En los últimos tiempos, creo que he transmitido, sobre todo en Twitter, una perspectiva sombría sobre mi trabajo docente. Como ya sabéis, he incrementado mis horas de despacho de dirección en detrimento de las horas de clase. No ha sido una elección motivada para salir del aula -ese camino que algunos gurús recorren sin atisbo de retorno- sino una apuesta por el cambio en el centro, a nivel organizativo y pedagógico. La frustración, como también he recogido en estas páginas, es la enorme cantidad de trámites burocráticos y de añadidos que acompañan a la tarea directiva. Sin darme cuenta, me deslizo a tareas que se me piden pero que, en sí, no aportan nada significativo al cambio escolar, a la mejora continuada, que es la causa última y primera por la que opté a la dirección. Y, con esa idea, entiendo que mi tiempo en el equipo directivo, gestionando el centro, es también limitado: de momento, a cuatro años, aunque reconozco que en ocasiones me parece un tiempo demasiado largo.
En este curso, dos asuntos me han ocupado más que otros: el acceso al centro, que no está claro tras catorce años -el centro se acabó en 2003- y los cheques escolares para libros. Ya veis qué ocupaciones más lejanas al aula. Y ambas son necesarias, evidentemente. En el primer caso, un cúmulo de incompetencias, omisiones y despreocupación han llevado a que la entrada proyectada en un principio no esté lista todavía, y que el espacio alquilado y habilitado como entrada deje de estar disponible a partir del 1 de enero. Como consecuencia, ahora todos entramos por el antiguo aparcamiento, de una manera cuanto menos anómala. Y padres y docentes me interpelan, y yo a la vez pongo el tema en conocimiento de la administración educativa. Conclusión: paciencia.
Respecto a los cheque-libros, ha habido problemas con alumnos que han cambiado de centro: misteriosamente, sus cheques no aparecían por ninguna parte. Otro problema que no puedo solucionar, porque en absoluto depende de mí: hemos matriculado correctamente a los niños, pero sus cheques no están. Correos, llamadas al centro anterior, a conselleria y hasta al sursum corda. Horas y horas de despacho dedicados a este tema. Al final, se ha arreglado, pero tarde y de cualquier manera.
Patio de infantil de mi centro. |
Podría contar más cosas, pero os aburriría y tampoco es eso. En cambio, en esta semana he podido recuperar algunas sensaciones agradables, y prefiero comentarlas aquí, porque son las que realmente dan sentido a una tarea directiva. Pobre de aquel que está más cómodo con papeles que con alumnos. Veo, cada día, que el claustro se ha tomado en serio el reciclaje de papel y plástico, y se llenan los contenedores que tenemos a tal fin. Estamos educando en la sostenibilidad, y completamos esta práctica con la visita al ecoparque municipal, con un taller de reciclarte y con el aprendizaje vivenciado de las tres R, las consabidas reducir, reutilizar y reciclar. En ese sentido, avanzamos.
Por otra parte, surgen iniciativas en el claustro para intentar cambiar lo de siempre: desdobles, agrupamientos flexibles... No hemos inventado nada, pero sí se ha aplicado en el centro con voluntad de continuidad. Fui el primero en implicar a padres en el aprendizaje de los alumnos en el aula (más allá de los talleres ocasionales en infantil) con los grupos interactivos, y veo que el camino se sigue con otros compañeros que lo intentan a su estilo. Se trabajan algunas áreas por proyectos, con lo que suponen de adecuación a las características del alumnado y la flexibilidad que ofrecen en cuanto al tratamiento de los contenidos -que no aporta, por lo general, el libro de texto.
Las aulas cuentan con su biblioteca, y en general todos han hecho un esfuerzo -apoyado por el centro- para dotarlas, dignificarlas y que sean un instrumento útil en la animación lectora, en la destreza a la hora de comprender un texto. Creo que la lectura, como objetivo fundamental en primaria, ha conseguido un consenso en el claustro. En infantil, se ha reformado el patio, se han abandonado tantos cuadernos de fichas y se ha optado por metodologías más abiertas, además de aplicar, en este curso, el ABN. El centro se mueve. No todo lo rápido o tan conjuntamente como quisiéramos, pero se mueve. Como muestra, hay ocho candidatos para cubrir cinco plazas del consejo escolar.
Y dos detalles me han llegado esta semana. No tendrán mucha importancia, en una escuela con cuatrocientos alumnos, pero para mí son relevantes. El pasado jueves, un alumno de cuarto me pidió educadamente ir a su clase porque se había dejado la chaqueta. Fui y le abrí, y pude decirle: Estamos muy contentos contigo, creo que has mejorado mucho. Y es verdad, hemos podido ayudar a este niño. Y ayer mismo, un alumno de segundo, de origen marroquí, hizo entrar a su madre -que no entiende nuestro idioma- para que hablara con ella sobre su hermano de primero. El de segundo (que tiene ocho años, un año más del que correspondería) hacía de traductor, con mucho interés y con más precariedad, el pobre. No me digáis que eso no compensa tantos sinsabores y tantas historias como soportamos en el despacho de dirección.
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