martes, 27 de julio de 2021

Otra vez de JALEO. Crónica de unas jornadas (II)


 Encaramos el segundo artículo sobre las jornadas JALEO 21, celebradas en Valencia del 13 al 16 de julio. Ya dijimos que habían sido muy interesantes y completas, lo que nos llevó a dividir la crónica en dos entradas distintas. En esta, sobre todo, hablaremos de emociones y su tratamiento, tanto en los libros infantiles, clásicos o no, como en la escuela. 

Espiral de los deseos,
experiencia en infantil
de Javier Abad y Ángeles Ruiz 
El miércoles, en la última ponencia de la mañana, Elisa Martín Ortega nos habló del enfoque que se debe dar -y que se da- al tratamiento de las emociones en la escuela. Elisa se refirió a catálogos de emociones para comprenderlas, conocerlas. A tal efecto, citó dos obras muy conocidas, paradigmáticas, "El monstruo de colores" y el "Emocionario", que están en casi todos los centros educativos de infantil y primaria. Se presentan las emociones como un concepto a conocer (o reconocer) y, según la ponente, de una manera utilitarista, como un camino para tener éxito en la vida, aunque se disfrace de literatura.

Lo grave, sigue exponiendo Elisa Martín, es que este enfoque se convierta en el único (o al menos, muy preponderante) y se aparten los clásicos y sus enseñanzas para vivir las emociones. El niño o niña es cuerpo, no entiende la abstracción, no puede tener sentimientos reflexivos a los cuatro años. Se presenta una visión plana de las vidas de las personas al relegar el papel de los roles en los cuentos tradicionales, que tienen un poder simbólico que, según Elisa, debe ser puesto en valor. Unos cuentos clásicos que suelen tener la envidia y la curiosidad como motor de la acción, y la llave como elemento privilegiado de la curiosidad, de lo prohibido, lo que queda más allá. 

La ponente citó el ya clásico trabajo de Propp y su "Morfología del cuento", y también una obra desconocida para mí, aunque no el autor. Se trata de "El narrador", de Walter Benjamin, sobre la experiencia de la narración, sus dos principales tradiciones y su progresiva desaparición en la época contemporánea con su ruido constante. Sin embargo, sigue existiendo la fascinación infantil ante el cuento, con su carga de ambivalencia, de simbolismo y de trascendencia de la literalidad, que es el problema de nuestro tiempo, la relación con la literalidad. En cambio, no entender (de inmediato) los sentimientos propios es inherente a la condición humana, no tanto una dificultad insalvable. Y el mejor camino es el modelado de emociones, a través de la interacción con el adulto que ayuda a la comprensión desde el yo del niño, no una definición más abstracta, como queda dicho anteriormente.

El jueves empezó con la ponencia de Javier Abad y Ángeles Ruiz de Velasco titulada El lugar del símbolo. Esta pareja se dedica a trabajar lo simbólico, lo no evidente, en sus producciones escolares o culturales en la etapa de educación infantil. La infancia (etimológicamente, los que no hablan) puede ser vista como una esponja o como agua, como una planta o un bosque. La educación es un ejercicio de paciencia, tomando como referencia la metáfora del bambú, cuyas raíces crecen durante siete años, y la planta no es visible. Es una llamada a confiar. Los dos creadores utilizan el espacio para el juego, pero no de una manera explícita, sino que dejan libertad de organización al niño, que crea así experiencias de juego: el secreto, el camino, la torre... que dan sentido personal al espacio vivido, a la instalación repensada y propuesta como un espacio a completar por los protagonistas del juego. Eso nos hace pensar también en cómo organizamos los espacios escolares, en especial las bibliotecas, demasiado planteadas desde el prisma adulto, tantas veces.

El papel de las narraciones, además de acercarnos a lo simbólico (el lobo, el bosque), es la construcción de imaginarios. En esta ponencia vuelve a aparecer la llave como símbolo para el niño y para la humanidad, recordando que los judíos españoles desterrados en 1492 se pasaban la llave de su casa española de generación en generación, con la secreta esperanza de volver, con la certeza de no olvidar su origen.

Saltamos temporalmente para abordar la ponencia de Lola Fernández de Sevilla sobre los temas tabú en la escritura para la infancia. Lola escribe teatro infantil desde una mirada filosófica, y empezó preguntándose por qué escribimos, a lo que respondió diciendo que somos seres narrativos porque tenemos miedo. Miedo a muchas cosas, aunque la muerte es la vulnerabilidad principal, y el miedo a la muerte lo que nos lleva a la obsesión por el control. El fracaso como civilización, desde siempre, se atenúa con las ficciones, que a su vez se originan desde las preguntas primeras y proyectan sombras: los tabúes.

Desde su perspectiva, se pueden tratar todos los temas, aunque sean dramáticos. Pone el ejemplo de "Cuando yo tenía cinco años me maté", de Howard Buten, y su adaptación teatral hecha por Suzanne Lebeau, a quien Lola Fernández puso de modelo como autora de teatro infantil. Hay algunas técnicas para lograr un distanciamiento con la historia si ésta es acongojante, como la presencia de una voz narradora en el escenario. Además, si se establece una relación normativa entre el adulto y el niño se evita la duda. La ponente también cuestionó algún tópico como que la infancia es la época más feliz de la vida: hay infancias (y vidas) desgraciadas, no siempre son felices. Y nos dejó la pregunta sobre si los finales siempre han de ser felices, o pueden ser tristes o incluso abiertos, y si los niños aceptan esos finales distintos.

Para terminar, tres ponencias muy distintas que citaré sucintamente. Juan Carlos Pérez Toste, gestor cultural y narrador oral canario, nos explicó, con mucho entusiasmo y fuerza, su proyecto El museo de los cuentos, que lleva realizándose unos cuantos años en la localidad canaria de Los Realejos.

Jesús Arana, por su parte, nos habló de los clubes de lectura, agrupaciones de origen estadounidense que han ido extendiéndose por el mundo y que han dado lugar a una cultura colaborativa y a una fidelización de lecturas remarcable. Enlazamos Leer y conversar, una obra en que desarrolla distintos aspectos de los clubes de lectura. Nos quedó la duda de su aplicabilidad en las aulas, pero hay experiencias similares en España, como comentaron las compañeras de Albacete, asiduas ya a Jaleo.

Por último, Mar Benegas reflexionó sobre la perdurabilidad de la belleza, sobre la necesidad de lo bello en este tiempo de pandemia especialmente. Para ello, nos recitó algunos poemas, como el extraordinario Traigo una ventana, un rayo (miles de ellos) de esperanza en los días negros -paradójicamente- del confinamiento para que, como decía Ángel González, Si sale amor, la primavera avanza. 

Frente a la belleza impostada de Instagram, una belleza efímera pero que todavía nos fascina -nos ha fascinado desde siempre lo bello- se plantea la pregunta: ¿Hay un abismo en lo bello? Esta pregunta es perturbadora, descoloca, como la buena poesía. Y Mar nos acerca a Edmund Burke cuando reflexiona sobre la inabarcabilidad de lo sublime, que está más allá de la belleza y la supera por la experiencia estética que proporciona y que no puede ser explicada sólo aplicando un canon. 

Fue un gran colofón a las jornadas, que estuvieron amenizadas por Paco Paricio y los titiriteros de Binéfar, quienes nos deleitaron con parte de su repertorio cosechando, como diría un clásico, éxito de crítica y público. Como el conjunto de JALEO 21. 



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