jueves, 25 de agosto de 2016

Verano, carretera... y escuela.

Hace poco he estado de viaje por Teruel, Tarragona y Huesca, recorriendo parte del territorio denominado "La Franja de Ponent", tierras aragonesas que limitan con Cataluña y cuyos habitantes hablan catalán. Es una zona montañosa con una red de carreteras secundarias que comunican unas localidades con otras, alrededor de los ríos Matarraña, del Cinca o del Ebro.
Cuento esto porque, durante este viaje, he tenido la ocasión de comprobar cuánta educación vial hace falta en este país. No es un dato nuevo. El respeto a los límites de velocidad parece una entelequia, tanto en autovías como en vías convencionales de doble sentido. Quien, como yo, intenta no sobrepasar esos límites, parece tonto, o miedoso, o ambas cosas. Y no falta quien demuestra su impaciencia conduciendo a un par de metros detrás de mi coche, poniéndonos a ambos en peligro, y no dejando que el conductor de delante conduzca a su aire. 
Ya estoy acostumbrado, por desgracia. Y alguno pensará: ¿Qué tiene que ver esto con un blog educativo? Como decía antes, falta educación vial. Atención, no me refiero al conocimiento de las señales -aunque también es mejorable, como se nos muestra de tanto en tanto- sino a la adecuación de la conducta al código de circulación. Evidentemente, yo no lo hago todo bien, ni quiero ser un ejemplo de nada: también hago cosas mal, al volante. Pero me preocupa seriamente que la población esté expuesta, de manera continua, a un riesgo innecesario. 
Conducir, circular, implica una cierta cantidad de incertidumbre, de riesgo. La palabra "accidente" significa, etimológicamente, "lo que ocurre". Efectivamente, los accidentes ocurren: reventones de ruedas, firme en mal estado o mojado, descuidos, mala visibilidad... Causas todas que pueden explicar un grado de siniestralidad en la carretera. Hemos de acostumbrarnos a esa contingencia, inherente a los medios de transporte. No me atengo a eso cuando hablo de educación vial.
Cada persona tiene -todos tenemos- una responsabilidad social. La tenemos cuando vamos por la calle y decidimos usar la papelera o lanzar el papel en la acera, cuando cedemos el paso a una persona mayor o vamos a nuestro aire, cuando usamos las redes sociales... Esa responsabilidad aumenta cuando somos conductores, porque las consecuencias de nuestros actos revisten mayor gravedad, tienen más repercusión sobre los demás. Y ahí veo yo el problema: no hay consciencia generalizada de dicha responsabilidad. 
En otros artículos de este blog ya hemos hablado de la responsabilidad como la capacidad de dar respuesta, sobre todo por parte del profesorado, a las demandas de alumnado, familias u otros compañeros. La responsabilidad implica capacidad de elección antes de actuar y hacerse cargo de las consecuencias tras la actuación. Ambos requisitos se cumplen al circular: se puede elegir si hacer caso a las normas -sobre todo a la limitación de velocidad- o infringirlas. Asimismo, se han de afrontar las consecuencias (negativas, se entiende) de las acciones del vehículo. También puede ocurrir que una infracción -adelantar sobre raya continua, por ejemplo- quede sin castigo, porque la guardia civil de tráfico no la haya visto. No se puede ver todo. Y la disuasión que provocan las sanciones y pérdida de puntos del permiso de conducir es un factor a tener en cuenta, pero no debe ser el único. Y ahí entra en juego la educación.
"Safety Matters", juego interactivo de seguridad vial. 
En www.circulaseguro.com
Dijo Concepción Arenal; Abrid escuelas y se cerrarán cárceles. Esta frase resume el carácter moral, preventivo incluso, de la educación formal. Se puede aumentar el número de radares, de controles de alcoholemia, de guardias en la carretera. Y todo eso ya se efectúa en las campañas periódicas de la DGT, Pero no es suficiente, porque, como decíamos antes, no se puede controlar todo. Mientras tanto, se sigue entrando en las rotondas como si fueran una competición deportiva, se confunde conducir con pilotar, se menosprecia la prudencia y se equipara tener un vehículo potente y seguro con una conducción prepotente y sobrada. Está muy bien pedir mejoras en las carreteras, pero aún está mejor adecuar la circulación al estado de la carretera. La diferencia entre ir correctamente y saltarse las normas son unos pocos minutos, en el mejor de los casos.
Por tanto, la necesidad de educar en la responsabilidad en la educación formal es ineludible. Y, además, tratar la educación vial, pero, sobre todo, desde el punto de vista de la convivencia, de la asunción de la parte responsable que tenemos cuando nos ponemos al volante o al manillar de un vehículo, aunque sea una bicicleta. Y también necesitamos estudiar, denunciar y poner en evidencia -sobre todo en la ESO- la falsedad de los modelos de ficción audiovisual que presentan la conducción como un ejercicio de rebeldía, de habilidad física o de transgresión. Porque las víctimas de la carretera son, desgraciadamente, reales.

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