lunes, 1 de febrero de 2016

A propósito del acoso escolar

Reconozco que sigo afectado por el caso de Diego, el niño madrileño que se arrojó desde la ventana de un quinto piso porque, según escribió, no soportaba seguir yendo al colegio. Me pareció una tragedia inmensa, independientemente de las causas de esa muerte. Con once años -lo veo en mis alumnos- se tiene prisa, si acaso, por crecer, por experimentar, por hacer otras cosas. ¿Cómo toma alguien la decisión de terminar con su vida, cuando aún está empezando? Yo mismo reflexioné con mis alumnos sobre este tema, mostrándoles mi perplejidad. Y este artículo pretende ser una respuesta en voz alta a esa pregunta, referida más ampliamente al tema del acoso escolar.
En este asunto, la escuela, como institución, no puede llegar tarde; ya acumula retrasos en tantos otros aspectos: la sociedad en red, las TIC, la atención a la diversidad, los medios audiovisuales... Si nos remontamos atrás, vemos que a la escuela le cuesta mucho adaptarse y cambiar. El acoso, eso sí, no es una novedad en nuestras aulas. Ya en EGB se podía detectar que a algunos alumnos les hacían la vida difícil -cuando no imposible- por diversos motivos. Yo mismo tuve problemas porque algunos compañeros no soportaban que fuera el primero de la clase (curiosamente, eso hizo que me relacionara más con los que no competían conmigo en el tema académico, con los que ya pasaban de los estudios). Pero entonces no se llamaba acoso, ni se le daba demasiada importancia, como tampoco al hecho de que, en mi clase de octavo de EGB, se otorgaran no más de diez graduados escolares de un total de cuarenta y tantos alumnos. Digo esto porque los apologetas de la EGB suelen olvidarlo cuando se emocionan recordando aquella etapa. 
Los tiempos han cambiado, afortunadamente, y hay más sensibilidad hacia el tema del matonismo en las aulas. Pero, como siempre, la escuela no puede hacerlo todo. Dicho esto, es evidente que puede hacer su parte. Es más, está obligada a hacer su parte, que es mucha, pero no toda. La tradición de priorizar lo intelectual a lo emocional, lo académico a lo vivencial, ha hecho mucho daño a la prevención de la violencia y de la exclusión en las aulas o fuera de ellas, en el patio, en los pasillos. El tiempo, ese factor invisible pero determinante, hace que en muchas ocasiones se pospongan aspectos de convivencia en beneficio del aprendizaje de las disciplinas. En primaria y en secundaria. En esta última etapa, la responsabilidad diluida -repartida entre muchos docentes- dificulta más si cabe las cosas. Se impone, urgentemente, una redefinición de la función tutorial en ESO, una acertada elección de tutores y una dotación digna de recursos y formación para ejercerla. Y no sólo eso, sino ser conscientes de que educar es más que formar, y compartir información del alumnado, más que una imposición engorrosa, ha de ser una práctica preventiva más.
Tomado de http://www.gerpeabogados.es
En la etapa primaria, desde hace unos años, vemos que se adelantan actitudes más propias de secundaria en los últimos cursos de EP: aparecen objetores escolares, padres que se muestran desbordados, y también casos de bullying más o menos organizado. En este escenario, la prevención se vuelve más necesaria si cabe, y la concienciación del alumnado, el fomento de la empatía y del respeto entre iguales. Y es fundamental incluir en el análisis lo que ocurre en el patio y en el pasillo. Por cierto, los valores y su práctica son curriculares, así que dedicar tiempo a mejorar la convivencia no es perderlo, incluso si lo consideramos desde el punto de vista académico. ¿O es que el curriculum es sólo el libro de texto? Quitar importancia a las quejas de algunos alumnos, mostrar fastidio ante lo que nos cuentan, no puede seguir siendo una práctica de algunos docentes. Por el contrario, conocer los grupos, sus relaciones de poder, ayuda a influir en el conjunto y a mejorar el clima social. Instrumentos existen y son conocidos. Falta usarlos de manera generalizada.
Por finalizar, hay otra tarea que podemos hacer desde los centros (sobre todo en secundaria). Los medios de comunicación ofrecen modelos que son imitados de manera más o menos consciente por los niños y adolescentes. De ahí la importancia de analizarlos y de denunciar, si hace falta, las incongruencias, los estereotipos y otras deficiencias que se pueden hallar en los mismos. Y me refiero a las series de ficción, a ciertos programas sexistas que perpetúan roles inadecuados, que ridiculizan la diferencia o ponen la apariencia física en primer -y casi único- lugar. Para esto, evidentemente, se necesita tiempo, y lo que es más importante, repensar la función de la escuela hoy. Sabiendo, como decíamos antes, que no puede hacerlo todo, pero sí su parte.

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