La animación lectora ha sido tratada en
diversas ocasiones en este blog, que siempre ha tenido en la lectura uno de los
temas de reflexión didáctica. En el presente artículo, queremos tratar un
instrumento fundamental en la creación del hábito lector en el alumnado: la
biblioteca de aula. En los CEIP, se ha de cuidar con mimo ese espacio de la
clase destinado a los libros. En secundaria, con otra organización más parcelada,
la biblioteca de centro es la referencia. También en primaria, evidentemente,
tiene importancia la biblioteca escolar, pero se complementa con la de aula,
que es la primera referencia del alumnado. Hoy intentaremos ver qué clase de
libros componen una biblioteca de aula, y en una próxima ocasión hablaremos de
su organización y distribución más adecuadas.
Mucho hemos comentado acerca del mecanismo
para comprobar si se leen los libros que se toman prestados, y es conocida nuestra
postura de no controlar de manera directa la lectura por placer, como no
solemos interrogar a nuestros hijos o sobrinos sobre la película que han visto
en el cine o en la tele, y mucho menos darles un cuestionario. Hemos de
distinguir la lectura voluntaria de aquella que forma parte de un plan de
estudios, bien como ejercicio de comprensión en el aula o como práctica de
lectura colectiva, en clase o en casa. Es más útil contar con la colaboración
de las familias, que pueden informar sobre la actividad lectora de los alumnos
en el hogar, o comprobar si aumenta el nivel lector de cada alumno, en relación
con los libros que se lleva de la biblioteca de aula o de centro. Normalmente,
habrá una relación positiva entre ambos factores: a más lectura en casa, mejor
comprensión y verbalización; pero también al revés, a más nivel lector, más
libros leídos, puesto que la lectura no supone una actividad difícil, sino todo
lo contrario.
Hemos afirmado en muchas ocasiones que la
enseñanza de la lectoescritura no puede circunscribirse al aula; en ella
transcurren momentos importantes, pero no únicos. No se puede llegar a maestro
del ajedrez jugando sólo en las clases que se reciban; tampoco se puede ser
lector competente leyendo sólo en el aula. Y en ese espacio, un tanto indefinido,
de la seducción y la voluntariedad, se juega una partida en favor –o no- del
hábito lector.
Es una cuestión de paciencia, pero no sólo de
eso. Como suelo decir a mis alumnos en plan jocoso, algunos de ellos sólo leen voluntariamente
la marca del yogur cuando lo cogen del frigorífico. Y se trata de cambiar esa
conducta, sin imponer, pero ofreciendo alternativas. Como oí una vez en una
charla sobre educación, un lord inglés reflexionaba sobre la bondad de las
fresas con nata –ese refrigerio tan habitual en el torneo de tenis de
Wimbledon- y la pesca; no entendía que los peces prefirieran vulgares gusanos,
tan poco atractivos, para picar el anzuelo. Y concluía que, para pescar, hay
que adaptarse a lo que les gusta a peces, no a nosotros mismos. Idéntico
razonamiento podemos hacer con la animación lectora.
Si el alumnado, en general, encuentra
inspiradísimos los libros de Gerónimo Stilton, habrá que proveer la biblioteca
de aula con ejemplares de las aventuras ratoniles, algo sencillo de hacer ya
que diversos periódicos nacionales han promovido la venta de libros de la serie
a precios asequibles. Pero habrá que pensarlo, buscar un quiosco, hacerse cargo…
Nada que no pueda hacer un docente con ganas.
Otrosí podríamos decir del cómic: considerado
lectura “no seria”, se ha revalorizado en los últimos tiempos, aunque siempre
ha constituido un buen punto de partida hacia lecturas más extensas. Recuerdo
la serie de aventuras de la editorial Bruguera con las que crecí, que
combinaban texto con páginas de cómic intercaladas cada cierto número de
páginas. O los libros de divulgación, tipo “365 preguntas y respuestas sobre…”
¿Por qué no son un elemento válido para dedicar quince minutos de lectura
atenta cada día? Lo son, sin duda. Limitarse sólo a la narrativa infantil, en
forma de cuento o novela, cierra puertas a otras alternativas que pueden
interesar a algunos alumnos.
La poesía constituye otro de los géneros que
debería estar presente en una biblioteca de aula, puesto que abre muchas
posibilidades a la expresión, la sensibilidad y el juego con el lenguaje, tanto
a nivel semántico como fonológico. La poesía ha sido la “hermana pobre” de la
educación formal en primaria, y sólo el estudio reglado de nuestros grandes
poetas en secundaria la rescatan, aunque no para su disfrute.
Por último, mencionaremos las versiones
adaptadas de clásicos, estupenda manera de conocer por primera vez a los
grandes de la literatura, y cuya oferta ha crecido últimamente con efemérides
como el aniversario de la publicación de El Quijote.
Podría pensarse que todo lo anterior requiere
un gran presupuesto, pero no es así. Hay maneras de contribuir a la biblioteca
de aula: la colaboración de las familias, el préstamo de la biblioteca de
centro, convenios con bibliotecas municipales, incluso con organizaciones
dedicadas al fomento lector, sin olvidar las contribuciones que las editoriales
pueden efectuar en ese sentido. Como decía anteriormente, las ganas de formar
lectores son el mejor activo para una buena animación lectora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario