Hace unos días se ha celebrado en Madrid la segunda Edujornada, en el Caixaforum de la capital. Por razones personales, no he podido asistir en esta ocasión. No he estado muy activo en redes sobre este tema, porque entiendo que el protagonismo lo tienen los docentes que toman parte en la jornada, no los que, por diversos motivos, no hemos acudido aunque nos inscribimos en su momento.
Momento de la bienvenida de Ingrid Mosquera. Foto de Elisa Peinado. |
Comentando la jornada y su éxito, dije que una de las cosas que echaba de menos era escribir una crónica personal de lo vivido. El año pasado, la Edujornada dio para tres artículos en mi blog, y eso que no son breves, precisamente. Medio en broma medio en serio, David G. Gándara, @mr_rookes, me ha animado a comentar cómo se ve desde fuera y Carlos Magro @c_magro, intervino a favor. Con dos padrinos así, cómo negarse.
Así que, aquí me veis (o me leéis) escribiendo sobre esta segunda Edujornada, más grande en tamaño que la primera, con más infraestructura, más asistentes y mayor repercusión, creo, en redes. Como en la primera edición, se notaba el buen rollo, la sintonía entre docentes de distintas etapas, procedencias y maneras de entender la educación. La ilusión por conocer en persona a tantos compañeros, muchísimos de ellos en Twitter, era evidente.
Hay docentes con muchos seguidores y gran predicamento en internet. Lógicamente, poder saludarlos, hacerse una foto con ellos, es un aliciente. Más todavía si intervienen en alguna mesa, o en una ponencia, o coordinan un taller. Una oportunidad fantástica de aprender y de compartir. Porque todo no puede quedarse en abrazos y fotos. Hay que volver con las alforjas llenas de ideas, de interrogantes, de sugerencias para revisar nuestra práctica.
En otros casos, había reencuentro entre profesores que habían coincidido en otras convocatorias. Uno de los disgustos de no poder ir a la jornada es ese: dejar de abrazar y de charlar distendidamente con tantos compañeros que hemos compartido formación en tantas ocasiones y lugares. Formación y cervezas, claro.
Como vemos, algunos son veteranos en los edusaraos, otros se han incorporado hace menos. Es lo mismo. Recuerdo el año pasado, cuando alguien se presentaba con cierta timidez, diciendo "Es que estoy poquito en redes". No hay problema, no es un problema usar poco las redes sociales. No desvirtúa ni quita valor a lo que se hace en el aula. Es verdad que participar en el espacio común, en esas plazas públicas que son X, Instagram, o Facebook, o en ese escaparate prodigioso que es Pinterest, con un propósito de compartir lo que se hace, lo que se piensa, enriquece al conjunto de usuarios, de compañeros docentes.
Porque una de las claves del éxito de la Edujornada es la horizontalidad. No se está en un nivel superior de "expertos" que hablan y otros escuchan y toman apuntes. No hay cesarbonismo. Esta horizontalidad es también marca de la casa de las charlas educativas, origen de estos dos encuentros. Docentes que opinan y aportan desde su óptica y circunstancia laboral. Tampoco se busca el espectáculo. No hace falta.
Otro factor sobre el que he reflexionado es el ambiente que se respira. Aunque a veces seguir los foros previos se me hacía pesado, por la gran cantidad de mensajes, la alegría es el sentimiento más compartido. Una alegría sentida de distintas maneras, porque diferentes son las circunstancias de participación, como veíamos más arriba... pero todos participan desde la horizontalidad. La estructura de las mesas redondas, de los talleres, así lo promueve.
Y, ¿por qué esa alegría? Porque es necesaria. He llegado a esa conclusión. En una profesión tan vapuleada por factores externos, por cambios legislativos, por la propia división que se ve entre el profesorado en redes, necesitamos alegría de la buena. Descansar del hastío del agrio no-debate en X. Reconocernos como compañeros, como partícipes de una misión preciosa: educar. Necesitamos defender la alegría como una trinchera, que escribió Benedetti. Como un estandarte, como una certidumbre.
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Recuerdo, en contraste, un fin de semana formativo en Almansa al que acudí solo, hace unos años. Pues bien, no crucé palabra con nadie en el recinto donde se celebraba. Del teatro al hotel y viceversa. La edujornada es otra cosa.
Como conclusión final, es manifiesto que todo el montaje de la jornada, lo que no se ve, lleva un inmenso trabajo que un grupo de entusiastas realizan desde hace meses. A ellos debemos gratitud y un cálido homenaje.
La edujornada nos presenta, en definitiva, una imagen de lo mejor del claustro virtual, dejando claro que la diversidad no está reñida con la armonía, y que sigue siendo posible la cooperación docente. A por la tercera edición.
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