sábado, 5 de mayo de 2018

Menores y porno. ¿Miramos para otro lado?

Retomamos la actividad en el blog tras un mes de abril que, entre vacaciones de pascua, enfermedad (una semana nada más volver de vacaciones, cosas de la edad y del género masculino) y dolores de cabeza en el equipo directivo, ha pasado sin que me asomara a la página en blanco del blog. Ocurre ahora, como casi siempre, que los temas se acumulan y hay que ordenar las prioridades. Llevo tiempo queriendo hablar del acceso a la pornografía en internet por parte de los preadolescentes, un fenómeno preocupante porque no podemos considerar el porno un modelo educativo en las relaciones sexuales; no lo es, ni puede serlo, ya que no está pensado para eso. Me disponía a recopilar información sobre el tema (estadísticas recientes, algunos artículo que he leído hace unas semanas) cuando me ha llegado, vía Lola Urbano (@nololamento en Twitter) este texto de Heike Freire, Pedagogía y pornografía, que viene a decir lo que yo quería expresar, en rasgos generales. Así que intentaré no repetirme.
Creo que el tema de la pornografía es complicado de tratar en las aulas, porque es un asunto con muchas facetas, y que, no lo olvidemos, debería ser siempre de consumo para mayores de dieciocho años. Sabemos, sin embargo, que no es así, y que los teléfonos móviles son un acceso indiscriminado, tantas veces, a escenas de sexo explícito vistas por alumnos de once, doce años o poco más. O poco menos, atención (aquí más información). Es decir, que en la etapa primaria ya existen consumidores de pornografía, de manera ocasional o más habitual. No hablemos ya de ESO. Por tanto, nos atañe, como educadores, promover una reflexión, propiciar una distancia entre la realidad y la ficción pornográfica, porque eso es, una ficción que puede confundirse fácilmente con un ejercicio auténtico de la sexualidad, a unas edades en las que hay curiosidad -la pubertad- y muchas preguntas que van surgiendo al compás de los cambios físicos que sufren chicas y chicos. Pero, claro. ¿Cómo enfocar el tema? Un profesor mío, allá por los años ochenta, nos decía que hablar de relaciones sexuales podía incitar a conductas precoces en algunos que no sentían necesidad hasta ese momento (en octavo EGB, actual 2º ESO). Y no había internet. Con eso quiero decir que la cuestión viene de lejos, de la escuela democrática en España. No ha sido fácil encajar la educación sexual, y el enfoque médico o simplemente anticonceptivo no ha funcionado, en mi opinión, porque ha dejado de lado aspectos como el respeto al otro, la posibilidad de esperar a tener relaciones, la importancia de la afectividad frente a la genitalidad... Mucha tela que cortar. Y no tener que lamentar embarazos a los quince años es fundamental, evidentemente. Pero educar para la sexualidad lo es más. Y, ¿quién lo hace?
La escuela obligatoria, no. No se trata de poner una asignatura más, sino de aprovechar los espacios temporales disponibles. Supongo que seguirá habiendo tutores que aprovechan su hora semanal de tutoría para avanzar temario propio en ESO. Y sé que en primaria, donde, salvo excepciones, no hay sesión semanal de tutoría (en la educación valenciana sí, en este curso), no se tratan estos temas más que de manera tangencial. ¿Por qué no hablar de internet, del acceso a los contenidos? ¿Por qué no plantear este tema en las reuniones trimestrales colectivas, poniendo algunos recursos a disposición de los padres de nuestro alumnado? ¿Por qué no cuestionar abiertamente que una persona de ocho o nueve años tenga móvil con acceso a internet? ¿O es que no somos educadores? ¿O seguimos el libro de texto y eso allí no aparece?
En https://www.topattack.com/list/qustodio-review/71
Además, está la cuestión de la libertad sexual, que ha utilizado el porno para crecer como negocio (hasta llegar a unos niveles de beneficio altísimos) y que ha cerrado bocas durante mucho tiempo. A nadie nos gusta que nos llamen mojigatos, retrógrados o integristas. O de practicar la censura, el peor pecado (con perdón). Atención, estamos hablando de proteger a menores, como hacemos con el alcohol o el tabaco. No se trata de prohibir la pornografía. Pero basta ya de mirar hacia otro lado mientras nuestros alumnos se llenan la cabeza de mierda y adquieren unos modelos de sexualidad inadecuados, pobres e irreales, que les van a frustrar cuando no puedan llevar a cabo en sus vidas. Aunque el hecho de intentarlo sólo ya causa escalofríos. Por cierto, también sería revelador conocer cómo acaban muchos actores y sobre todo actrices del cine para adultos.
El esfuerzo por educar en la sexualidad empieza en casa, como todo. Y un primer paso es controlar el tránsito por la red con filtros; hay muchos gratuitos, al menos en su versión básica. Y aunque cuesten unos euros. La escuela puede acompañar, asesorar a las familias en ese sentido (ha de querer, también). Otra postura, la de encerrarse en una cápsula academicista de corto recorrido, es suicida, puesto que condena a la institución escolar, como he dicho tantas veces, a la irrelevancia social, a un mero aparcaniños las más horas posibles, sin tener en cuenta qué ocurre allí dentro de relevante. Lo importante está fuera.
Si el silencio es la norma en estos temas, si no hay contraprogramación afectiva y educadora, todo el terreno -toda la desinformación- queda en manos de las páginas de contenido pornográfico que están a un clic de la tablet, del teléfono móvil, de tantos niños y jóvenes, a edades cada vez más tempranas. Con esto, se perpetúa una visión deformada de las relaciones sexuales, profundamente machista y despersonalizadora, además de ridícula en sus planteamientos (cualquier excusa es buena para echar un polvo, cualquier situación cotidiana da paso al coito) pero que muestra a las claras un modelo de sexo, o lo que es peor, el modelo. Porque no se enseña otro. Y se puede llegar a creer que una chica está encantada de que cinco desconocidos la penetren a la hora de conocerla. Y no. Estará aterrada y aturdida. Porque eso sólo pasa en las películas porno, no en la realidad. Ficción, no educación. A ver si logramos que se entienda.

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