sábado, 3 de julio de 2021

Vuelve la formación presencial. ¿La aprovechamos?

 El curso escolar, a efectos prácticos, termina el 30 de junio. Es una fecha emblemática, si se quiere, que da paso a un mes de julio más relajado (pero también no lectivo, en el que se pueden llevar a cabo tareas de planificación del curso siguiente, o de cierre del presente). La tendencia de la administración educativa es que el profesorado permanezca en los centros las primeras semanas de julio, y el equipo directivo casi todo el mes. Para ello, se va dilantando y retrasando la fecha máxima para matrícular al alumnado, para entregar becas de comedor... La intención es que el centro esté abierto en julio (me refiero a infantil y primaria, ya sé que en secundaria suele ser así desde hace años).

¿Y el profesorado sin responsabilidad directiva, es decir, el grueso de los docentes? Pues tienen el mes de julio para formarse, y también para tareas como las enunciadas anteriormente, y todas aquellas que la administración indique. No son "dos meses de vacaciones", como se suele decir. Este año, por ejemplo, iremos al centro donde estoy destinado hasta el día 8 de julio, en que tendremos claustro final de curso. Y no pasa nada, la verdad. La organización del centro lo agradecerá. 

Por mi parte, tengo previstas dos actividades formativas presenciales. Da gusto retomar esta manera de formarse, siempre respetando las medidas antiCovid, pero que implica reencontrarse con otros compañeros, charlar distendidamente y, claro, conocer experiencias docentes o abrirse a nuevos enfoques metodológicos. Los que seguís este blog (con santa paciencia, añado) sabéis que creo firmemente en la formación continua del profesorado, en su papel fundamental para actualizar conocimientos y prácticas. Evidentemente, más allá de ser un requisito formal para poder optar a los sexenios correspondientes.

Hace ya una década, o un poco más, que se hizo obligatorio cursar cien horas de formación reconocida por la administración en el periodo del sexenio; es decir, unas dieciséis horas anuales de formación, si dividimos cien entre seis. Muchos docentes doblamos o triplicamos esa cantidad. En mi caso, en septiembre cumpliré mi cuarto sexenio, y acumulo más de trescientas horas en ese periodo, desde 2015. Nuestra consejería ha acertado con una cuenta formación digital que nos permite ver los cursos realizados. Aún me falta acreditar las horas de supervisión de alumnado de prácticas en este año 20/21.

Es una obviedad decir que los que creemos en la formación no necesitamos estímulos en forma de sexenios; y los que no creen, que son también muchos, ni con esa obligación se animan más allá de lo indispensable. Recuerdo, con cierto sonrojo, cuando se prescindió de créditos por salidas extraescolares en el cómputo para el sexenio. Hubo quien se indignó, y algunos sindicatos protestaron. También recuerdo a alguna compañera buscando desesperadamente un curso para cubrir las cien horas formativas dentro del sexenio. 

Toda esta reflexión anterior viene motivada por la constatación de que, en formación, casi siempre somos los mismos. Entiéndase bien lo que digo: no que estamos los mejores, ni los más implicados... sino que somos una minoría activa que va a muchas convocatorias. Es cierto que la situación personal del profesorado varía mucho. En mi centro actual, por ejemplo, hay muchas compañeras con hijos en edad escolar (digo compañeras porque los hombres somos un exiguo porcentaje, de hecho sólo hay uno con plaza fija, y no soy yo). Hacer formación presencial puede complicarse, aunque no hasta el punto de no poder hacer nada en ese sentido. Se impone, como siempre, elegir bien. Pero esa elección cuidadosa es para todos, independientemente de la disponibilidad horaria. 

Docentes en curso de formación en espacio
Medialab-Prado. Julio 2019 (foto propia)
Es verdad que la autoformación es cada vez más importante, a través de lecturas de libros o artículos, bien en papel o en la red. La oferta, pese al declive de la blogsfera, es impresionante e inabarcable. Ya hace años que apareció el concepto Entorno Personal de Aprendizaje, o PLE, su acrónimo en inglés, y muchos docentes lo han adoptado como marco de su perfeccionamiento profesional. Su carácter esencialmente variado hace que haya multitud de agencias, asociaciones, referentes... que nos enriquecen y nos ayudan, dándonos la opción de asistir a las diversas convocatorias. Hoy mismo se libran los premios de Espiral, se está celebrando a distancia el encuentro de Aulablog, se echan de menos las jornadas de Novadors (que volverán)... Podríamos seguir con el EABE, con tantos otros ejemplos, congresos de educación, etc.

 Además, las limitaciones a la presencialidad impuestas desde marzo de 2020 han disparado la cantidad de formaciones a distancia, lo que facilita la asistencia desde el domicilio sin desplazamientos y sin tener que buscar con quién dejar a los peques, si los hay.

Sin embargo, tantos viven de espaldas a esta búsqueda de formación relevante, y se conforman con la rutina del aula, que no nos da novedad casi nunca. Atención, esto no va de buenos y malos docentes. En absoluto. Si acaso, de sensibilidades hacia la mejora profesional asistida por la formación continua del profesorado. ¿Es mejor docente quién se forma? No tiene por qué. Estoy convencido de ello. Al mismo tiempo, no entiendo mi práctica sin asomarme periódicamente a la formación, a ver qué se cuece y qué se hace en otras partes. Lo he hecho siempre, y creo que lo mantendré hasta mi jubilación. Lo que no comprendo es que se menosprecie toda la formación existente, todas las opciones formativas, y no querer hacer ninguna. Eso no me parece razonable. Todos tenemos carencias que subsanar, y más en este entorno variable que es la educación formal en una sociedad en cambio constante.

Para solucionar un tanto el tema de la participación docente en la formación, la Conselleria valenciana implantó los planes anuales de formación en los centros docentes, el PAF, que pretendía aterrizar la formación en las necesidades detectadas de cada centro. Esta iniciativa ha sido positiva, en mi opinión, aunque subyace el problema de fondo: cómo se considera la formación en relación a la práctica docente y su mejora. Su funcionamiento depende de varios factores: que la persona que coordina el PAF sea eficiente y se tome en serio su labor; que el claustro esté dispuesto a participar en alguna de las iniciativas, y que se tenga una línea de trabajo en el centro, un horizonte al que mirar. Eso no significa imponer una metodología a todo el profesorado, sino haber alcanzado unos consensos duraderos. Entre ellos, considerar la importancia real para la práctica de la formación permanente. 

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