Cartel de la UNESCO para el año 2022 |
El cinco de octubre es el Día Mundial del Docente. La verdad es que me he enterado de la fecha porque mi alumnado lo ha visto en su agenda y me han felicitado. Ha sido espontáneo, la verdad: una alumna curiosa lo ha dicho y ha surgido la felicitación. Cosas que nos alegran. Después, he visto en redes sociales imágenes alusivas a este día.
El día del docente en 5 de octubre es de nueva creación. Yo recuerdo alguna fecha ligada a Santo Tomás de Aquino, en mi bachillerato, o San José de Calasanz, en los que se celebraba el día del maestro (y de la maestra, claro) años ha.
Ya sabéis que tengo tendencia a divagar y desviarme del tema principal; hoy no iba a ser menos, ya que mi intención era hablar brevemente de la docencia hoy. Con brevedad porque este tema da para muchísimo, como compartiréis. Me gustaría dar un vistazo a este siglo educativo que estamos viviendo... o sufriendo.
Una encuesta de Fundación SM reflexiona, entre otros temas, sobre el nivel de satisfacción del profesorado, que sigue bajando, mientras aumenta el cansancio y la toma de distancia con respecto a la docencia y su problemática. Os he enlazado el estudio completo, por si queréis echarle un vistazo. No es mi intención comentarlo exhaustivamente (a eso se puede dedicar otro artículo), sino ver por dónde van los tiros en la autopercepción del profesorado.
Nuestro trabajo se ha complejizado de una manera exagerada en este siglo XXI. Por una parte, la normativa se ha multiplicado a niveles casi inabarcables para un docente. Y no sé si el casi está de más. Las reformas sucesivas también apuestan por más burocracia, más documentos, añadiendo tensión a la que ya tenemos. Y el alumnado... con mucha más diversidad, más problemática familiar, más estímulos exteriores y tanta veces contrarios a lo escolar. Con ratios elevadas, lo que complica atenderles debidamente. Y con una pérdida de capacidad de atención que crece cada año, al igual que el número de objetores escolares.
Se cuestiona el trabajo docente con gran facilidad, sin considerar contextos. Estamos, tantas veces, bajo el punto de mira social, en una evolución hacia la desconfianza, cuando hace no tanto la tendencia era la contraria. Pero, no sirve de nada llorar sobre la leche que se ha vertido, parafraseando el dicho inglés. O agua pasada no mueve molino.
Otro de los problemas que tenemos: la calidad y preparación de los equipos directivos, una cuestión delicada a la vez que decisiva. Todo esto configura un panorama poco alentador. Si añadimos la confrontación en tantos claustros, la oscuridad se extiende.
Sin embargo, hay factores positivos en la profesión: la estabilidad profesional, un horario razonable (al menos en lo presencial) y cierta autonomía profesional en el aula. No todo es negativo, aunque lo percibamos así.
La perplejidad es una respuesta frecuente entre el profesorado: nos cuesta comprender lo que está pasando. El rechazo a la actualidad es comprensible, aunque poco útil en lo práctico, más allá del desahogo en la sala de profes o en redes sociales. Quizás un discurso apocalíptico nos dé la razón un tiempo en nuestra queja, pero por sí mismo no cambia nada.
Fácilmente la perplejidad puede dar paso a la desorientación: no entendemos qué está pasando y qué sentido último tiene nuestro trabajo. Como decía un moderno, lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa. El cambio cultural, tecnológico y social es continuo y extenuante. La sociología se ha convertido en la ciencia que intenta explicar lo que ocurre... mientras está ocurriendo. Y sí, hay desconcierto entre los profesionales de la educación. No tenemos respuestas ante tanta exigencia, al menos no respuestas individuales y mucho menos individualistas.
Somos parte de una institución, nuestro pensamiento, en gran manera, está institucionalizado: no podemos abstraernos de la escuela. Las instituciones no pueden responder con rapidez a lo que está pasando: su tamaño lo complica, sus interacciones internas lo suelen impedir. Además, la escuela no puede estar a la moda última: no conviene adoptar cualquier iniciativa no contrastada, por más moderna que parezca. Ser conscientes de este hecho es un primer paso para la lucidez.
Creo que el problema de fondo es que, ante todo esto, el docente se siente solo, desasistido. La soledad en el aula, en el claustro, en la sociedad. Una soledad que no significa la ausencia de otros, que también, sino la ausencia en las preocupaciones colectivas. La docencia parece una tarea solitaria... en un mundo hiperconectado.
Esa soledad se ve agravada por el desinterés que, por lo general, muestra la administración educativa por lo cotidiano del aula, que solo merece atención si el asunto llega a la prensa o se movilizan muchas familias. Las organizaciones son así. Y nuestro trabajo establece otras relaciones, más horizontales e inmediatas. De hecho, la tensión docente viene, sobre todo, de la respuesta continua que debemos dar: el docente siempre está dando respuestas, muy diversas, eso sí. Antes, conocíamos las preguntas y las respuestas. Ahora, nos sorprenden con preguntas -demandas- nuevas y no tenemos respuesta adecuada, una respuesta que nos deje medianamente satisfechos.
Decía Hannah Arendt que docente y alumnado podían entenderse porque ambos compartían el gusto por la cultura, por lo relevante en la tradición humanística. El profesor era una persona avanzada que introducía a los jóvenes en este mundo valioso. Hoy, se cuestiona el valor de la tradición, así como la relevancia del aprendizaje. El profesorado siente que el suelo se mueve bajo los pies. No hemos estudiado ni opositado para tener ocupados a los alumnos de cualquier manera. Como he dicho otras veces, la escuela se desliza a funciones de guardería. Y no, no podemos estar satisfechos.
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