue vigente en aquellas culturas sin alfabetización, en comunidades de África y América, donde no ha llegado la modernidad de la letra impresa. En Occidente, hemos avanzado en el siglo XX a la cultura de masas, la cultura industrial, devoradora de la tradición en favor de una producción de entretenimiento pensada de manera comercial, dedicada a la comercialización de la experiencia, como ya explicara, por ejemplo, Walter Benjamin en La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. Escuchar música, más que cantarla o tocarla; leer, más que narrar en voz alta. Ver contenidos, más que imaginarlos. De productores a consumidores en el espacio cultural: ese fue el camino de la modernidad, el de la pérdida de la comunidad, como ya nos decían Simmel y Weber a principios del siglo XX. Y la poesía y narrativas orales fueron sus primeras víctimas indeseadas, pero necesarias, en favor del modo industrial, generalizado, de producción cultural.


No divago más. Se trata de ver cómo la poesía ha pasado de ser un elemento que acompañaba a la vida diaria a un objeto de estudio, con suerte, o directamente ha desaparecido de nuestras vidas en un sentido estricto. Otra cosa es que, como se dice, hay poesía en las letras de la música pop-rock, aunque dentro del circuito de consumo pasivo, y muy diluida por ese marchamo. 

Englobando la evolución del arte en el paso a la modernidad, y su cuestionamiento en la postmodernidad, nos queda pendiente, como decía anteriormente, qué opciones hay para devolver el valor vital a la poesía, sabiendo que va a ser distinto, por lo anteriormente dicho. Dedicarle un día, como a una causa noble, no nos parece suficiente, sino más bien, certificar la necesidad de ayuda urgente.

A lo largo de los siglos hemos pasado de la poesía a los poetas, es decir, de la tradición sin origen conocido, oscuro, a la obra reconocida de autores, hombres y mujeres, que han escrito versos, han juntado estrofas y han reflexionado sobre sus vivencias de una manera retórica, con uso de recursos propios de la poesía. Este canon de autores y obras nos sigue interpelando, sobre todo desde la educación formal, que ha cobijado, desde los tiempos del trivium y quadrivium en adelante, el estudio de la poesía culta. Cada país, cada cultura, ha incorporado en sus curricula los versos más adecuados, según la época histórica, para que se estudien, se divulguen, pasen a ser patrimonio vivido de sus ciudadanos. El cine sobre educación ha mostrado esa tradición en las aulas. Pero eso, también ha pasado, al menos como representación simbólica. 

Por tanto, ¿tiene sentido reivindicar hoy la poesía, tanto la popular premoderna como la culta filtrada por la educación formal? Evidentemente, sí. Cómo hacerlo es peliagudo, sin caer en romanticismos que no ayudan, ni dejarlo todo al gusto de las redes, tan cambiante. Si la poesía forma parte de lo humano, ¿cómo no reivindicarla? Pero no desde el canon -o no solo- ni tampoco desde una tradición que se ha perdido, porque ya no nos referencian nada tangible, son una prueba histórica. 

Poema de Gabriela Mistral, en
http://celestebibliotecaescolar.blogspot.com/
2012/03/dia-mundial-de-la-poesia.html
Acercarse a la poesía desde la escuela debería ser, en un primer momento, desde la vivencia, como ya se hace en infantil, cuando el alumnado se apropia de las canciones, las rimas, los juegos sencillos de lenguaje. Después, desde el estudio de la estructura, del andamio invisible que yergue el poema. Como definió Ángel González: 

Escribir un poema... Marcar la piel del agua.

La escuela ha tratado la poesía de una manera vivencial en las primeras etapas de la escolarización, pero luego ha adoptado un papel de diseccionador, que fue como aprendimos las gentes de mi generación: estrofas, rimas, sinalefas, endecasílabos y alejandrinos, hemistiquios... Toda una serie de recursos clásicos con los que nos adentrábamos en la poesía del siglo de oro.

En una etapa obligatoria, como la ESO, un planteamiento más genérico, más abierto al descubrimiento de la poesía como fuente de goce artístico, está más justificado. Lo que está claro, a estas alturas, es que la poesía sobrevivirá, en gran manera, por el papel que tenga en la educación formal. Si la lectura en su conjunto ya muestra un panorama poco edificante, un género minoritario y exigente... está mucho más expuesto. 

Por tanto, combinar la lírica tradicional con la culta o de autor, exponiendo al alumnado a la degustación del poema, más allá de su análisis sistemático o de su mero recitado, en edades más tempranas, es un camino que se puede transitar. Teniendo en cuenta que la escuela es, quizás, la última oportunidad que tiene la poesía para llegar a la infancia y juventud. 

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