sábado, 12 de diciembre de 2015

La biblioteca de aula en primaria: cuestión de animarse

La animación lectora ha sido tratada en diversas ocasiones en este blog, que siempre ha tenido en la lectura uno de los temas de reflexión didáctica. En el presente artículo, queremos tratar un instrumento fundamental en la creación del hábito lector en el alumnado: la biblioteca de aula. En los CEIP, se ha de cuidar con mimo ese espacio de la clase destinado a los libros. En secundaria, con otra organización más parcelada, la biblioteca de centro es la referencia. También en primaria, evidentemente, tiene importancia la biblioteca escolar, pero se complementa con la de aula, que es la primera referencia del alumnado. Hoy intentaremos ver qué clase de libros componen una biblioteca de aula, y en una próxima ocasión hablaremos de su organización y distribución más adecuadas.
Mucho hemos comentado acerca del mecanismo para comprobar si se leen los libros que se toman prestados, y es conocida nuestra postura de no controlar de manera directa la lectura por placer, como no solemos interrogar a nuestros hijos o sobrinos sobre la película que han visto en el cine o en la tele, y mucho menos darles un cuestionario. Hemos de distinguir la lectura voluntaria de aquella que forma parte de un plan de estudios, bien como ejercicio de comprensión en el aula o como práctica de lectura colectiva, en clase o en casa. Es más útil contar con la colaboración de las familias, que pueden informar sobre la actividad lectora de los alumnos en el hogar, o comprobar si aumenta el nivel lector de cada alumno, en relación con los libros que se lleva de la biblioteca de aula o de centro. Normalmente, habrá una relación positiva entre ambos factores: a más lectura en casa, mejor comprensión y verbalización; pero también al revés, a más nivel lector, más libros leídos, puesto que la lectura no supone una actividad difícil, sino todo lo contrario.
Hemos afirmado en muchas ocasiones que la enseñanza de la lectoescritura no puede circunscribirse al aula; en ella transcurren momentos importantes, pero no únicos. No se puede llegar a maestro del ajedrez jugando sólo en las clases que se reciban; tampoco se puede ser lector competente leyendo sólo en el aula. Y en ese espacio, un tanto indefinido, de la seducción y la voluntariedad, se juega una partida en favor –o no- del hábito lector.
Es una cuestión de paciencia, pero no sólo de eso. Como suelo decir a mis alumnos en plan jocoso, algunos de ellos sólo leen voluntariamente la marca del yogur cuando lo cogen del frigorífico. Y se trata de cambiar esa conducta, sin imponer, pero ofreciendo alternativas. Como oí una vez en una charla sobre educación, un lord inglés reflexionaba sobre la bondad de las fresas con nata –ese refrigerio tan habitual en el torneo de tenis de Wimbledon- y la pesca; no entendía que los peces prefirieran vulgares gusanos, tan poco atractivos, para picar el anzuelo. Y concluía que, para pescar, hay que adaptarse a lo que les gusta a peces, no a nosotros mismos. Idéntico razonamiento podemos hacer con la animación lectora.
Si el alumnado, en general, encuentra inspiradísimos los libros de Gerónimo Stilton, habrá que proveer la biblioteca de aula con ejemplares de las aventuras ratoniles, algo sencillo de hacer ya que diversos periódicos nacionales han promovido la venta de libros de la serie a precios asequibles. Pero habrá que pensarlo, buscar un quiosco, hacerse cargo… Nada que no pueda hacer un docente con ganas.
Otrosí podríamos decir del cómic: considerado lectura “no seria”, se ha revalorizado en los últimos tiempos, aunque siempre ha constituido un buen punto de partida hacia lecturas más extensas. Recuerdo la serie de aventuras de la editorial Bruguera con las que crecí, que combinaban texto con páginas de cómic intercaladas cada cierto número de páginas. O los libros de divulgación, tipo “365 preguntas y respuestas sobre…” ¿Por qué no son un elemento válido para dedicar quince minutos de lectura atenta cada día? Lo son, sin duda. Limitarse sólo a la narrativa infantil, en forma de cuento o novela, cierra puertas a otras alternativas que pueden interesar a algunos alumnos.
La poesía constituye otro de los géneros que debería estar presente en una biblioteca de aula, puesto que abre muchas posibilidades a la expresión, la sensibilidad y el juego con el lenguaje, tanto a nivel semántico como fonológico. La poesía ha sido la “hermana pobre” de la educación formal en primaria, y sólo el estudio reglado de nuestros grandes poetas en secundaria la rescatan, aunque no para su disfrute.
Por último, mencionaremos las versiones adaptadas de clásicos, estupenda manera de conocer por primera vez a los grandes de la literatura, y cuya oferta ha crecido últimamente con efemérides como el aniversario de la publicación de El Quijote.

Podría pensarse que todo lo anterior requiere un gran presupuesto, pero no es así. Hay maneras de contribuir a la biblioteca de aula: la colaboración de las familias, el préstamo de la biblioteca de centro, convenios con bibliotecas municipales, incluso con organizaciones dedicadas al fomento lector, sin olvidar las contribuciones que las editoriales pueden efectuar en ese sentido. Como decía anteriormente, las ganas de formar lectores son el mejor activo para una buena animación lectora.

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