En los últimos tiempos, uno de los componentes de la educación formal está muy presente en el debate público: la evaluación. Como ya hemos comentado en este mismo blog, la reforma Wert se basa, sobre todo, en recuperar pruebas estandarizadas externas, reválidas, iguales para todos los alumnos independientemente del centro, barrio, ciudad -y familia- en la que vivan.
Con esta medida, se busca aplicar barreras que dificulten, cuando no imposibiliten, el paso de una etapa a otra. A la ya consolidada PAU, al acabar Bachillerato, se une una prueba final de ESO. La implantación de una prueba similar al término de la etapa primaria, planteada en el primer anteproyecto, ha sido retirada, afortunadamente. Así, cree el ministro, aumentará el nivel de contenidos del alumnado. Participa de una corriente que considera que a más evaluación más aprendizaje. Y esto nos lleva a plantear qué papel le damos a la evaluación dentro del sistema educativo.
Tomado de http://www.evaluacion.edusanluis.com.ar/ 2011/11/como-deberia-ser-la-evaluacion.html |
La evaluación tiene una importancia exagerada sobre la práctica, al menos en los últimos cursos de EP y en ESO. No digamos ya en Bachillerato, etapa que desemboca en una prueba eliminatoria para entrar en la universidad, destino mayoritario de quien obtiene el título de Bachiller. Y, en nuestra tradición, ha ido ligada a exámenes para el alumnado. Evidentemente, no es ésta la única fuente de información de que dispone el profesorado para saber cómo aprenden sus alumnos. Esperar a hacer un examen para tener información indicaría que, en el día a día, no se observa demasiado la práctica de los alumnos.
Ejemplo de autoevaluación de la actividad del alumnado |
Esta falta de perspectiva conduce a considerar la evaluación en un sentido unidireccional, desde el profesorado hacia los alumnos y sus aprendizajes. Los profesores comprueban, de algún modo, qué han aprendido sus alumnos de un tema determinado. Pero, en muchas ocasiones, la información obtenida no se utiliza en un replanteamiento de la práctica docente efectuada, sino que se queda en el ámbito del alumnado y sus resultados, es decir, de sus calificaciones. Todo lo más, se puede repetir la prueba. Pero siempre en el espacio de la evaluación. Se pierde así una retroalimentación fundamental para la docencia, para el profesorado, que puede ajustar o replantear sus propuestas didácticas y revisar sus métodos y actividades, además de la temporalización ya prevista. Se trata de incorporar la evaluación a los procesos de mejora de la práctica, y no dejarla como un elemento de poder o de control del profesorado sobre el rendimiento de los alumnos. Como un proceso y no como un momento.
Totalmente de acuerdo!!! Plantear la evaluación como un proceso y con una finalidad que no sea, al menos exlusivamente, las calificaciones.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por comentar, Lucía. La riqueza de información de la evaluación pierde su valor cuando sólo sirve para calificar, como bien dices. Y para cargar las culpas en el alumnado, muchas veces. Ya sabes que, en el mundo universitario técnico, sobre todo, un alto nivel de suspensos se consideraba factor de excelencia de la asignatura. Venimos de una cultura terrible en evaluación. Conviene ir cambiando las cosas.
EliminarSuponiendo que todo le haya ido bien y que no haya repetido ningún curso, un licenciado universitario ha tenido que superar, aproximadamente, entre 600 y 800 exámenes a lo largo de su historia académica. Desde los nueve años, o incluso antes, ha tenido que demostrar periódicamente su cualificación o valía.
ResponderEliminarEn la mayoría de los casos, incluso en las enseñanzas universitarias, aprobar el examen consistió en trasladar datos e informaciones de un soporte a otro (de los apuntes o el libro de texto a los folios del examen) empleando la memoria como recipiente. El mayor o menor éxito de la operación residía en la capacidad de la memoria, el tiempo necesario para llenarla y la mayor o menor habilidad para recuperar lo que habíamos guardado en ella. Terminado el examen, una vez cumplida su función, la memoria se vaciaba para que pudiera almacenar otra cosa.
Así, sin haber leído a Quevedo, fui capaz de enumerar, con éxito, las principales características de la lírica barroca. De forma similar, memorizando y reproduciendo sin llegar del todo a comprender, dejé atrás las ecuaciones, la formulación y las declinaciones latinas.
Imagino que la mayoría de los que hemos pasado por la escuela hemos tenido una experiencia similar; por eso no deja de sorprenderme que le otorguemos tanta credibilidad a este tipo de pruebas, asumiendo que existe una relación directa entre la nota que se obtiene en un examen y la cantidad de conocimientos que se poseen. Y basta un ejemplo: obtener el certificado de aptitud pedagógica y aprobar una oposición no garantiza que se tengan dotes para la docencia, ni siquiera proporciona la certeza de que se domine un temario. Todos conocemos algún ejemplo de una circunstancia o de la otra. Y lo mismo podría decirse de muchas otras profesiones y oficios.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/examenes
Como siempre, interesantes reflexiones las que nos ofreces. La perversidad del sistema de evaluación, como dices, influye en la manera de plantear todo el proceso educativo. Cambiar la práctica sin cambiar la evaluación es una tarea incompleta. Coincides en tus planteamientos con otros planteados en esta página, que dudan de la capacidad de los exámenes para mostrar qué conocimientos tienen los alumnos. En cualquier caso, se impone revisar la práctica de la evaluación como proceso de acompañamiento al alumno y de retroalimentación para los planteamientos didácticos empleados.
EliminarJeje, Salva, este tema, el de la evaluación... ¡me encanta! Y me parece que es el más importante de cuantos deberíamos enfrentar de una vez.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con lo que planteas, con la preeminencia absurda de la tarea evaluadora frente a la enseñanza y el aprendizaje. Todas los buenos propósitos, las mejores intenciones, la formulación de objetivos, la selección de contenidos, etc., se estrellan a la hora de la verdad, es decir, cuando el estudiante comprueba de qué va en realidad la cosa: de aprobar.
Y como estoy tan de acuerdo con lo que expones, permíteme que niegue la mayor, porque estoy convencido de ello: no creo, ni de lejos, eso que dices de que "Los profesores comprueban, de algún modo, qué han aprendido sus alumnos de un tema determinado.". Ni siquiera el "de algún modo", que suaviza el pensamiento que encierra la frase, es suficiente. Confieso no ser capaz de comprobar qué han aprendido mis alumnos. Intuiciones, sí, claro, pero certezas pocas, ocasionalmente y casi siempre por casualidad. Y cuando sé que estoy comprobando fehacientemente un aprendizaje, sé también que ese aprendizaje es de perfil bajo; vaya, que no es educativo, como afirmaba Stenhouse.
Gracias por tus reflexiones. Ya sabes que soy asiduo... Un abrazo.
Gracias por comentar, Miguel. Supongo que me creerás si te digo que, al escribir el post, tenía presente tus intervenciones y conversaciones que hemos tenido acerca de la evaluación, de la imposibilidad de averiguar qué sabe el alumnado sobre un tema. Este asunto es, efectivamente, capital. Es cierto que lo más fácilmente comprobable es lo repetitivo, aquello que ayuda poco a desarrollar estrategias y construir, realmente, conocimiento relevante. Por ello mismo, desdeñar la observación, a través de anotaciones diarias o esporádicas,o dejar de lado todo el conjunto de informaciones que podemos obtener de la práctica discente, son errores que no deben producirse. Justamente resituando los exámenes, las pruebas, dentro de un proceso continuo y mucho más amplio, que podemos llamar evaluación, ésta cobra sentido y se convierte en una parte más de lo educativo. Una parte útil para reconducir el proceso entero. Saludos... y hasta la segunda parte.
EliminarBuenas Salva, en primer lugar enhorabuena por el post. Ya tenía ganas de que alguien sacara a debate el asunto de la evaluación ;)
ResponderEliminarEn segundo lugar, sólo puedo decir que estoy totalmente de acuerdo con el comentario de Miguel Sola y que, como él, me confieso absolutamente incapaz de saber qué han aprendido mis alumnos-as. Por supuesto, intuiciones tengo, pero de ahí ha decir que no tengo ni idea de qué aprenden, sólo hay un paso.
Hablando de mí, una vez despejada la preocupación de no saber qué aprende mi alumnado, a lo que si me ayuda la evaluación - nada que ver con la calificación- es a facilitarme información sobre cómo mejorar las condiciones de aprendizaje, es decir a diseñar mejores espacios educativos, es decir, a potenciar que mis alumnos-as aprendan, el qué... vaya usted a saber.
Pero es que yo me creí a "pies juntillas" aquello que me contaron de que el aprendizaje es una construcción personal, única, especial, ... que cada uno conectamos con nuestras experiencias, sentimientos, estructuras cognitivas, etc. que no son susceptibles de medida. Y, por tanto, no estoy muy afectado por la mal sana tradición de intentar "pesarlo"... prefiero dedicarme a darle de comer al pollo ;)
Gracias por abrir el debate de este tema tan interesante y polémico ;) Gran post!
Un abrazo
Gracias por comentar, Nolo. Tocas un tema muy interesante: la evaluación como fuente de información para replantear la práctica del profesorado. Por desgracia, como hemos dicho en el artículo, esta potencialidad se pierde ante la preponderancia de la calificación del alumnado. Además, está el absurdo de traducir conocimientos en notas numéricas o gradaciones -dejamos de utilizar el Progresa Adecuadamente de la LOGSE y volvimos a lo de siempre- a que nos obliga la normativa. Revisar la evaluación es requisito para un cambio real de la práctica docente, más allá de retoques cosméticos.
EliminarHabida cuenta de sus siderales proporciones, tiene mérito que alguien deslice la sospecha de que posiblemente - sólo posiblemente- esto de la evaluación no sea mas que uno de tantos mitos ideológicos del capitalismo zombi. Alguna vez escribí que la evalución era como la escalera de Wittgenstein: subimos por ella para acceder a otro lado, momento en el cual le damos la patada, la dejamos caer y nunca más bajamos del lugar a donde escalamos. Hace más de veinte años que vi desplomarse a mis pies la escalera de la evaluación. Hoy, ni por prudencia política, puedo poner paños calientes a un "proceso" que cada vez más groseramente sirve a la producción de mercancía humana a demanda del mercado. Evaluación y educación,en el escenario económico, político y social en el que nos movemos (léanse las últimas perlas del ministro Wert al respecto)son sencillamente incompatibles @pacospadas
ResponderEliminarGracias por compartir, Paco. Tu visión obedece más a una visión macro de la educación y su relación con el conjunto de la sociedad, y especialmente el mercado laboral. Estoy de acuerdo en que la evaluación se convierte en una máquina de selección y de segregación, y que es usada en el sentido que le da Wittgenstein, y que no conocía, por cierto. Por eso, resituar la evaluación y ponerla al servicio de la enseñanza y no al revés, es una contestación activa y razonada a la reforma Wert, empeñada en lo contrario: supeditar todo el sistema -y la práctica en las aulas- a las evaluaciones externas, vulgo reválidas.
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