El 30 de enero, como ya es costumbre, los centros educativos de infantil y primaria celebran el Día de la Paz y No Violencia, fiesta creada en 1964 por Llorenç Vidal, docente y posteriormente inspector de educación, tomando como referencia el día del asesinato de Mahatma Gandhi, el 30 de enero de 1948. Esta celebración se ha convertido en un referente para tratar el tema de la paz, la prevención de conflictos y el rechazo a la guerra, de una manera festiva, a través de canciones, bailes, representaciones... Los patios de las escuelas se llenan de músicas, coreografías, palomas y de otros símbolos que hacen presente el deseo de paz.
Este enfoque generalizado ha conducido, en ocasiones, a un fenómeno de folklorización de la paz, esto es, a dedicar mucho esfuerzo a los actos de ese día en detrimento de la creación de una cultura de paz. Todo es necesario, sin duda; pero una celebración debería reflejar la realidad de un centro, superándola si se quiere, mejorándola, pero no suplantando o escamoteando la mirada cotidiana, la situación concreta en aquello que, quizás pomposamente, se llamó relación con el entorno. Al igual que la multiculturalidad, la cultura de la paz es una tarea diaria, un empeño que puede convertirse en una seña de identidad de un centro educativo -o no- más allá de la consabida retórica que se incluye en el prólogo o incluso en los objetivos de un proyecto educativo, buenas intenciones que no se articulan en la cotidianeidad, tantas veces.
En efecto, los valores de un centro educativo, sea escuela o instituto, se aprecian en la práctica, no en los documentos prescriptivos. Esta aparente contradicción es común en las organizaciones, como ya hemos comentado en otros artículos de este blog (especialmente en La piel del rinoceronte) y no debiera sorprendernos a los que trabajamos en educación formal. Se da importancia a unos aspectos y se dejan de lado otros. La educación para la sostenibilidad puede ser un párrafo en un documento o una realidad evidente -es decir, que se ve- en una escuela. En ese caso, se recicla generalizadamente, no se despilfarra, se reutiliza todo lo posible.
Podríamos poner más ejemplos. La atención a la diversidad es uno de los componentes fijos del discurso oficial en los últimos años. Sin embargo, la disminución de las plantillas de profesorado en los centros complica extraordinariamente esa atención. Y no sólo eso: muchos docentes siguen considerando que la inclusión de los distintos es opcional en su práctica. O sea, que pueden obviarla sin más.
Pero volvamos al tema de la paz, que es el motivo de la fiesta del día 30. La cultura de la paz es una necesidad de nuestros alumnos, que han de vivir en una sociedad compleja, donde la convivencia no es fácil a causa precisamente de una diversidad que exige nuevas actitudes y destrezas. Mirar para otro lado, centrarse en un curriculum académico marcado por las editoriales y no cultivar la paz de cada día, la resolución de conflictos y la aceptación del otro, es proporcionar una educación de deficiente calidad. Y esto, no lo arreglará la LOMCE.
En efecto, los valores de un centro educativo, sea escuela o instituto, se aprecian en la práctica, no en los documentos prescriptivos. Esta aparente contradicción es común en las organizaciones, como ya hemos comentado en otros artículos de este blog (especialmente en La piel del rinoceronte) y no debiera sorprendernos a los que trabajamos en educación formal. Se da importancia a unos aspectos y se dejan de lado otros. La educación para la sostenibilidad puede ser un párrafo en un documento o una realidad evidente -es decir, que se ve- en una escuela. En ese caso, se recicla generalizadamente, no se despilfarra, se reutiliza todo lo posible.
Podríamos poner más ejemplos. La atención a la diversidad es uno de los componentes fijos del discurso oficial en los últimos años. Sin embargo, la disminución de las plantillas de profesorado en los centros complica extraordinariamente esa atención. Y no sólo eso: muchos docentes siguen considerando que la inclusión de los distintos es opcional en su práctica. O sea, que pueden obviarla sin más.
Pero volvamos al tema de la paz, que es el motivo de la fiesta del día 30. La cultura de la paz es una necesidad de nuestros alumnos, que han de vivir en una sociedad compleja, donde la convivencia no es fácil a causa precisamente de una diversidad que exige nuevas actitudes y destrezas. Mirar para otro lado, centrarse en un curriculum académico marcado por las editoriales y no cultivar la paz de cada día, la resolución de conflictos y la aceptación del otro, es proporcionar una educación de deficiente calidad. Y esto, no lo arreglará la LOMCE.
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