domingo, 23 de mayo de 2021

Escola d'Aprenents (Escuela de aprendices): Aportaciones sobre el debate pedagógico actual.

 La reseña de libros sobre educación siempre ha tenido un lugar destacado en este blog. Hace ya tiempo que no volvíamos a practicar esa saludable costumbre, y lo hacemos con Escola d'aprenents, (Escuela de aprendices, en la edición castellana), de Marina Garcés. Un libro exigente, de filosofía de la educación, que no rehúye algunos debates actuales, pero que busca ir más allá. Lo he leído en catalán, y yo he efectuado las traducciones de textos que contiene este artículo.

Ciertamente, me ha parecido un tanto irregular, con una sensación de collage, sin un hilo conductor que hilvane un relato sobre la educación formal, lo que lastra, a mi entender, la lectura y le quita redondez al análisis. Aunque tal vez eso era lo que buscaba la autora, dar pinceladas sueltas en un cuadro, el de la educación formal, siempre inacabado. A partir de esas pinceladas, esas pistas, se pueden suscitar nuevos caminos para el lector. De todas maneras, encontramos aportaciones interesantes y relevantes, algunas de las cuales intentaremos glosar.

Un aspecto que considera la autora a lo largo del libro es la situación actual de confrontación entre metodologías, concepciones de la pedagogía a aplicar en el aula, que estamos viviendo en tantos claustros y en redes sociales, especialmente en Twitter. Esta red, por su configuración de interacción inmediata, permite el intercambio de opiniones mejor que otras más estáticas. Hemos constatado que el debate escolar (no me atrevería a llamarlo pedagógico, visto lo visto) se ha embrutecido considerablemente, contagiándose del ambiente general de Twitter, dado a la hipérbole y a la descalificación gruesa, cuando no el ataque personal.

Garcés se remonta al origen de esta situación afirmando que los bancos y empresas de comunicación se han tomado en serio que la educación es un objetivo donde están en juego las transformaciones del futuro. Y por eso, invierten en educación e impulsan la renovación del discurso educativo y de las metodologías pedagógicas... porque la educación en tiempos globalizados es un gran negocio.

Este interés neoliberal y también neoconservador por ocupar la educación, por marcar la agenda de los cambios, provoca un desplazamiento de los movimientos sociales y las clases populares que han buscado una educación capaz de abrir persepectivas de justicia social y miradas críticas. Y también un cambio en el debate, lejos ya de temas mayores, de la orientación de la educación hacia una incierta meritocracia y la igualdad de oportunidades, que nunca es tal si se excluyen las condiciones (desiguales) de partida. Aún así, se buscaba mantener el papel igualador de la escuela como institución. Pero ahora, tras el argumento de la incertidumbre que acompaña a los vertiginosos cambios tecnológicos y sociales, el problema, la cuestión, es la competitividad:

¿Quién será más capaz, ya sean individuos o sociedades, de generar respuestas eficientes para adaptarse a los cambios? Por eso, el debate queda deliberadamente neutralizado como una rivalidad entre metodologías. Pueden ser más o menos efectivas, más o menos seductoras, más o menos acertadas... pero, en definitiva, ganadoras o perdedoras dentro del mercado de futuros de la educación. (Pág. 17)

Frente a ese estado de cosas, la autora propone volver a las preguntas básicas, anteriores a la apuesta metodológica (pero que son determinantes para esta):

¿Qué queremos saber? ¿De quién y con quién podemos aprender lo esencial para vivir mejor? ¿Qué hábitos, valores y maneras de vivir queremos transmitir? ¿A quién y por qué? (...) La pregunta clave, la que ninguna sociedad ha dejado de repetir, es ¿cómo educar? Este cómo no se responde sólo con respuestas de procedimiento. Es el cómo de la ética, la política y la poética. Interroga y cuestiona los modos de hacer y las formas de vida. Preguntarnos cómo educar es preguntarnos cómo queremos vivir. (Pág. 18)

Esta pregunta, sigue argumentando Marina Garcés, se formula desde el punto de vista educador, docente, adulto (como ya adelantara Hannah Arendt en su reflexión, también citada, Entre el pasado y el futuro, sobre la responsabilidad de la generación adulta de introducir en el mundo a la nueva generación de manera plena, mostrándole la tradición relevante). Garcés, por su parte, propone incluir o adoptar la perspectiva del aprendiz, del alumnado, para darle la vuelta a la cuestión: ¿Cómo queremos ser educados? 

Tiene su lógica en un mundo donde la formación a lo largo de la vida es una realidad en tantas profesiones, necesitadas de actualizar sus conocimientos y aptitudes, sobre todo en lo relacionado con las tecnologías que han cambiado tanto la manera de trabajar y relacionarse. Pero va más allá: jubilados que dedican unas horas semanales a actividades de memoria y razonamiento, a grupos de lectura, a viajes culturales... La formación ha dejado de ser sólo patrimonio de las primeras décadas de nuestra vida, como podía pasar hasta mitad del siglo pasado. Además, hay un componente de justicia en incluir al educando en la pregunta de educar; sin embargo, eso no justifica -ni Garcés lo menciona- que nuestros recuerdos y vivencias como alumnos sean la base pedagógica de la acción educativa, como ocurre en ocasiones cuando el docente no se ha formado suficientemente.

Más adelante, en el capítulo 3, Acoger la existencia, se retoma el papel de la escuela, definitorio en el debate actual: ¿qué escuela queremos? Aquí, Garcés se define plenamente y sin ningun problema, como podemos leer a continuación:

A la escuela se va a aprender. Esta es su razón de ser y una escuela donde no se aprende es un parque infantil, un aparcamiento de niños o de jóvenes en paro, una entidad social, un centro terapéutico o una prisión. Parece que no hace falta complicar demasiado la respuesta, porque las complicaciones comienzan a partir de aquí. Que a la escuela se va a aprender no significa que todos los aprendizajes sucedan en la escuela. (Pág. 58)

Esta afirmación no supone una metodología determinada u otra, pero sí el empeño, la convicción y la acción decidida a favor del aprendizaje relevante. Dicho de otra manera, a mi manera, lo que ocurre en la escuela es importante. Diluir el aprendizaje no ayuda. Otra cosa es adaptarlo a nuestro alumnado, pero en esa tensión se construye una escuela, no un parque temático.

Por ir acabando este artículo, me parece muy revelador cómo Garcés califica el debate pedagógico; clarifica la cuestión de una manera magistral: 

Si la escuela es el lugar donde vamos a aprender a partir del encuentro entre maestros y alumnos, la escuela es también el lugar donde se ponen en disputa las diferentes concepciones existentes, en cada sociedad, sobre qué aprender y cómo. Las disputas pedagógicas son conflictos entre mundos: entre grupos y clases sociales, entre experiencias culturales, entre géneros, entre ideologías, entre intereses económicos y entre imaginarios de presente, pasado y futuro. La escuela es, así, una de las instituciones más antiguas de nuestra civilización, pero también de las más expuestas al cambio, al conflicto y al antagonismo social. (Pág. 59)

Consecuencia de lo anteriormente expuesto, la escuela es el escenario de la disputa sobre el saber en la sociedad, lo que la convierte en una institución política y, en palabras de la autora, cuanto más claro lo tengamos, menos instrumentalizable políticamente será, porque, como afirma en la misma página,

ir a la escuela no es comprar un producto o recibir un servicio. Es participar activamente en esta disputa y poder hacerlo en condiciones de igualdad.








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