El concepto de
ciudadanía goza de buena salud mediática: se habla mucho de ella, y –según algunos
políticos- para ella. La ciudadanía puede referirse a la totalidad de ciudadanos,
de personas que cohabitan en un ente político. También es una condición, un grupo de ideas. De hecho, se enseña en los colegios, ya que existe un área
curricular –hasta que la reforma Wert acabe con ella- que se denomina
“Educación para la ciudadanía”. Pero seguimos dándole vueltas a qué es la
ciudadanía, más allá de un conjunto de derechos y obligaciones para la vida en
común dentro de un determinado territorio. ¿Hay una única manera de ser ciudadanos?
¿O hay margen para la diferenciación, para ejercer los derechos de manera
distinta? ¿Qué significa hoy la ciudadanía? ¿Hemos pasado, como sostiene Bauman, de ciudadanos a consumidores, y sin
posibilidad de consumo no se ejerce realmente la ciudadanía? Es cierto que el
centro comercial-ese espacio que siempre es el mismo, aunque esté a cientos de
kilómetros de distancia de otro- ha tomado el lugar de la plaza pública,
uniendo irremisiblemente ocio y consumo, marcando la diferencia entre los que
están –y gastan- y los que no pueden estar, porque no tienen medios. ¿Se ha
vaciado de sentido la ciudadanía? No es la única cuestión que se me ocurre. ¿Por
qué se ha empobrecido la esfera pública y se ha embrutecido tanto la generalidad
de medios de comunicación, factores determinantes en la creación de la misma? La
banalidad y, mucho peor, la zafiedad que a veces se escuchaba en los corros de
vecinos sentados al fresco se ha trasladado a la televisión y, en menor medida,
a las radios, dando la razón a quienes como Sartori clamaban contra “la
sociedad teledirigida”. Los mensajes políticos se han trivializado hasta
volverse consignas intercambiables que los profesionales de la política
utilizan sin miramiento ni recato hacia la inteligencia ciudadana, considerada
mera telespectadora. Si reparamos en la ciudad como espacio compartido, la
perspectiva no mejora demasiado. La separación entre barrios, la proliferación
de lugares de paso (los no-lugares de
Augé), la sospecha hacia los otros, la incomunicación como manera tácita de
ignorarse... son características que ponen en cuestión un ejercicio activo de
ciudadanía, más allá de la posesión nominal de un cierto estatus legal.
En medio de esta
situación, internet se ha constituido como un espacio virtual participativo,
como un espacio público diferente, con capacidad alternativa a los medios de
comunicación tradicionales, que conscientes de ello, han intentado entrar en la
red, por una parte, y que las redes sociales participen en su programación, por
otra. Un hecho relevante es la transformación del papel pasivo del receptor en
cuanto a la creación de contenidos. En la cultura del libro, o en el primer
internet, se delimitaba la diferencia entre creador (escritor, investigador,
programador...) y audiencia. Hoy en día, todos podemos ser prosumidores, es decir, creadores al tiempo que consumidores de
información. La proliferación de los blogs es un ejemplo de lo que decimos: no
sólo es estar, sino participar, crear entre muchos unos contenidos y exponerlos
públicamente, construyendo un procomún al margen de la distribución comercial.
Twitter, según tengo
entendido, empezó siendo un microblog compartido, un espacio virtual de microblogging. Este espacio está basado
en la diversidad de intereses, pero también apoyado en la igualdad como
usuarios de la red social. Y éste es un punto relevante que Twitter posee: los
usuarios tienen las mismas condiciones de uso, tengan veinte seguidores o
cientos de miles. Hay libertad para piar, para no hacerlo, para seguir y dejar
de seguir... Además, la inmediatez está asegurada, con lo que Twitter ofrece un
aspecto dinámico que Facebook no conseguirá nunca (a no ser que entendamos que
un chat privado puede ser alternativa). La política acerca de los mensajes directos
asegura que puede haber confidencialidad y que es deseada –o permitida, al
menos- por ambas partes. La red, y Twitter específicamente, ofrece espacio
virtual para el intercambio de opiniones, para el debate, para la
confrontación, y también para la ocurrencia, las relaciones personales, el
intercambio de datos, y para la difusión de contenidos a través de enlaces
incluidos en los tweets. La diversidad que encontramos, como decíamos antes, es
enorme: estetas del lenguaje, profetas del apocalipsis, profesionales
interesados por su sector, viajeros en un egotrip interminable, curiosos sin
más, famosos que quieren estar... La lista seguiría, sin duda. Y si hablamos de
las bios, podríamos dedicarle un libro entero. Pero no es el caso.
¿Cómo puede Twitter
ayudar, cooperar en la creación de una ciudadanía activa, esto es, personas
capaces de ejercerla y no sólo poseerla? Maite Larrauri, al explicar la postura
de Hannah Arendt sobre el espacio público, dice lo siguiente: “La igualdad de
desiguales utiliza el diálogo y no la fuerza para persuadir, para convencer.
Pero tomar la palabra, proponer una acción para cambiar algún aspecto de la
sociedad, emitir un juicio sobre alguna iniciativa requiere valentía. Esa es la
gran virtud política: la valentía de exponerse en el escenario público a la
vista de los demás. Se corren riesgos que no existen en el interior de las
casas, de las cabezas: el riesgo de no ser entendido, de no ser secundado, de
equivocarse, y todo ello puede incluso afectar a la seguridad personal.”[1]
Cuántos de nosotros, docentes, hemos sentido la responsabilidad de tomar la
palabra en nuestros claustros y proponer mejoras, innovaciones, o denunciar
prácticas mal ejecutadas o directamente injustas, quizás ante el silencio
indolente o cómplice de muchos compañeros, que prefieren guardar la ropa, dejar
para el pasillo sus comentarios. Intervenir en un claustro es exponerse a la
vista –y al juicio- de los demás. Hacerlo en Twitter es distinto, aunque
también similar. En el claustro nos rodean personas con las que compartimos, al
menos, el lugar de trabajo. Muchas veces nos conocemos, puesto que el centro
cuenta con treinta, cuarenta profesores. En otras, la relación no es tan
directa, porque el número de docentes lo dificulta. Las repercusiones personales
de nuestra intervención son inmediatas –en forma de desaprobación, o de
acuerdo, o de aceptación- y más a largo plazo: nos vamos creando una reputación
en el claustro, que los muditos no
tendrán. En Twitter se habla para el conjunto de usuarios, también para los que
no nos siguen, puesto que un RT, un FAV, pueden hacer llegar nuestra opinión a muchos
más. Normalmente, a diferencia de Facebook, en Twitter se sigue a alguien sin
conocerse personalmente, por la calidad de sus tweets –sería el motivo más lógico
o loable- o por otra circunstancia: son famosos, tienen muchos seguidores, nos
conocemos de otros sitios...
Sabemos que Arendt
tenía un sentido amplio de la actividad política, no circunscrita a la práctica
partidista, sino ligada a la existencia de un espacio público constituido, con
poder, como nos recuerda en “La condición humana”. Por tanto, al hablar de
política no nos referimos sólo a la confrontación entre fuerzas parlamentarias,
ni al debate de ideas o propuestas nacidas de los partidos. Esa es una visión
reducida. Estar –y opinar- en Twitter es un acto político en cuanto
participación en una esfera pública. Y opinar, lo sabemos, incluye redifundir y
marcar como favorita la afirmación de otros. La usuaria que nos bombardea con frases cursis, que sólo
habla de sentimientos o de relaciones amorosas, está, de algún modo, dándose a
conocer, tomando la palabra. Está sometiéndose a un escrutinio, que puede verse
reflejado en el número de seguidores, aunque sabemos que este criterio no
siempre indica la calidad del contenido. Contribuye, con sus tweets, a crear un
discurso, su discurso sobre los temas
que le interesan.
No somos ingenuos. Twitter
no es una “sociedad perfecta”, no la estamos idealizando. Encontramos zafiedad,
ruido, miseria. Gente que se alegra de la desgracia ajena, o que justifica lo
injustificable. De no ocurrir esto, no habría diversidad ni conexión con la
sociedad existente. También hay quien sólo sigue a los que piensan como ellos,
comparten un mismo pensamiento político –incluso lo incluyen en sus bios, tan
exhaustivas que parecen una advertencia a incautos, despistados usuarios
capaces de seguirles sin comulgar con sus ideas- porque, como hemos dicho
varias veces, éste no es un modelo perfecto, sino humano. Evidentemente
imperfecto. Claramente perfectible. Con aportaciones de todos. Sobre todo, con
aportaciones valientes, capaces de crear debate y llevar a cabo iniciativas que
pueden ser compartidas. En estos tiempos líquidos, sin relatos constituyentes
ni instituciones intocables, quedan las aventuras de la diferencia, por citar a
los postmodernos (ya hasta Vattimo o Lyotard nos parecen desfasados en esta
cultura hiperconectada).
En “La condición
humana” la pensadora alemana afirma que la acción y el discurso constituyen los
elementos verdaderamente humanos de estar en el mundo, de significarse
humanamente. La acción contiene en sí la capacidad de cada persona de hacer
algo nuevo, distinto del producto, propio del trabajo. Imaginemos la
potencialidad del uso de Twitter, su influencia, su amplitud de relación –y la
variedad de espacios de cooperación posibles. @elbazardeloslocos es un ejemplo
magnífico. No olvidemos que, aparte de todo, Twitter es un lugar donde puede
surgir la ayuda, la escucha, el acompañamiento. Si otorgamos un sentido
dinámico, práctico y no sólo legal, a la ciudadanía, Twitter es un elemento que
contribuye a ese ejercicio. Nos retrata, nos expone. Como Arendt sugería, nos
humaniza. Quizás es lo posible en estos tiempos.
Espero que no esté yo dentro del grupo de usuarias que bombardean con frases cursis!
ResponderEliminarDebo reconocer que llegué a Twitter por casualidad y es cierto que aunque para mí no deje de ser un medio donde expresar cómo me siento en vez de gritarlo a voces por la calle, he encontrado personas magníficas detrás de un avatar que, curiosamente, sin conocerme de nada, jamás han soltado mi mano.
Poder leer opiniones diversas, aprender, incluso debatir.
Una herramienta indiscutiblemente útil, siempre y cuando no nos domine ;)
Gracias por tu comentario que, sinceramente, me parece magnífico, porque trasciendes lo personal, sin que deje de parecerlo. Puedes estar tranquila, la cursilería no aparece en tus tweets, claro que no. Me alegro -y comparto la experiencia- de que hayas encontrado gente magnífica, por usar tu adjetivo, que te han ayudado. Y también estoy de acuerdo con tu última afirmación: Twitter es útil, si no nos priva de hacer otras cosas. Gracias otra vez.
EliminarGracias por invitarme a tu casa ;)
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