Este cartel aparece en muchas escuelas norteamericanas; traducido significa "Ningún padre más allá de este punto" (o límite). Los últimos acontecimientos y medidas de protesta adoptadas por muchos claustros a partir de los recortes efectuados por la administración educativa valenciana, desde enero hasta ahora, me han hecho pensar en la vigencia de esta advertencia en nuestros centros. Probablemente, no habrá carteles como el de arriba; pero puede ocurrir que la actitud sea la misma: ningún padre más allá de dónde le dejemos.
En efecto, se ha planteado, con poco acierto según mi opinión, pero con seguimiento entusiasta por parte de muchos profesores, la suspensión de actividades extraescolares, festivales de fin de curso, incluso fiestas tan arraigadas como el día escolar de la paz, el 30 de enero. Es comprensible poner en cuestión las salidas del centro, cuya cobertura legal y de responsabilidad civil está en entredicho, ya que parece ser que la conselleria no las cubre. Otra cosa es anularlas todas, sin tener en cuenta a dónde son, quién va, qué medio de transporte se utiliza... Pero lo que no se entiende, desde una lógica de la participación, es que se dejen de celebrar actos abiertos a los padres durante todo este curso. Así tiramos piedras sobre nuestro tejado: los padres ven a los alumnos como los perjudicados por los recortes que sufre el profesorado.
En efecto, se ha planteado, con poco acierto según mi opinión, pero con seguimiento entusiasta por parte de muchos profesores, la suspensión de actividades extraescolares, festivales de fin de curso, incluso fiestas tan arraigadas como el día escolar de la paz, el 30 de enero. Es comprensible poner en cuestión las salidas del centro, cuya cobertura legal y de responsabilidad civil está en entredicho, ya que parece ser que la conselleria no las cubre. Otra cosa es anularlas todas, sin tener en cuenta a dónde son, quién va, qué medio de transporte se utiliza... Pero lo que no se entiende, desde una lógica de la participación, es que se dejen de celebrar actos abiertos a los padres durante todo este curso. Así tiramos piedras sobre nuestro tejado: los padres ven a los alumnos como los perjudicados por los recortes que sufre el profesorado.
La participación de los padres en la educación formal. Ese es el tema. Los padres tienen la capacidad de participar de manera activa en la formación académica de sus hijos, más allá del acatamiento acrítico que existió en la escuela del desarrollismo. Y pueden hacerlo de múltiples modos. No se trata sólo de responder a los requerimientos puntuales de los docentes en lo que respecta a materiales, libros, salidas... Su opinión es un factor a tener en cuenta. Debemos informarles, pero también escucharles. Ayudarles a que vengan al centro y nos conozcan. Para ello, habrá que des-centrar nuestra práctica y, tal vez, flexibilizar el horario, para hacer posible la comunicación. También, es cierto, pueden quedarse al margen. Pero creo que, como docentes, debemos facilitarles las cosas para que no sea así.
La relación entre padres y escuela ha ido variando con el tiempo. Si hace unos años, cualquier demanda de la institución escolar era atendida por la mayoría de padres sin más discusión, en la actualidad surgen roces y dificultades: hay desconfianza, pobre comunicación, incluso desconocimiento. Por ambas partes. Y echarse la culpa mutuamente no ayuda a mejorar la situación.
Anteriormente hemos hablado de des-centrar la práctica, intentar verla desde fuera. Ese ejercicio es muy necesario en la escuela, tanto en lo que se refiere a temas didácticos como a aspectos de micropolítica organizativa. Y se necesita cooperación, diálogo abierto, asesoramiento externo, investigación. Si no estamos contentos con la relación entre padres y profesores, busquemos estrategias de acercamiento, vías de encuentro. Se trata de abrir la escuela; justamente lo contrario que se está haciendo con las medidas de presión antes aludidas.
Es cierto que pueden pesar las malas experiencias habidas en la relación con los padres: ¿quién no ha tenido alguna discusión o desencuentro? Pero no por eso se ha de ir hacia el alejamiento o la interposición de barreras. Bien al contrario, conviene más dar razón de lo que se hace, desde supuestos pedagógicos, didácticos y organizativos.
Se puede pensar que los padres ya están representados en el Consejo Escolar de Centro. Efectivamente, tienen su cuota, al igual que profesorado, alumnado y P.A.S. Pero sabemos que el papel del C.E. puede quedar reducido al de trámite burocrático, sin más pretensiones. A tal efecto, recordamos un artículo de Miguel Ángel Santos Guerra en que defiende un enfoque activo y participativo de la democracia escolar, y especialmente la elección de miembros del CE por parte de los padres: “las urnas no son el ataúd sino la cuna de la democracia (…) si los padres y las madres no se sienten miembros de una comunidad educativa, si no se sienten responsables de lo que pasa dentro de ella, la participación no existirá o, si existe, será una mera farsa”.[1] También advierte de los peligros que corre el papel activo de la comunidad escolar: “Es fácil burocratizar y rutinizar los mecanismos de la participación”.
La relación entre padres y escuela ha ido variando con el tiempo. Si hace unos años, cualquier demanda de la institución escolar era atendida por la mayoría de padres sin más discusión, en la actualidad surgen roces y dificultades: hay desconfianza, pobre comunicación, incluso desconocimiento. Por ambas partes. Y echarse la culpa mutuamente no ayuda a mejorar la situación.
Anteriormente hemos hablado de des-centrar la práctica, intentar verla desde fuera. Ese ejercicio es muy necesario en la escuela, tanto en lo que se refiere a temas didácticos como a aspectos de micropolítica organizativa. Y se necesita cooperación, diálogo abierto, asesoramiento externo, investigación. Si no estamos contentos con la relación entre padres y profesores, busquemos estrategias de acercamiento, vías de encuentro. Se trata de abrir la escuela; justamente lo contrario que se está haciendo con las medidas de presión antes aludidas.
Es cierto que pueden pesar las malas experiencias habidas en la relación con los padres: ¿quién no ha tenido alguna discusión o desencuentro? Pero no por eso se ha de ir hacia el alejamiento o la interposición de barreras. Bien al contrario, conviene más dar razón de lo que se hace, desde supuestos pedagógicos, didácticos y organizativos.
Se puede pensar que los padres ya están representados en el Consejo Escolar de Centro. Efectivamente, tienen su cuota, al igual que profesorado, alumnado y P.A.S. Pero sabemos que el papel del C.E. puede quedar reducido al de trámite burocrático, sin más pretensiones. A tal efecto, recordamos un artículo de Miguel Ángel Santos Guerra en que defiende un enfoque activo y participativo de la democracia escolar, y especialmente la elección de miembros del CE por parte de los padres: “las urnas no son el ataúd sino la cuna de la democracia (…) si los padres y las madres no se sienten miembros de una comunidad educativa, si no se sienten responsables de lo que pasa dentro de ella, la participación no existirá o, si existe, será una mera farsa”.[1] También advierte de los peligros que corre el papel activo de la comunidad escolar: “Es fácil burocratizar y rutinizar los mecanismos de la participación”.
A través de la metáfora del árbol de la participación, va examinando dónde hunde sus raíces, y hace un llamamiento a que los padres vayan más allá del simple interés individual por sus hijos, sino que participen como ciudadanos, devolviendo a la escuela su carácter público, no estatal, es decir, al servicio de las personas y no de los gobiernos o del estado. También les conmina a que no sean clientes sino “partícipes y protagonistas del proceso”. Al hablar del tronco de la participación, hace hincapié en participar en la gestión, de manera efectiva, a participar en el aprendizaje en la medida de sus posibilidades, y a tomar parte en lo comunitario, ya que “la escuela puede ser un foco de referencia, un faro cultural, un lugar de encuentros educativos para toda la comunidad.(…) Los padres y madres son un excelente puente entre la institución escolar y el entorno”.[2]
Por tanto, abrir la escuela a los padres en un paso para abrirla aún más a toda la comunidad, insertándola en el medio de manera eficaz. Para trabajar con los padres, es necesario abrir el centro desde los grupos-clase, pidiendo la colaboración en tareas sencillas que permitan la presencia de padres y madres en las aulas, incluso compartiendo el espacio físico con sus hijos e hijas. Ese podría ser un primer paso, que una vez afianzado daría lugar a otras estrategias más ambiciosas de trabajo en común. No es posible quedarse en este estadio, que sería lo que Fernández Enguita llama utilización de mano de obra auxiliar, aunque sí es necesario pasar por él. Aferrarse al poder pedagógico por encima de todo sin compartir con los padres, es un error que se paga con el aislamiento y la poca cooperación, perpetuando el statu quo de la desconfianza y la separación. Como decíamos anteriormente, hay que dar razones de lo que se hace, a través de las reuniones colectivas, que no pueden considerarse un engorro administrativo, sino una oportunidad para la comunicación bidireccional. Y un facilitador de la asistencia masiva de padres es hacerlas a las siete de la tarde, o un poco después. Creo que todos disponemos de una tarde al trimestre para este menester.
Ya sabemos que hay padres que no se interesan por los estudios de los hijos. Pero son minoría; trabajemos con aquellos más dispuestos, esperando que se produzca un contagio positivo. Si se ve buena disponibilidad por parte docente, estaremos abriendo caminos a la participación.
Ya sabemos que hay padres que no se interesan por los estudios de los hijos. Pero son minoría; trabajemos con aquellos más dispuestos, esperando que se produzca un contagio positivo. Si se ve buena disponibilidad por parte docente, estaremos abriendo caminos a la participación.
[1] La participación es un árbol, M. A. Santos Guerra, en Kiririki 55-57, p. 106. La siguiente cita es de la p. 109.
[2] Idem, p. 111
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