Desde hace un tiempo, la innovación educativa es objeto de debate en la red. No se debaten las iniciativas o tendencias más sobresalientes o en boga, que también se analizan, sino el concepto mismo de innovación, su vigencia y su esencia. Parece ser que la innovación ha dejado de ser territorio de algunos iluminados para pasar a ser un espacio de deambulación generalizada, o, peor, una moda más que se apropia de la temática educativa cada cierto tiempo.
No quiero apuntarme a la tendencia (o algo así) contraria, poner bajo sospecha todo intento de presentar una práctica como innovadora. Tampoco entiendo que algunos docentes se autodefinan como "innovadores" (esa etiqueta deberían otorgarla otros, en mi opinión). Pero lo respeto, por supuesto. Cada cual se define como mejor le parece, y no disponemos de un medidor de innovación. Hemos llegado al consenso, eso sí, de que sustituir unos soportes analógicos por otros digitales no supone un cambio metodológico en sí mismo. Los vaivenes de la administración en la digitalización de las aulas y de los centros tampoco han ayudado en ese sentido.
También hemos acordado -en la teoría al menos- que las aulas no pueden estar al margen de la información que tenemos a un solo clic, no pueden ser un espacio a salvo de internet. Nuestros alumnos nos sorprenden con contenidos que han aprendido en la red. Tengo un alumno, por ejemplo, que relaciona cada hecho relevante que aparece en la prehistoria y la historia antigua con un videojuego diferente, y me dice que lo ha aprendido allí, antes de que lo veamos en clase. En cuarto de primaria.
También hemos acordado -en la teoría al menos- que las aulas no pueden estar al margen de la información que tenemos a un solo clic, no pueden ser un espacio a salvo de internet. Nuestros alumnos nos sorprenden con contenidos que han aprendido en la red. Tengo un alumno, por ejemplo, que relaciona cada hecho relevante que aparece en la prehistoria y la historia antigua con un videojuego diferente, y me dice que lo ha aprendido allí, antes de que lo veamos en clase. En cuarto de primaria.
El alumnado está a otra cosa, evidentemente. La rutinización se les vuelve insoportable a edades cada vez más tempranas. Y requieren, más que disciplina férrea como sugieren algunos, una cierta dosis de incertidumbre, de no saber qué va a pasar en cada momento de la jornada escolar. No se trata, en mi entender, de que el docente se transforme en un prestidigitador, en un animador, en un mago. No. Pero sí que programe su práctica dejando lugar a la sorpresa, a la improvisación (que supone dejar a un lado lo marcado si surge algo interesante que no estaba presupuesto) y a la participación de los alumnos más allá de su papel de receptores de un contenido absolutamente innegociable. Tal vez por ahí va la innovación, por transitar caminos no demasiado hollados, independientemente de la tecnología que se use.
En educación primaria resulta preocupante que el alumno empiece primer curso con muchas ganas y termine sexto, en muchos casos, con pocas. ¿Qué hacemos en ese período de tiempo para que desaparezca o disminuya tanto el interés por aprender? Cuando respondamos a esa pregunta, habremos solucionado la mayor parte de los problemas de la etapa. Pero la respuesta a esta cuestión no está en el libro de texto. Ahí, seguro que no. Quizás en la evaluación (en la calificación del alumnado) podremos tener alguna pista.
El otro día fui con mis alumnos al laboratorio para utilizar la maleta de la óptica y comprobar las propiedades de la luz. Una práctica sencilla pero que permite ver y entender la reflexión y sobre todo la refracción de la luz, así como la descomposición en los siete colores del arco iris. Nada nuevo, claro. Pero si tomamos en cuenta el contexto -mi colegio- y el escaso uso que en general se hace del laboratorio en primaria, es una práctica que los alumnos recuerdan y aprovechan. Cualquier instrumento que aparezca en el aula -una balanza, unas pesas, unos imanes- suscita, a estas edades, gran curiosidad. Los alumnos quieren hacer, no sólo reproducir o llevar a cabo tareas escritas. Por no hablar de las representaciones teatrales; este curso he traído unos títeres para dedos, y se pasan el recreo preparando sus historias. Otro día, visitamos una galería de arte. Seguro que recuerdan esa experiencia.
Ya he hablado otras veces de lo bien que funciona la biblioteca de aula, que este año se ha enriquecido con aportaciones de las familias, que han cedido libros para engrosar la colección. Los alumnos siguen haciendo esa pregunta que tanto me gusta: ¿Podemos coger un libro?
Este curso llevamos a cabo agrupamientos interactivos en matemáticas y lengua, abriendo la clase a padres, madres y voluntarias. Somos la única clase del colegio que lo ha hecho. Tal vez sea una práctica innovadora, pero no me preocupa en absoluto. Veo que los alumnos entran bien en la dinámica -no todo lo sueltos que me gustaría, la verdad- y los padres están encantados en ayudar.
No estoy sacando pecho, en absoluto. Creo que lo que hago yo lo hacen otros muchos docentes, o hacen actividades con la misma orientación. Hay muchas muestras en foros, reuniones, eventos... Hemos abierto el aula a la participación de las familias, y hemos salido del aula para ver otros aprendizajes. Y ese es el punto: superar la constricción del espacio físico y del tiempo escolar para, con actividades sencillas, provocar un interés adicional, una novedad. Que es, por cierto, una palabra con el mismo lexema que innovación.
En educación primaria resulta preocupante que el alumno empiece primer curso con muchas ganas y termine sexto, en muchos casos, con pocas. ¿Qué hacemos en ese período de tiempo para que desaparezca o disminuya tanto el interés por aprender? Cuando respondamos a esa pregunta, habremos solucionado la mayor parte de los problemas de la etapa. Pero la respuesta a esta cuestión no está en el libro de texto. Ahí, seguro que no. Quizás en la evaluación (en la calificación del alumnado) podremos tener alguna pista.
Jätteliten, marionetas para dedos que usan mis alumnos. Imagen en www.ikea.es |
Ya he hablado otras veces de lo bien que funciona la biblioteca de aula, que este año se ha enriquecido con aportaciones de las familias, que han cedido libros para engrosar la colección. Los alumnos siguen haciendo esa pregunta que tanto me gusta: ¿Podemos coger un libro?
Este curso llevamos a cabo agrupamientos interactivos en matemáticas y lengua, abriendo la clase a padres, madres y voluntarias. Somos la única clase del colegio que lo ha hecho. Tal vez sea una práctica innovadora, pero no me preocupa en absoluto. Veo que los alumnos entran bien en la dinámica -no todo lo sueltos que me gustaría, la verdad- y los padres están encantados en ayudar.
No estoy sacando pecho, en absoluto. Creo que lo que hago yo lo hacen otros muchos docentes, o hacen actividades con la misma orientación. Hay muchas muestras en foros, reuniones, eventos... Hemos abierto el aula a la participación de las familias, y hemos salido del aula para ver otros aprendizajes. Y ese es el punto: superar la constricción del espacio físico y del tiempo escolar para, con actividades sencillas, provocar un interés adicional, una novedad. Que es, por cierto, una palabra con el mismo lexema que innovación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario